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El profesor de la Universidad Simón Bolívar, especialista en políticas lingüísticas, asegura que debido al discurso gubernamental hay un empobrecimiento cognitivo del venezolano.

“Dignificado” en vez de damnificado, como si la palabra cambiara la condición de quienes se quedaron sin hogar. “Bolivariano” para calificar a los oficialistas, “antibolivariano” para referirse a los opositores, como si para ser hijo del Libertador es requerimiento ser chavista. “Escuálidos”, “apátridas” y “parásitos” a quienes son adversarios del gobierno, minimizando su condición a lo más bajo.

“Sabotaje” para justificar lo que muchas veces no es más que negligencia estatal.  “Guerra económica” patentó el presidente Hugo Chávez y repite el actual mandatario Nicolás Maduro, como si la crisis fuera culpa de otros, específicamente del enemigo: el “imperio”.

Por más de 14 años, la revolución ha creado su propio lenguaje. Ayer, en Siete Días, se reseñaron  muchas de las palabras de ese “diccionario del chavismo”. Al respecto, el profesor de la Universidad Simón Bolívar y especialista en políticas lingüísticas, Carlos Leañez Aristimuño, reconoce que hay un uso intencional de la lengua por parte de los principales voceros gubernamentales, en especial Chávez y Maduro.

“El ataque a través de la lengua es el camino más certero del gobierno para tener a la población no solo con la cabeza gacha, sino contentos con esa situación de tener la cabeza gacha”, dice.

–¿Qué caracteriza, a su juicio, el lenguaje del chavismo?
–Un régimen que busca no solo gobernar sino tener control social necesita controlar la lengua porque ella es la llave de nuestras percepciones. Un régimen que controla la lengua busca ser el decodificador, torcer las percepciones para que la población vea lo que quiere que vea, piense como él quiere; deje de pensar, incluso. Puede sonar radical, duro, pero eso está en marcha, no sé si como proyecto articulado. Los resultados están a la vista: hay un empobrecimiento cognitivo del venezolano; es más pobre, cognitivamente hablando, que el venezolano de la década de los setenta.

–¿Cómo se define esa pobreza cognitiva?
–La comprensión lectora está postrada, el venezolano no entiende lo que lee. Cuando la gente no está expuesta a la lengua escrita tiene muy poca posibilidad de articular un contradiscurso, está a merced del discurso imperante. El poder actual silencia medios y mensajes alternativos, tiene el aparato educativo debilitado, envuelve todo en un relato que no es otra cosa que una gesta de guerra.

–¿El discurso gubernamental es bélico?
–De acuerdo con el discurso del gobierno, estamos en guerra. Entonces, no somos como las sociedades prósperas donde hay proyectos que generan democracia, riqueza y paz. Acá  estamos en un relato de guerra a través de la palabra. Eso hace tolerable a la población todas las cosas que no funcionan. Todos son hechos lingüísticos: si estamos en guerra ¿cómo no va a haber huecos en las calles, desabastecimiento o colas para comprar productos? El discurso de la guerra da sentido a todo eso, es una guerra simbólica, a través del lenguaje, por ahora, pero esas batallas preceden a las reales. Ante la quiebra de todos los indicadores, el gobierno busca superponer su relato sobre la realidad. Le dice a la gente: “Quienes te cortan la luz o te hacen pasar hambre no somos nosotros, nosotros somos los que estamos en la resistencia contra el imperialismo”. Se usa la palabra para torcerlo todo.

–¿Las palabras logran crear realidades?
–Octavio Paz decía: “La palabra racional es nuestra única defensa contra el monólogo del caudillo y la gritería de la banda”. Aquí hay un caudillo y el sucesor de un caudillo. Un monólogo implica que el otro no existe y si a esa capacidad monologante se une la postración del aparato educativo, la capacidad de la población de discernir se empobrece. La población ve lo que ellos quieren que vea. El fanático es alguien que ha cerrado todos los canales cognitivos. Durante la república civil nos acostumbramos a que había un debate, pero actualmente hay un torcimiento de la realidad, una manipulación de símbolos. Por eso es urgente para la república que encontremos el camino hacia el diálogo y la palabra racional.

–¿Cree que la oposición ha logrado contrarrestar el discurso del gobierno?
–La oposición no puede ponerse en el plano del gobierno. Si la insultan, no puede devolver los insultos. Si pretende ser una alternativa, debe salirse del torneo de ofensas, pues así le está haciendo coro al proyecto. Los proyectos totalitarios funcionan si sus adversarios actúan como ellos quieren que actúen; si los insultan es perfecto para ellos. Entonces, a la oposición le toca tener un lenguaje firme, pero que no use el insulto sino la argumentación, que es el ejercicio del pensamiento. Hay líderes de la oposición que se han puesto en el mismo plano que los del gobierno, eso forma parte de la cultura machista. Actualmente quienes están construyendo una palabra más incisiva son mujeres, ellas se salen del círculo de los gallitos. Y sabemos cuál es el final de las peleas de gallos.

–¿Cómo actuar ante la hegemonía del discurso gubernamental?
— Nunca hemos estado sometidos a tantos mensajes y a tanta manipulación de un emisor único. Pero ese poder no tiene argumentos. El poder no le da la palabra a la prensa disidente, no se somete al escrutinio de la razón, a lo que más le teme el poder es a una discusión racional, al someterse a ella quedaría desmontado su relato.