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Soy de la generación de los noventa, específicamente de 1995. Los niños del ayer, los jóvenes del ahora y los constructores desde ya del país del mañana. Nacimos en medio de disturbios y tiempos de cambio, en Venezuela y en el mundo, entre muchas cosas por la llegada de un nuevo siglo, que traía consigo la ilusión de cosas diferentes e innovadoras, muy distintas a las atrocidades y convulsiones vividas en el siglo XX. Con esto no trato de decir cuál tiempo fue mejor o peor, solo que nacimos con la esperanza de un futuro distinto. Era eso que nos decían por doquier, “Venezuela es un país subdesarrollado en vías del desarrollo”. Era la promesa de un cambio. No se parece a lo que ahora vivimos.

El tiempo de los cambios llegó –seguro afirmaban muchos- a finales del siglo pasado y aunque si se presentó un cambio, no fue grandioso como se esperaba, aunque sí fue un cambio radical, resultó que no se parecía a la promesa que nos hicieron, un sistema que no encajaba en nuestra sociedad ni como queríamos vivir. Un atraso o –en palabras de un soñador- una pesadilla con la que aún estamos luchando.

El reloj no ha parado, los días han pasado y para sorpresa de muchos, el régimen no ha podido con nuestro sueño de libertad y progreso, que es mayor a la represión o a la censura. Es algo que nos mueve y nos saca una sonrisa de solo pensarlo, es la esperanza en su más pura expresión. Es la voluntad y las ganas de construir un país mejor, con oportunidades para todos.

Tan rápido ha pasado el tiempo que dejamos de ser el futuro de Venezuela y empezamos a ser el ahora. El cambio que esperan nuestros padres y abuelos, para cumplir su misión de vida en un país seguro y mejor, como el que ellos recuerdan siempre y del que siempre estarán enamorados. También será el legado que dejaremos a nuestros hijos –nuestro rastro en el mundo- nuestra huella por esta grandiosa tierra.

Cada día siento que estamos más cerca de lo que queremos alcanzar, de la primera meta. Con la que nos llenamos de optimismo y la que nos llena de fuerza para luchar, hasta cuando creemos que nos han vencido.

Salir a la calle, en el trabajo o la universidad, en el cafetín o en el transporte, se siente aires de cambio. La gente lo vive, aunque no todos lo expresan, es algo que compartimos, como la arepa o el buen humor, como Bolívar o el Tío Simón. Es un sentimiento real, pero que debemos seguir afianzando para que no decaiga y se vuelva contagioso.

Se dice que “nunca es más oscura la noche que cuando va a amanecer” y creo firmemente que estamos cerca de alcanzar este sueño que compartimos, con el que hemos crecido, de vivir algo distinto, algo mejor. No permitamos que nos roben la esperanza, ni las ganas de luchar. Es ahora el momento preciso de hacer HISTORIA.

Miguel Ángel Martínez

@MartinezMiguell

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