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Por muy difícil que parezca, hay que reconocerlo: nos olvidamos. Nos olvidamos de lo que era un país, de sus bondades, de sus buenas cosas; nos olvidamos de aquello que nos hacía los mejores en el mundo bajo el falso espejismo de la riqueza mal administrada, mal adueñada. Nos olvidamos de cómo éramos, de las simples cosas que, en una vida normal, nos hacía felices. Nos olvidamos de ser una sociedad organizada, orientada a su desarrollo; olvidamos para que otros recordaran y recordando nos olvidaran.

Somos olvido por todas partes. No hay ni un solo rincón de ésta Venezuela que anhele y añore volver a la otra Venezuela; no la de hace cinco años, no la de hace 16 años, sino la Venezuela de siempre, la que algunos vivieron con bonanza y otros con austeridad, pero que la vivieron, sin culto a la muerte porque vivir en este país era un premio mientras hoy sólo seguir vivos es un récord.

Nos olvidamos de cómo ser ciudadanos. Sucumbimos ante la vorágine del poder de los que nunca tuvieron nada y que se empeñaron en destruirnos. Nos olvidamos de combatir con la misma fuerza con la que nuestros Padres Fundadores y nuestros próceres pelearon por recuperar la libertad; con la misma fuerza que las nuevas generaciones arriesgaron su vida por alcanzar la democracia. Y quienes aún hoy combaten son también olvidados por el remolino que deja miseria, humillación y colas a su paso, haciendo de eso nuestra realidad, superando todo, haciendo de la supervivencia lo urgente y de lo urgente lo único importante.

Nos olvidamos de lo que podemos hacer por nosotros mismos. Dejamos el recuerdo en manos de otros; de quienes nunca debieron ser recordados y hoy en verdad merecen ser olvidados. Por creer que con otros estaríamos mejor, olvidamos todo lo que podemos hacer por nuestra cuenta y el poder que tenemos. Ellos hoy nos olvidan, se olvidan del país del que vienen; sólo recuerdan, día a día, su fin desde el primer momento: destruirnos.

Pero son muchos los que pretenden que también olvidemos. Muchos quieren que olvidemos lo que ya ni somos capaces de recordar por la intención del control, del sometimiento, de la supervivencia. Algunos creen que si olvidamos, podremos renacer; pero una sociedad sin memoria es la garantía de repetir lo que nunca debimos olvidar, aunque hoy nos hayan hecho olvidar otras cosas que no debíamos.

Esta misma retahíla es de lo que algunos pretenden que vivamos. No basta con que hayan borrado nuestra memoria histórica, nuestra memoria como país. Ahora también quieren que nos olvidemos de todo lo que nos ha hecho daño, como si nada hubiera pasado. La humanidad necesita recordar las atrocidades vividas para aprender de ellas y no repetirlas, al menos por un momento.

Veo cientos de rostros a diario, dispersos entre la realidad que los consume. Veo también cientos de rostros ávidos de la viveza que la necesidad genera. Entre cientos y cientos el mayor testimonio es el de un país olvidado, el de un país que ya no existe sino en la resaca de los que fueron protagonistas de la fiesta. Veo rostros de olvido por doquier, de incomprensión de lo que somos hoy, pero de indiferencia como si nada importara. Nuestra sociedad pareciera estar condenada al olvido,  y por olvidar seguiremos repitiendo los errores que nos han traído hasta acá: a la nada.

Nos olvidamos de que no basta un voto. Mucho menos bastan miles o millones de estos, si no tenemos en cuenta qué nos estamos jugando, qué vamos a recuperar, en qué vamos a creer. No se trata de hacer del voto un acto de magia, tampoco un acto de olvido. Por olvidar, estamos donde estamos y por olvidar seguiremos sucumbiendo ante el desaliento que la falta de memoria siempre lleva consigo.

No basta con que nos digan que votar es la solución. Votando seguirá llegando gente que nos hará olvidar a su favor, por sus propósitos. Por eso, si no somos una sociedad madura, consciente y responsable, el voto nos seguirá condenando; porque eso también hacen los votos: condenan en lugar de salvar.

Si tan sólo pensáramos en cuánto daño nos ha hecho olvidar, entenderíamos nuestro valor como sociedad. Por seguir dejando que otros pensaran, nos quisieron convertir en borregos; por dejar en manos de otros nuestras responsabilidades, quieren aniquilarnos.

Nos olvidamos; y con ese olvido también le dimos paso a la costumbre. La costumbre de la muerte, de la miseria, de la incertidumbre es la misma que nos hace hoy el país irreconocible que somos. Nunca como antes padecimos del miedo, de la ira y del resentimiento como ahora, nunca antes fuimos lo que hoy somos: condenados a no ser.

Por dejar de ser, dejamos que otros fueran, creyéndose los dueños de nuestros destinos. El fantasma de la mentira, de la indiferencia, de la pasividad, nos convirtió en la sociedad que ellos querían y no en la que éramos y soñábamos con ser.

El tiempo sigue pasando, la verdad sigue estando opacada. A este paso, pocas cosas nos salvaran de la condena que debimos evitar. Cuando eso ocurra sólo habrá una cosa qué decir: Nos olvidamos.

Twitter: @Urruchurtu