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I

El martes pasado en la tarde, llovió en Caracas. Como suele suceder, la ciudad se volvió un caos con el tráfico, «no puede caer una gota de agua que todo se tranca», era el comentario más escuchado en las colas.

Pero yo no pensaba en las trancas. Por el contrario, no podía dejar de pensar en los jóvenes de los campamentos, sus carpas, sus pocas pertenencias alli, el frío, la humedad en la noche…le pregunté por el celular a medianoche a uno de ellos que cómo harían, y su respuesta -siempre esperanzadora- «mi carpa se inundó, pero mañana con el sol se seca rapidito». Quién me iba a decir, que unas horas después, los arrasarían como a una plaga, con una saña y violencia que nunca habíamos visto en Venezuela. No dejo de pensar con angustia en su mamá, que no es de Caracas, sabiendo que su hijo está en el Core 5, esposado como un delincuente, por el solo hecho de querer soñar un país mejor, y no quedarse en su casa esperando a que alguien le convirtiera en realidad su sueño, sino que asumió su responsabilidad, y lo salió a buscar él mismo a la calle.

II

Crecí en una familia trabajadora. Hija de inmigrantes, que salieron de su país al nuestro, huyendo de un país devastado por la guerra, buscando oportunidades para fundar su familia, y trabajar en esta tierra con toda su fuerza y su alma, y seguir aquí aún hoy. Pienso en mi madre, que tiene más años aquí en Venezuela que los que vivió en la tierra en que nació, que hace las mejores hallacas del país, y que no se quiere ir de él. Una mujer que a pesar de haber perdido tempranamente a su esposo y a su único hijo varón, nunca ha dejado de trabajar, no se ha rendido ni un día, ni un minuto, nos ayuda a todos, y a los que vengan a casa, y que merece vivir tranquila, a sus casi 80 años. Con ella aprendí el valor del trabajo honesto y de la entrega, y la convicción de que solo con el esfuerzo propio podemos prosperar.

III

Me viene a la mente la imagen de Angelly, esposada a su cama en el hospital de San Cristóbal, como delincuente peligrosa, toda destrozada por dentro de la golpiza que le dió la GNB…pienso en el dolor de su madre, pero también pienso en ella como futura madre…¿podrá llegar a serlo después de tanto golpe y tanta brutalidad? Escucho su vocecita con acento gocho hablando en el video rudimentario que grabó, leo su carta…su espíritu no fue golpeado, gracias a Dios!

IV

Pienso en Mariana Ceballos, que falleció atropellada en Valencia, que mañana no podrá abrazar a su hijo de 4 años; y en Rosa Orozco, la valiente madre de Geraldine…pienso en Marvinia, que tuvo un poco más de suerte, y que podrá explicarle algún día a su hijo de 7 años, por qué la GNB la golpeaba en la cara con el casco con tanta furia, y sin piedad. Pienso en la mamá de Bassil, de Wilmer, en tantas otras…pienso en Massiel, que lo único que hizo fue dejar por un momento su trabajo para alertar de una situación irregular…que se le devolvió como un bumerang de color rojo, para convertirla ahora en una procesada por terrorismo…

V

Miro la frase en la franela de uno de los jóvenes detenidos en el madrugonazo brutal a los campamentos: «Las madres en Venezuela paren héroes: se llaman estudiantes»…y voy más allá, ellas son las heroínas realmente, porque supieron transmitir a sus muchachos los valores, principios, convicción y determinación para que hoy den la cara por ellas, y por todos nosotros…una amiga angustiada me pregunta: ¿cómo es posible que esos muchachos «los dejen sus madres» dormir en los campamentos? Mi reflexión como respuesta, es que sería una contradicción pedirles que no fueran, cuando les enseñamos a luchar por sus derechos, ¿no? Con el corazón arrugado, nomás nos queda aconsejarlos y rezar por ellos…

VI

Quisiera llenar estas líneas de tantos ejemplos de madres cuyo valor, entrega, lucha y amor por nuestro país me llenan el corazón de orgullo. Como madre, siento una mezcla de dolor y de emoción, pero sobretodo, de compromiso, porque cada caso, cada historia, trae consigo un fogonazo de luz en esta oscuridad que nos quieren imponer…Como hija, siento rabia e impotencia de no lograr más pronto que acabe esta pesadilla para mi madre, y todas las demás madres que no duermen con la angustia…hoy, por ejemplo, solamente en este proceso de lucha por la democracia y la libertad, hay casi 3.000 madres cuyas vidas más nunca serán las mismas…

#LucharHastaVencer

Por eso, no puedo, no me sale, ni logro imaginarlo, abandonar esta lucha. Es mucho lo que está en juego, nos estamos jugando la República, la Libertad, la Democracia, pero por sobre todas las cosas, es un deber, se lo debo a todos los jóvenes que salieron a las calles a luchar por su futuro, y más aún, se lo debo a sus madres, que les inculcaron esa fuerza, y que en silencio rezan cada segundo, para que sus hijos regresen a salvo con ellas.

Catalina Ramos