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La política representa, en sí misma, un sinfín de instituciones, símbolos y actos importantísimos que son objeto de análisis. Uno de ellos, por supuesto, es el voto; pero el voto entendido como una de esas instituciones que hace de la política una determinada y concreta acción.

Durante las últimas semanas, he escrito algunas apreciaciones que para muchos representan una oda a la abstención. Este artículo no trata de responder a esos argumentos; trata de justificar mi análisis que, en lo absoluto, pretende decirle a la gente que no vote. Por el contrario, el voto es una institución y, en nuestro país, como derecho, cada quien tiene la potestad o no de participar. Es una decisión de cada quien.

Pero partamos de dos premisas fundamentales: el voto es esencial para darle vigencia al sistema democrático y éste, en su función de elegir, trae consigo una serie de consideraciones: debe ser libre, universal, secreto y auditable, es decir, confiable, pues es un acto de libertad y confianza. Ahora, hablemos de dos verdades lapidarias sobre lo que vive Venezuela: ni estamos en democracia ni el voto es confiable. Entonces ¿de qué tipo de voto estamos hablando y para qué debemos votar? Esas deberían ser las dos grandes preguntas que todo político de oposición debería hacerse.

Desde su llegada al poder, el régimen supo cómo envolver a la gente y a las instituciones políticas en el falso mito del voto como exclusivo agente democratizador. En ese mito, se han construido las grandes mentiras y la gran legitimidad con las que el régimen, en sus actuaciones cada vez más alejadas de comportamientos democráticos, se hace llamar demócrata. Cada uno de esos 19 procesos electorales ha servido para legitimar a un régimen que necesita mantener su falsa imagen ante el mundo y ante parte de quienes vivimos en Venezuela. Desde entonces, lo único que han permitido es el pensamiento electorero.

Pero, ¿en qué se traduce ese pensamiento electorero? Muy simple: hacen de la dinámica del país una elección. Si no, analice todo lo que se hace nivel de gobierno: “gestión” para ganar próximas elecciones, no para cambiar las cosas de fondo. Y sí, tal vez usted podrá decir que un partido se mide electoralmente para acceder al poder, si no, ¿para qué se mediría? El asunto es que en Venezuela sólo funciona el pensamiento electorero, no el de la gestión a largo plazo.

El gran problema que eso tiene es que nadie se atreve a mirar más allá del próximo proceso electoral. Nadie se atreve a mirar diez años a futuro sin antes pensar que en ese período habrá, al menos, nueve elecciones. Y de esa manera, transcurre el tiempo, mientras el régimen se legitima electoralmente y mientras la oposición insiste en vender las elecciones como un digno proceso democrático, en un país en el que a duras penas la gente sobrevive.

¿A qué me lleva todo este análisis? Constitucionalmente corresponden elecciones parlamentarias este año. Algunos insisten en vender estas elecciones como un gran proceso de cambio, siempre ha sido así y los resultados no parecen variar. El gran asunto es que no se plantean las elecciones como corresponde. No es un proceso más, es EL proceso que puede permitir el comienzo de una serie de cambios profundos. Todos creeríamos que eso es posible pero, en verdad, esto sólo es posible si exigimos ir con condiciones que nos favorezcan. La gran tragedia electorera de esta nación, es que hemos optado por aceptar las condiciones de quienes favorecen, de manera evidente, a los que gobiernan. Creemos, además, que ganar una, dos o tres gobernaciones, por ejemplo, es un símbolo de derrota cuando en realidad parece una dádiva, una concesión de quienes se creen dueños de Venezuela.

De nada sirve vender un proceso electoral como el gran proceso si no hacemos nada por derrotar las condiciones adversas que tenemos en frente. Decir que sólo la participación masiva basta, es caer en el mismo engaño de todos los tiempos. No es posible ganar una elección sin la vigilancia, la organización y la presión para ganarla. No se trata de aceptar condiciones para creer que son derrotables tan sólo porque la gente vote. La historia ya nos lo ha demostrado en procesos recientes.

Elección tras elección, nos dicen que la siguiente es más importante. El elector recibe una cuota de culpabilidad ante resultados negativos, pero pocos en la dirigencia opositora asumen su responsabilidad: la de decir la verdad frente a lo que necesitamos derrotar. No se trata de derrotar a un gobierno, sino a todo un sistema que nos ha hecho víctimas y cómplices, con incentivos y trampas que lo único que han permitido es la destrucción por completo de nuestro país. Entre el fraude y el ventajismo hemos creído y aceptado que muchas elecciones y que mucha participación son sinónimo de democracia. Tenemos que ser muy cuidadosos sobre qué legitimamos con ese discurso.

Ciertamente la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) nació como una coalición electoral. El gran problema es que la MUD ha pretendido hacer de lo electoral la gran política opositora, traducida en inacción y en silencio, y sólo la lucha democrática cobra vigencia cuando hay elecciones en puertas. Caemos en lo mismo, en lo que el régimen ha querido: la visión electorera de la política, desvirtuando el valor verdadero del voto como institución.

Eso ha permitido un vil chantaje, basado en decir que la protesta  es incompatible con el voto, cuando en realidad son complementarias, y una mueve a la otra. Se pretende hablar de un cambio pacífico, constitucional y democrático, con las elecciones como principal símbolo, pero no se dice que la protesta es tan constitucional y democrática, en sus fines pacíficos, como lo es lo electoral. Por ejemplo, exigir condiciones electorales, de manera firme y enfática, es una forma de protestar. Calle y voto se necesitan si queremos ganar y cobrar.

El gran problema es que la política se ha vuelto electorera, porque así el régimen lo ha querido, mientras el país demanda una política de soluciones, de visiones a largo plazo y de responsabilidad frente al futuro. Venezuela es más que elecciones a cada instante. Mientras no entendamos lo trascendental de una elección y lo que debemos exigir de ella y ante ella, seguiremos siendo víctimas de la tragedia electorera. Seguiremos pensando en la política como obstáculos electorales, mientras el adversario cuenta con todo el aparato a su favor y no ve, ni en sí mismo, un solo obstáculo. No puede haber David contra Goliat, si no entendemos quién es Goliat.

Es hora de entender que el voto, en este tipo de regímenes de naturaleza totalitaria, si no se plantea de la manera correcta y con las condiciones idóneas, termina legitimándolos, porque sólo hablamos de elecciones, de eso y nada más, cuestión que ellos necesitan. Peor aún, el chantaje y lugar común  de aceptar el voto que impone el dictador, y la inmediata repulsión a la crítica, seguirán haciendo del acto electoral, más que una acto de libertad y de futuro, un acto de sumisión. Mientras sólo pensemos en elecciones, a su manera, y no en el país a largo plazo, seguiremos siendo víctimas, seguiremos haciendo del voto una mordaza.

Twitter: @Urruchurtu