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Cuando el 30 de octubre de 2007 el Comité Ejecutivo de la FIFA designó a Brasil sede del Mundial de Fútbol de este año, el mundo empezó a imaginar un evento sin precedentes, un carnaval que duraría muchos meses. Nadie anticipó que, a pocos días del inicio de una de las citas deportivas más importantes del planeta, el caos y la incertidumbre se iban a apoderar del país más grande de la región.

No se puede negar algunos logros del gobierno de Luiz Inácio “Lula” Da Silva entre 2003 y 2010, especialmente los relacionados a la economía, la pobreza y la inseguridad. Tras ocho años de gobierno, su país creció a un ritmo promedio de 4,1% anual, pagó toda la deuda que tenía con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y redujo la tasa de desempleo de 10,5% a 5,7%. Pero la lucha más importante fue la que su gobierno libró contra la pobreza y su gran conquista fue el haber sacado de esa condición a casi 30 millones de personas. Lula culminó su último mandato con un 87% de popularidad.

Sin embargo, ni bien su sucesora, Dilma Rousseff, asumió el poder, empezaron a verse algunas costuras para muchos inimaginables del “modelo brasileño”. Los primeros escándalos de corrupción empezaron a aparecer e involucraron a los más cercanos colaboradores de Lula en el caso conocido como mensalao, que incluso incluyó una investigación de la Fiscalía de Brasilia al expresidente y a otros altos dirigentes de su partido, el Partido de los Trabajadores (PT). El exministro, José Dirceu, brazo derecho de Lula durante su primer gobierno, fue sentenciado a diez años de cárcel como creador del esquema de corrupción. Algunos miembros de la cúpula del PT también fueron condenados y otros juicios aún siguen abiertos.

El “modelo brasileño”, ese que algunos llaman “un socialismo bueno” y que es admirado incluso por algunos líderes en Venezuela, atraviesa hoy una crisis existencial. Los últimos meses se han caracterizado por una convulsión social que se ha intensificado en los días más recientes. La semana pasada los conductores de buses, la Policía Civil, agentes de la Policía Federal, trabajadores de 30 museos públicos, profesores de redes municipales de educación y muchos otros sectores se sumaron a una huelga que agita ese país desde abril y se profundiza a días del Mundial. Todo esto, además de los escándalos de corrupción, evidencia que los logros obtenidos no son suficientes para satisfacer las aspiraciones de los brasileños.

Aunque los principales motivos de esta revuelta social son dos: el excesivo gasto en la organización del Mundial y la corrupción que caracteriza a ese gobierno, si se analiza este fenómeno con mayor profundidad, Brasil cosecha hoy el fruto de años de discurso demagogo y populista. Ese que creó una sociedad cómoda que cree que su bienestar es responsabilidad del Estado, y que el rol del ciudadano es reclamar lo que “merece”.

A días de lo que debería haber sido la celebración más importante de los últimos años, Brasil vive hoy días de mucha angustia. Lo que ocurra en las próximas semanas, incluso a nivel deportivo con su selección nacional de fútbol y en relación a la organización del evento, puede tener consecuencias muy importantes en las elecciones presidenciales del próximo 5 de octubre, cuando los brasileños deberán elegir si continúan con un modelo que luce agotado. (www.guayoyoenletras.com)

Miguel Velarde