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Si hoy alguien me preguntara cuál es la política que gobierna a Venezuela, diría que es la del desprecio. Sin duda alguna, el desprecio se ha vuelto gobierno y cada vez son más los que se sienten ajenos en un país que les perteneció y les pertenece, aunque algunos se empeñen en arrebatarlo porque se creen sus dueños exclusivos.

Basta con ver la arbitrariedad y la forma como fueron expulsados miles de colombo-venezolanos de nuestra tierra, en un supuesto acto de reivindicación con el país, siendo realmente un acto de traición a la patria, tratándose de dos países cuya historia y vida nunca podrán estar separadas porque, sencillamente, nacieron juntas. El desprecio es evidente: luego de serles útiles para cualquier fin, incluyendo el electoral, hoy deciden sacarlos, como si fueran simples animales. Ese desprecio, que duele tanto en quienes se fueron como quienes se quedan acechados por el miedo, vino acompañado de las más cruel violación a los derechos humanos, por parte de un régimen que está acostumbrado a hacerlo día a día con nosotros. La diferencia es que lo que antes creían un mito, porque nadie lo veía, hoy lo creen porque lo viven.

Ese mismo desprecio es el que han sentido los dos millones de venezolanos que han tenido que emigrar de su país por múltiples razones que apuntan a una misma causa: no poder ser venezolanos en su tierra. Y es que cuando se persigue gente por pensar distinto, cuando se arrebatan las propiedades que con sacrificio e historia familiar se levantaron, cuando se mata por cualquier razón porque la vida pasó a ser algo secundario, cuando roban y secuestran para quitar lo poco que en la nada queda, cuando no hay ni oxígeno en los hospitales, cuando lo que reina es el miedo en lugar de la tranquilidad de estar bien y poder cumplir metas y sueños, cuando todo eso se suma, la única conclusión, además de lo malévolo, despiadado e intencional de esas acciones, es muy simple: quieren que nos vayamos, nos desprecian.

Desprecian a todo aquello que sea productivo, que sea pensante, que sea formado. Desprecian a quienes critican, a quienes alzan la voz y quienes luchan. Desprecian a quienes tienen años aquí, viniendo de otro país, y los humillan como si todo su esfuerzo fuera tan fácil de derrumbar por el capricho del poder. Desprecian a jóvenes luchadores, a madres emprendedoras, a padres trabajadores. Desprecian a la familia, al punto de separarla, no sólo por posturas políticas, sino por la distancia que brinda ese viaje sin retorno llamado emigración.

Pero también desprecian a quienes se quedan, humillándolos, sometiéndolos y controlándolos. Los condenan a la miseria, al hambre y a mendigar lo que se pueda. Los obligan a sobrevivir con lo poco que ganan y lo mucho que gastan en un lugar donde el dinero se devalúa tanto como la vida misma. Su meta es hundirlos en la ignorancia, en la dependencia absoluta, en el desespero y en el miedo. Eso, sin lugar a dudas, es el mayor desprecio al que un país puede estar sometido.

Resulta indignante que señores como Roy Chaderton, apoltronado desde Washington como embajador de Venezuela ante la OEA y cualquier otra cantidad de cargos por los que cobra, pero por los que no hace nada, se dirija a los venezolanos y a los colombianos como si él tuviera una especie de luz divina para juzgar a quienes han llegado y quienes se han ido, defendiendo sólo al “chavismo y al madurismo” (en sus palabras) y no a todo un país por el que él debería estar representándonos y defendiéndonos. Es muy fácil para el Sr. Chaderton, además de humillar a su personal, decir que han venido millones de colombianos a Venezuela huyendo de un país que no les brindó ni las oportunidades ni la democracia, haciendo que nuestro país asumiera “la carga social” de recibirlos. Muy fácil denigrar y hablar en ese tono, ignorando los millones de venezolanos que han tenido que huir de un país que no les brindo siquiera la vida, aún cuando sus gobernantes se llenan la boca diciendo que este país es el de las oportunidades.

 Miles de venezolanos, quizá millones, están en Colombia huyendo de una economía de guerra fomentada desde el poder, que fue capaz de destruir vidas y prosperidad, alimentando al crimen y a los peores vicios, privilegiando la muerte y la mentira, por encima de la vida y la honestidad. Dudo mucho que los colombianos que hoy viven en Venezuela quieran eso y dudo mucho más que hayan huido de eso que dice Chaderton, con su tono prepotente y arrogante. Por algo son ellos, en gran medida, quienes se están devolviendo a su país…

Hoy son los colombianos los que reciben un poco de la medicina que nosotros, los venezolanos, tenemos viviendo por más de 16 años. Un poco tarde para que el gobierno de ese país reaccione y pida solidaridad y compañía, cuando su país vecino ha pedido a gritos apoyo y este ha decidido dejarlo solo, por la complicidad y la conveniencia del momento. Hoy cuando el gobierno de Colombia pide ayuda, los venezolanos recordamos cuando ese mismo gobierno nos cerró la puerta a la hora de denunciar las arbitrariedades que ya venía cometiendo Nicolás Maduro y su combo y que hoy ha traspasado la frontera.

Siempre lo advertimos, siempre lo dijimos y, finalmente, ocurrió. El respaldo del pueblo colombiano siempre lo hemos tenido, pero de su gobierno sólo hemos tenido silencio, el mismo silencio que parte de la región le dio hace unos días en la OEA, aunque eso también significa una derrota para la vencida y rancia Venezuela que otrora fue financista automática de solidaridades gracias al petróleo que hoy nos pasa factura.

Esa es nuestra verdad hoy. Somos un país sumido en el desprecio. Desprecio que vemos por doquier, que vemos incluso cuando nos tratan como simples votantes. Desprecio que inunda nuestras vidas al punto de hacernos sentir extranjeros en nuestro propio país y hacer de nuestro pasaporte la única ventana para respirar el aire que aquí, poco a poco nos quitan. Desprecio incluso hacia quienes piden que no se haga nada, porque distrae, porque hace daño, cuando el mayor daño ya está hecho y recuperarlo tardará décadas.

Este régimen tuvo la oportunidad de pasar a la historia como uno de los mejores del mundo, por las posibilidades de transformación que tuvo. Lo cierto es que ese no era su propósito, eso no les importaba. Sólo les importaba el poder, enriquecer a unos pocos a costa de la pobreza de millones. Un régimen que gobernando en nombre de la patria, nos la arrebató; que gobernando en nombre del país, nos destruyó; que gobernando en nombre del pueblo, lo aniquiló.

Hoy somos un país en la ruina y en la sombra. Optaron  por gobernar sembrando odio, división y destrucción por doquier. Nos hicieron creer verdades que sólo eran verdades para ellos. Optaron por hacer de la bala, del exilio, de la mentira y de la humillación, un gobierno capaz de despreciar a todos sus ciudadanos, quitándoles incluso esa condición, y volviéndolos presos de una cárcel que cada vez se vuelve más grande y más segura para no escapar de ella.

Así es como el desprecio gobierna, como paga. Así es como carcome las bases de una sociedad y de un país entero. Así es como hace que millones no tengan más opción que buscar otra casa, porque en la propia no son bienvenidos. Pero la historia hace pagar, no tengo dudas. Todo ese desprecio que hoy han esparcido como un virus, se les devolverá. Será la gente, tarde o temprano y quienes se atrevan, los que les harán sentir despreciados y, en un grito altisonante y contundente, les dirán: ¡No más!

Twitter: @Urruchurtu