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Ciertamente…de vez en cuando es necesaria una revolución. Es necesaria para que las élites tiemblen y puedan abrir los ojos, advertir las masas depauperadas que no tienen nada que perder y mucho por ganar si se unen y organizan. Cuando no se efectúan reformas a la par de las necesidades y de los tiempos, entonces  la posibilidad de correcciones violentas están a la vuelta de la esquina. Paralelamente, la ignorancia, la injusticia y la penuria constantemente han sido semilleros de demagogias populistas que prometen cambios que siempre sacrifican la libertad en el altar de la justicia y la equidad.  O como diría Lenin, es imposible una revolución sin una situación revolucionaria. Y aunque una revolución pareciera ser una idea, una perspectiva que pasa a la acción, en la mayoría de los casos son iniquidades y padecimientos o una circunstancia que consiguió un liderazgo megalómano.

Y las revoluciones que se instauran anunciando querer atacar los males puntuales olvidad que las personas no solo están para combatir lo negativo sino para producir, crear, innovar que es, paradójicamente, lo que produce progreso, riquezas, beneficios que al tiempo se convierten en privilegios, e inevitablemente pululan en iniquidades y todo tipo de injusticias. El poder para el liderazgo revolucionario no es un medio sino un objetivo. Intrínsecamente desconfían del ser humano y a su potencial individual. Los enemigos del estado son quienes pueden ser envidiados, despreciados por tener más que por ser. Personajes que por talento o por fortuna poseen medios para producir y se han enriquecido con sus esfuerzos, inventiva y constancia.

El origen pobre de los revolucionarios en el poder los hace auténticos hijos del pueblo, conectados con el sufrimiento de las masas, pero la hipocresía implícita hace que hasta los más radicales militares y jerarcas revolucionarios, hoy son potentados, ferviente practicante del nepotismo.

Fidel Castro decía que la revolución es una dictadura de los explotados contra sus explotadores,  y  posiblemente esa reseña fue cierta y hasta meritoria hace cincuenta años.  Hoy vemos que han remplazando a los explotadores.  Por esa hipocresía sobrentendida es que ninguna revolución ha logrado acercar a la humanidad un milímetro a la igualdad y la única justicia social que han logrado queda en retórica. Lo que si logran es permutar la burocracia, las instituciones y las leyes (y hasta el nombre del país) haciéndolo todo más confuso y presto a la corrupción. O como diría Kafka, toda revolución se vaporiza dejando solo el bodrio de una burocracia nueva.

El pueblo entero –la sociedad— que se le trata como un colectivo mortecino, termina siendo la primera víctima. Con toda iniciativa privada anulada (por ser vista como capitalista, burguesa, perversa y utilitaria), la sociedad queda despojada del elemento más vital para su superación. La sociedad ya no puede hacer lo que han hecho todas las generaciones humanas que es—edificar encima de las fundaciones del pasado.  Agotado el fervor del resentimiento tan revolucionario, la gente queda sin iniciativas, sin productividad y sin productores y mercados privados a los que reclamarle por productos, servicios o calidad.  Las tierras y las industrias expropiadas o nacionalizadas que ahora son de todos y no son de nadie, quedan arrasadas. De nuevo, vemos que la primera generación que produjo esta o cualquier revolución “necesaria”, están dispuestos a sacrificarse por la grandeza de la patria y la revolución. No tan así los hijos y los nietos que quedan condenados a ser empleados del estado y trabajar desganadamente por zombis por un salario de subsistencia.

Cuando el Estado pasa a ser un figurante todero en escenarios que ni domina, el único beneficiado –aparte de los delincuentes que se señorean—es el resentido marginal que con la ideología del inquina se deleita en el excremento de siempre a sabiendas que ahora todos, los que tienen el talento para superarse, enriquecerse, crear, innovar, todos!) sus conciudadanos comparten su inmunda suerte. Tenemos Patria.

En algún momento hasta las revoluciones más necesarias tienen que madurar, Sr. Maduro.  Y eso significa aceptar que sus momentos concluyeron.  La Unión Soviética y todo el Bloque de países que por medio siglo se entusiasmaron con el colectivismo marxista tuvieron, una a una, el coraje de ir relegando o diluyendo el fracasado modelo comunista hasta cancelarlo (con contadas excepciones sin derramamiento de sangre).  Hoy tenemos que la única nación que persiste en esta enajenación comunista es Corea del Norte (y no se incluye Cuba porque si se consideran las reformas políticas, económicas y hasta de terminología oficial de los últimos años, sumada al detante con los EEUU, son una admisión inequívoca del vencimiento de la ideología ya mencionada.)

Por perezosa, filistea e indolente, el sacudón que necesitaba la sociedad venezolana el siglo pasado (inició con un anulado golpe de estado militar en el 92’ y recuperado democráticamente en el 99’), ya hizo su efecto.  Era un “Por Ahora” que tuvo su hora y al que le llegó su hora de retirarse (lo más limpia y elegantemente posible).

La revolución del siglo XXI, mal-llamada “Bolivariana” tuvo su inicio, su apogeo, su decadencia y ahora es como el pescado que se deja días fuera de la nevera, apesta. El que tenga narices, que olfatee.

Además, si de revoluciones por causas justas se tratase… el pueblo de la Venezuela del 2015 tiene bastantes más causas justas para que una nueva revolución acabe con este gobierno que cada día es más despótico y corrupto que todas las generaciones que vivieron en la magullada democracia de la llamada—IV República (cuyos líderes pueden ser merecidamente embarrados con todo tipo de calumnias pero al menos tuvieron el digno sentido común de saber retirarse del poder como caballeros.)

Señor Maduro, renuncie.
@voxclama