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En estos días he estado reflexionando sobre una pregunta que me hizo alguien: “¿Por qué la oposición venezolana está dividida? Naturalmente, la percepción que se tiene hoy es el de una oposición dispersa, sumida en diferencias que muchos encuentran irreconciliables.

La verdad es que son muchas las cuestiones que pudieran explicar tal división. La primera, es entender que en efecto, al tratarse de una coalición democrática, la diferencia y el disenso son cruciales, sobre todo cuando convergen visiones e ideologías tan diferentes en su razón y manera de existir. Hablar de con un pensamiento único y unánime es terriblemente contradictorio. Pensar que Unidad es unanimidad, es terriblemente incompatible con los ideales democráticos. En segundo lugar, ciertamente aun cuando hay diferencias, se supone que hay un objetivo de común y ese objetivo común, al ser alcanzado, significaría la disolución de una coalición opositora cuya meta es derrotar a un régimen y recuperar las libertades civiles y políticas y, por supuesto recuperar la democracia.

Visto de este modo, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), entendida como articulación de intereses de cara a lo electoral, y mucho más que eso, no es más que un espacio coyuntural que, en el seno de una democracia vibrante, no tendría necesidad de existir, pues lo ideal es que todas las organizaciones que deseen medirse, compitan libremente. Allí podríamos encontrar la primera explicación a la división opositora: unos creen que la MUD es la Unidad, algunos piensan que eso significa Unidad para siempre y otros consideran que luego de alcanzar el objetivo, no es necesaria.

Pero hay un motivo mucho más claro que refleja las diferencias opositoras, más allá de su alcance el tiempo y de su razón de existir: la opinión sobre frente a qué estamos. Por un lado, algunos piensan que estamos en democracia y que por vivir en democracia, debemos actuar en consecuencia. Otros creen, acertadamente, que esto no es una democracia; que es una dictadura, moderna, afianzada en una serie de elementos que la han hecho adaptarse a los tiempos recientes, pero que posee elementos típicos de las dictaduras del pasado. Allí comienza el gran problema opositor.

Los que creen que esto es una democracia, evidentemente se afianzan en el voto como el motor generador de cambios (en efecto, en toda democracia lo es). El asunto es que afirmar que vivimos en una democracia “con fallas”, con “zonas grises”, con “déficit” o que “asfixia libertades”, es no reconocer que estamos frente a cualquier cosa, menos democracia.

Analice por un momento qué está pasando en Venezuela. Por un lado, censura, represión, tortura, presos políticos; por el otro, control social, inseguridad como política de Estado y un claro avance hacia un modelo de naturaleza totalitaria que no está nada lejos de consolidarse. Cuando usted sabe que por pensar distinto lo persiguen, cuando usted sabe que el miedo cobija su día a día, cuando usted entiende que todo lo que hacen es para que se acostumbre y sea sumiso ante el poder que sólo busca mantenerse a sí mismo, cuando usted comprende los nexos y redes a los que el régimen está vinculado de cara al crimen internacional, decir que vivimos en democracia es, cuando menos, un acto de irresponsabilidad.

Eso es lo que permite entender el porqué de algunas posiciones dentro de la oposición. Quienes vivieron dictaduras férreas en el pasado, por motivo propio o por testimonio cercano, consideran que esto no se parece en nada. En efecto, los tiempos cambian, la tecnología gana terreno y es más difícil que un dictador pueda comportarse como lo hacía hace 50 años. Los derechos humanos son una realidad cada vez más verificable y, con ellos, todo lo que haga una dictadura el mundo puede conocerlo al instante.

Es por ello que a lo que nos enfrentamos el día de hoy es conocido en los estudios de teoría política como “regímenes híbridos”. Estos regímenes, de profunda naturaleza autoritaria, necesitan validarse y legitimarse por medio de mecanismos tradicionalmente democráticos (elecciones, por ejemplo),  y así, mientras actúan de manera arbitraria y totalitaria, reciben por otro lado la legitimidad electoral que le da aceptación de cara al mundo y lo interno. Esa delgada y difusa línea entre una cosa y la otra es lo que no deja ver a muchos en la oposición que esto de democrático no tiene ni la intención. Al final, los estamos ayudando.

En nombre de la democracia, así como de la paz, se han cometido grandes atrocidades en la historia de la humanidad. Todos quieren ser demócratas, hasta los que no creen en la democracia, y por ello la necesitan. Así es como comprobamos que el gobierno necesita afirmar que ha habido 19 procesos electorales, como si la democracia fuera sólo votar, en un país donde la censura, por ejemplo, es la madre de los miedos. En esa trampa ha caído la oposición y es por ello que termina legitimando a una dictadura moderna, pues ambos utilizan el voto como muestra de democracia: unos para legitimarse, y los otros por creer que esto es una democracia común, en peligro o “con fallas”.

Mientras no entendamos en pleno la naturaleza del régimen, mientras no analicemos sesudamente frente a qué nos estamos enfrentando, mientras no dejemos de atacar a quienes han llamado a esto dictadura desde el primer día, siendo tildados de radicales y mientras no nos organicemos para enfrentar una dictadura de este tipo, lamentablemente seguiremos en el laberinto de las contradicciones. Así como las dictaduras modernas son vigiladas por las nuevas tecnologías, también éstas las utilizan para afianzarse de cara al resto del mundo, y nos llevan ventaja.

De nada sirve hablar de elecciones, simples y ya, si no entendemos quién está enfrente: una dictadura con absoluto control de todos los poderes, incluyendo el electoral, con las armas, con la represión y con la violación de derechos humanos como bandera y a la que no le importa nada, sólo mantener el poder en detrimento de la calidad de vida de sus ciudadanos y de verlos humillados. Por eso he sido reiterativo en cuanto a la necesidad de plantear las elecciones con otra visión, con otro matiz y exigiendo valientemente las condiciones necesarias para asistir, porque haciendo lo mismo que hemos hecho siempre, sólo terminaremos legitimando nuevamente a un régimen que necesita a una oposición que le valide su manera de verse reconocido en el mundo.

No habrá Unidad posible, como muchos la están exigiendo, si no hay claridad ni siquiera en el objetivo a vencer. Puede haber coincidencias en que la meta es recuperar a Venezuela, pero si no comprendemos al monstruo que nos toca derrotar,  y si nunca lo vemos como monstruo, difícilmente saldremos adelante.

No quiero decir que quienes conforman la MUD no sean demócratas. Ese no es el punto. El asunto es que gran parte de quienes están en la MUD creen que estamos en democracia, que es peor aún. La democracia hoy no existe, hay que rescatarla, y eso pasa por derrotar a la dictadura, pero reconociendo que es tal y que sin presión, sin plena conciencia de lo que significa y sin articulación de la protesta y de la resistencia (y todo lo que implica), seguirá consolidándose gracias a los demócratas con miopía.

Twiiter: @Urruchurtu