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Un rumor de esos que nadie espera. Se escuchan murmullos y expresiones duras: “ahora sí, esto se acabó”. Lo anterior, se refiere a la noticia de que Venezuela, en pocas semanas, podría quedarse sin cerveza, debido a conflictos sindicales, a la falta de materia prima y a la agravada situación del país. Muchos consideran que eso significaría el final del gobierno y el punto final de la crisis. No sé qué creer…

Resulta contradictorio, una vez más, que sigamos poniendo el ojo en la consecuencia y no en la causa. El asunto no es que se acabe la cerveza; el asunto es que la cerveza, como otros muchos productos que han ido desapareciendo, es la víctima de un modelo perverso de controles a la economía, que así como a la sociedad, busca no sólo la destrucción productiva sino también la sumisión.

Algunos piensan que el final de la cerveza podría significar el final del gobierno. Hoy no estoy tan seguro. En un país donde a diario desaparecen cosas que nos hacían identificarnos, que nos unían, que nos hacían una nación normal, difícilmente que desaparezca un producto más, aunque emblemático, podrá causar algún tipo de crisis. Y es que la costumbre se ha ido apoderando tanto de nuestras vidas, que asumimos ya como normal lo extraordinario, y lo verdaderamente normal lo echamos de menos.

Situémonos algunos meses atrás: El “No, vale. Yo no creo” era la norma. “¿Libreta de racionamiento en Venezuela? ¡Ni que fuéramos Cuba!” y de pronto, captahuellas por doquier que todos aceptaron sin chistar, porque daba orden y porque había mucha gente desconsiderada que compraba muchos productos a la vez (como si eso fuera malo). Cosas como esas, aceptadas porque se piensa que no hay más opción, son las que me hacen pensar que hasta la cerveza (eso que forma parte del día a día, de la vía a cualquier viaje entre amigos y familia, de la parrilla mientras se consiga carne, del juego de béisbol y toda la temporada, del calor del mediodía, de disfrutar una cervecita “vestida de novia”) nos la robarán, nos cambiarán hasta en eso, como lo han hecho con todo.

Revisémonos como sociedad. Hemos dejado que nos cambien y cambien lo que nos unía, lo que nos hacía un solo país. La arepa se ha vuelto un hito a la supervivencia, y así, ha ocurrido lo mismo con miles de productos que eran venezolanos y que a duras penas consiguen sustitutos en los anaqueles, provenientes de otros países que seguro hoy se ríen de lo que somos y dejamos de ser.

Pero no todo es culpa de la sociedad. No es menos cierto que una gran parte de la dirigencia opositora tiene cuota en todo esto. Decir que van a cambiar las cosas, dejando todo como está, además de populismo, es un vil engaño. Son pocos los que han plantado postura firme frente a la defensa de la propiedad, de la producción, de la empresa privada. El régimen ha sembrado la semilla del odio en todo aquello que sea productivo del país, y parte del país ha comprado el discurso de que los empresarios son malos, cuando son estos parte esencial del desarrollo de una nación. También hay empresas que, por sobrevivir, han preferido caer en la destrucción que les ha impuesto el régimen. En lugar de pedir que levanten los controles, piden que se revisen los controles para que sean más eficaces. No hay control que resulte eficaz cuando es precisamente el control lo que condena a la destrucción.

Es fácil encontrar por allí declaraciones de algunos dirigentes que afirman que el problema no es el modelo político sino el económico, y que rectificando en materia económica, es posible que el país avance. Precisamente, como lo comentaba en un par de artículos pasados, la miopía política es la que nos condena al fracaso. No es posible entender el actual modelo económico sin comprender la naturaleza del modelo político, profundamente antidemocrático, que coarta las libertades y que condena a los ciudadanos a la sumisión y a la humillación, por medio de controles y políticas de Estado absolutamente crueles. No hay posibilidad de cambiar el modelo económico hasta tanto se cambie, de manera profunda, el modelo político. El problema es que el socialismo habita en el corazón de muchos, de lado y lado.

La cerveza, nuestro poder adquisitivo y hasta nosotros mismos estamos condenados a desaparecer, mientras no entendamos que ese es precisamente el propósito de quienes hoy usurpan el poder y han secuestrado al Estado. Mientras sigamos siendo pasivos ante tanto atropello, nos seguirán arrebatando todo lo que algún día nos hizo país, lo que algún día nos hizo Venezuela. Tenemos grandes oportunidades de cambiar esto, pero pasa por entenderlo así: que queremos cambiar.

Mientras sigamos aceptando como normal que todo lo que nos hacía refugiarnos en un país distinto esté desapareciendo, hasta desapareceremos nosotros y no nos habremos dado cuenta. El asunto no es la cerveza, no es la harina PAN, no la mayonesa o la mostaza; el asunto es que el modelo está pensado así: cambiarlo todo, destruirlo todo a cambio de favorecer y mantener en el poder al grupito que, con todo y sus nexos, no le importa en lo absoluto que el país mejore, y no les importa entregar lo que sea para seguir en el poder.

De seguir así, desaparecerá la cerveza y nos dirán que tomemos agua (mientras haya), nos dirán que la cerveza es mala, que el alcohol es malo, que las bebidas son malas, que el verdadero socialismo es aquel en que el pueblo pasa sed y hambre pero que lucha por la patria… ¿Lo más triste? Lo aceptaremos, y diremos que el gobierno caerá si se acaba el agua. Se acabará el agua, se acabará el país pero así, en esas condiciones, seguirá habiendo gobierno. Y seguirá habiendo gobierno por la pasividad de la sociedad, por la cobardía del liderazgo y por la resignación de los empresarios.

Pensémoslo en serio… Venezuela es más que pasividad, cobardía y resignación; Venezuela es mucho más que una cerveza…

Twitter: @Urruchurtu