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Basta con ver a nuestro alrededor para entender que el “bachaqueo” se ha vuelto un modo de vida. Irónicamente la gente lo que busca con ese modo de vida es sobrevivir, ya sea por hambre o por sueldo. Ese mismo “bachaqueo” es la más exacta revelación de lo que han hecho con el país, de cómo han destruido sus pilares fundamentales, de cómo han corrompido y corroído a la sociedad y de cómo han invertido los valores para hacer de lo malo lo mejor y de lo excelente lo despreciable. Así algunos se sienten felices y realizados por revender ilegalmente productos, autodenominándose “bachaqueros” y mostrando que son “emprendedores”. Emprendimiento a base de destrucción y complicidad es saqueo, como lo que hacen quienes nos gobiernan.

Miles de profesionales se han ido y miles de profesionales siguen aquí. Entre tantos miles hay una verdad lapidaria: ejercer aquello para lo que se prepararon se ha vuelto una odisea. Por un lado, no hay incentivos que hagan que estos profesionales sientan realmente que valió la pena su esfuerzo y dedicación; al final de cuentas, sólo con ir toda la semana de abasto en abasto y de supermercado en supermercado comprando productos regulados y revendiéndolos hasta 10 veces más de lo que cuestan, y gastando el mismo tiempo que invierten en su oficina en una cola, les da más ingresos que dedicarse a su profesión. Peor aún, quienes siguen aferrados a la esperanza de sus puestos profesionales, cada vez peor pagados por la misma situación país, ven como alguien que no estudió ni se formó de igual manera, puede acceder a cosas que ni con el mejor sueldo de un gerente se pueden comprar.

Hoy el esfuerzo tiene otra cara: la del facilismo. Esa cara siempre había existido producto de modelos paternalistas y clientelares que sólo sembraron vientos que están cosechando enormes tempestades hoy. El facilismo es el modo de vida por excelencia hoy por hoy, porque lo fácil, aunque prohibido inclusive, resulta mejor.

Esta dramática realidad la padece la Universidad venezolana, sometida a los designios de un modelo totalitario que tiene como fin acabar con ella y que encontró, en la penosa coincidencia de un modelo universitario agotado, la manera de destruirla. Los que quieren ser profesionales y ejercer como tales han entendido, poco a poco, que la única manera es irse a otro país o sucumbir ante valores comparables sólo con la sumisión y la humillación por un salario que ni es digno ni permite la superación.

La mesa está servida: el éxodo de cada vez más perfiles valiosos para el país, las Universidades de paro porque no hay condiciones para el reinicio de actividades, profesionales que ven más útil revender productos escasos que ser productivos para el país, jóvenes que al no poder ver clases deciden rebuscarse entre el “bachaqueo” y la supervivencia, y una sociedad absolutamente cómplice de lo que sucede, silente y servil ante el avance de un modelo que no se detiene, que no le teme al voto aunque pueda perder y que ha logrado su mayor éxito: convertirnos en un país que ha sacado lo peor de sí, privilegiando lo negativo sobre lo realmente bueno y acertado para el desarrollo de una nación. Pasamos de tener generaciones “tira piedras”, combativas y firmes, a “comer piedras”, porque eso pretenden: que pasemos hambre, que dependamos de ellos, que ellos decidan y vivan por nosotros.

Resulta preocupante y hasta irresponsable que algunos liderazgos opositores afirmen que el gobierno pretende llevarnos a la ruina. En realidad ya somos un país arruinado por doquier y lo único que falta es que nos conduzcan a la nada, a la total destrucción, al despeñadero. Algunos siguen creyendo que el objetivo está lejos, que el problema aún no ha llegado, cuando la verdad es que cada vez se nos hace más tarde para combatir el avance de la destrucción acelerada y sin precedentes de este país.

Pero también preocupan los cientos de profesionales que aún creen en su país y que siguen defendiendo sus puestos de trabajo y sus conciencias. Estos cada vez se van quedando sin opciones para la excelencia y la superación. Lo que los rodea es negativo, es vicioso, es prohibido y es hasta tentador. Los incentivos perversos merodean su día a día, haciéndoles tomar decisiones que, de no apurarse, puede tomarlas una bala que acabe con sus vidas. Es igual que tomar la decisión más dura de todas: la de irse y comenzar de nuevo, porque en su país comenzar nunca fue una opción. A eso nos enfrentamos hoy, a una generación entrampada y que puede terminar envilecida por el odio y la intención de quienes nunca han querido a este país, de quienes lo desangraron y de quienes ayudaron a que, lejos de evitar la situación, siguieran acuchillando sin piedad nuestro futuro.

Eso es lo que somos hoy: una sociedad de cómplices, corresponsable de la tragedia, con una dirigencia pusilánime y con un futuro tan incierto como saber el día en que llega el arroz al supermercado. Los profesionales son despreciados y más si no hacen su cola o si no revenden. Los no profesionales se creen la nueva élite de poder, la que mueve la economía y la que ha multiplicado sus ingresos a costa del sufrimiento de toda una nación, como si ellos no sufrieran.

Mi tarea en las aulas es seguir motivando a los jóvenes a que sean mejores. El problema es cada vez se complica más esa ardua tarea, pues se consiguen con una realidad, al salir de la Universidad, que los motiva a hacer todo lo contrario, contradiciendo su dedicación y sus sueños, condenándolos a la sociedad sumisa que les dice que es mejor esforzarse menos, que los aplaude si admiran lo negativo y que se burla si son decentes.

El voto no brinda decencia ni mejora a una sociedad. Por el contrario, puede condenarla. El voto por sí mismo no transforma, y menos lo hace en un país que está condenado desde hace mucho, que requiere cambios profundos, generacionales y muy duros y traumáticos que difícilmente pocos estén dispuestos a asumir o que hasta desconocen. Muchos están pensando en diciembre sin reflexionar el daño que este país ha recibido y que tomará muchas navidades, carnavales y vacaciones en recuperarse. Algunos sólo piensan en el 6 de diciembre como la panacea, cuando realmente el reto es un país entero que no ha entendido la magnitud y el sufrimiento de reconstruir un país.

Mientras todo esto pasa, la rutina sigue. Cientos siguen haciendo sus colas como el negocio más lucrativo, otros siguen pensando en irse, muchos siguen buscando cómo sobrevivir, muchos también luchan por transformar y cambiar el país por completo y unos pocos siguen haciendo lo que les da la gana, sin intención de irse. Eso es Venezuela hoy: un futuro a cuestas.

Twitter: @Urruchurtu