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Aún recuerdo aquel tristemente célebre Aló Presidente de 2002, en el que el difunto, pito en mano, despidió en cadena nacional a la alta gerencia de PDVSA. Trabajaba yo en ese momento en el sector público, y recuerdo que pensé “¿cómo va a hablar de ese modo el Presidente? Es la persona que más gente está escuchando en este momento”. Recuerdo haber discutido intensamente ese día porque yo no entendía como, alguien con esa potencialidad mediática, no la utilizaba para modelar en positivo, sino todo lo contrario.

Lo que yo no imaginaba en ese momento, era que esa puesta en escena formaba parte de un plan.

Esos primeros programas comenzaron a marcar una línea de orientación de por dónde venía el proceso de destrucción moral y espiritual que nos ha traído hasta donde estamos hoy día. No ha sido casualidad. La idea de que nos percibamos a nosotros mismos como miserables, que no merecemos más nada que lo que nos arrojan desde el régimen, ha sido delicadamente diseñada en función de generar en nosotros ese sentimiento de miedo, sumisión y conformismo que nos mantiene por largas horas en colas para lo más básico, que nos convierte en una suerte de momias pasivas que permitimos que nos marquen en el brazo como al ganado, o peor, como a los judíos en los .campos de concentración.


Honestidad versus cara’etablismo:

En promedio semanal, suelo pasar más tiempo en el carro que en ningún otro lugar. Hace unas semanas, me tocó llevarlo en grúa al taller. La primera impresión, maravillosa. Espacio organizado y limpio, aparentemente profesionales y serios. Diligentes para el diagnóstico, incluso para obtener los repuestos –carísimos, vale destacar- hasta ahí todo iba bien.

Los problemas comenzaron cuando, al instalar los repuestos nuevos y originales, el sistema no funcionó. Increíble. Todos sorprendidos. Pero bueno, algo debió pasar. Bajémoslo, revisemos y volvamos a subirlos. Igual resultado. Ya nos estábamos montando en el 6to día de taller, y ninguna respuesta. Lo insólito del caso, para hacer el cuento corto, fue la posición del dueño del taller, que no entendía mi prisa en que me diera una respuesta distinta a “no funcionó”, de cada día, o me llevaría el carro a otro lugar. Cuando finalmente logré hablar con otra persona distinta, 15 días más tarde, obtuve la respuesta que debió ser desde el día 6, “no sabíamos hacer eso”.


Respeto versus desfachatez

Llevamos meses intentando conseguir una cita con un médico especialista en rodillas para mi mamá. Finalmente, hace mes y medio, nos dan la cita para que vayamos el lunes de la semana pasada. Llegamos a la clínica con suficiente tiempo, y preguntamos por el consultorio del doctor.

el doctor no vino, está de reposo, lo operaron la semana pasada”. ¿Cómo? ¿Y por qué no avisaron? ¿Cuándo regresa? ¿Dónde está a secretaria? “noooo, la secretaria no vendrá hasta que no regrese el doctor”.

Lo peor del caso era la cara de sorpresa y desconcierto de la recepcionista ante mi insistencia en hablar con la secretaria, o con alguien que nos orientara acerca de cómo harían con las citas pendientes del doctor. De nada sirvió que hasta le dijera que era para preguntar por la salud del médico.


¿Qué tienen en común las anécdotas anteriores?

Hay muchos más ejemplos. Y muchísimo más crudos. Escogí dos, personales para que no me digan que los inventé, y sencillitos, porque no hace falta ilustrar con mayor drama lo que en sí mismo es una realidad dramática: la ausencia generalizada de referentes en los valores.

Nos sorprende que nos exijan el cumplimiento de nuestras obligaciones, y peor aún, agradecemos con creces cuando alguien simplemente cumple con su función. No digo que sobresalga en el desempeño, solo que lo haga ya es una excepción.

Nos hemos acostumbrado al maltrato, al abuso, y tememos reclamarlo. Callamos para no echarle más leña al fuego. Nos auto encerramos en la trampa de “evitar problemas”, en lugar de defender los derechos y cumplir los deberes.

Este régimen comprende perfectamente esta debilidad humana. Es más cómodo, por bajo perfil, no enfrentar. No reclamar. Pero eso nos confina a una vida gris, miserable, en la que estamos amarrados a los designios y decisiones de otros, y que va en contra de nuestra naturaleza emprendedora y libertaria. Es por eso que estoy convencida de que esta lucha que hoy libramos en Venezuela es por los valores y los principios.

Afortunadamente, cada vez somos más los venezolanos que hemos entendido esto, y a pesar de la permanente campaña desde el régimen por “borrarnos los registros de memoria” del pueblo luchador que somos, nos hemos mantenido con el espíritu libre, no han logrado encadenar nuestro corazón, nuestra convicción ni nuestro pensamiento.

Tenemos, por ello, la obligación de ayudar a romper las cadenas de nuestros vecinos, de nuestros amigos, de nuestros contrarios, incluso. Tenemos que seguir mostrando que sí es posible mantenerse como ciudadano libre en esta puesta en escena de terror con la que nos quieren acallar y anular. Que sí es posible elevar la voz para rechazar el abuso, la invasión de nuestras vidas, el intento de imposición de una realidad importada, que no nos corresponde. Es una tarea urgente y cotidiana.

Ya el difunto no está. Eliminar su herencia de destrucción, deformación y odio es uno de los más profundos retos que tenemos enfrente. Sus sucesores intentan emularlo y mantienen permanentemente ese discurso distorsionado, altisonante y vil en un ritmo de 24 x 7. Pero nuestro espíritu libre puede más, y no abandonamos ni por un segundo nuestra convicción de fondo, de organizarnos y articularnos para construir juntos una Venezuela distinta, en LIBERTAD; en un Estado democrático de Derecho, para que los venezolanos prosperemos, con confianza entre nosotros.