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Si algo ha caracterizado al régimen que ocupa el poder en Venezuela en estos últimos 15 años, es la personalización de las instituciones por parte del gobernante de turno.

Si bien esto tuvo su máxima expresión en el ejercicio de la Presidencia por el finado autócrata, y lo cual obedecía al típico culto a la personalidad, propio de caudillos como Hitler, Trujillo, Fidel, Stalin y otros dictadores, este comportamiento fue permeando a otras instancias del poder como gobernaciones y alcaldías.

La obsesión por la omnipresencia, a través de su imagen y mensajes, de gobernadores, alcaldes y otros funcionarios menores, los ha llevado a costear con dineros públicos e impuestos de los ciudadanos, costosas campañas publicitarias a esta especie de liderazgos narcisistas, que van desde colocar sus rostros en papeleras, camiones de basura, vallas, pantallas electrónicas, autobuses del transporte público, hasta el extremo de promocionarse en las ambulancias de nuestro tan golpeado sistema de salud. Ni que decir del costo de mantener semanalmente programas de radio, TV y cuñas publicitarias para contarnos lo que hacen o dicen que van a hacer.

El afán de algunos gobernantes de marcar territorio o dejar huella, pintando cada obra o edificación pública con los colores del partido de su militancia, cambiar el escudo de un municipio o añadir frases a este, así como a través de una valla dar la bienvenida a una ciudad colocando al lado del nombre de esta la ideología de quien la gobierna, ralla en lo inmoral y además resulta contradictorio, toda vez que en sus campañas electorales ofrecieron gobernar para todos. En este sentido, las ciudades no son ni socialistas, ni progresistas, ni socialcristianas, ni socialdemócratas. No. Nuestras ciudades agrupan a individuos de todas las corrientes de pensamiento y la mayoría de votos que lleve a alguien al poder no le da el derecho a etiquetar ideológicamente a sus ciudadanos.

Los gobernantes deben entender que son pasajeros y que han sido elegidos provisionalmente para cumplir una tarea, pero que la institución llámese Presidencia, Gobernación, Alcaldía u otra, son de carácter permanente y que no pueden estar reacomodándose en lo que a símbolos, colores e imagen en general se refiere, a los caprichos e intereses de quienes las ocupan. Hacer esto es desconocer la historia e identidad de nuestras instituciones.

Pareciera que su carrera por la reelección del cargo que ostentan comenzara desde el mismísimo día de la toma de posesión, sometiéndonos a una constante promoción de su figura y olvidando que la mejor forma de venderse es a través de una eficiente gestión en la administración de la institución que le fue confiada por los electores.

Lo anterior lamentablemente no es exclusivo de una determinada corriente de pensamiento de quienes administran el poder, y en este sentido la vigilancia y condena por parte de los ciudadanos a las conductas que tienden a esta personalización de la institución publica por el gobernante, debe ser enérgica y contundente. De no ser así corremos el riesgo de convertirnos en una masa que abala ciegamente dichos comportamientos, dejando de ser ciudadanos críticos y con el derecho a exigir a quienes les confiamos nuestro voto, romper con las perversas prácticas utilizadas por aquellos a quienes hoy relevan en sus cargos.

JOSE ANTONIO VEGA C.
@JoseAVega