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Cualquiera que comience leyendo este post podría pensar que se trata de eso a lo que ya estamos acostumbrados: la implantación del silencio por parte de quienes han gobernado durante los últimos años y que, sea como sea, buscan callar a todo el que busque mostrar un país que cada vez es más evidente. Pero me refiero a otro silencio, ese que define la delgada línea entre el miedo y la complicidad…
Nadie se atreve a cuestionar el liderazgo consolidado por Henrique Capriles, del saco de votos que lleva a sus espaldas y de lo que realmente ocurrió el pasado 14 de abril. Pero de poco sirve que nadie dude si quien tiene la verdad en sus manos no la toma como bandera de lucha.
El silencio se ha ido apoderando, una vez más, de los espacios. El país parece desmembrarse entre falsos discursos, deudas y una soberanía que de soberana sólo tiene la palabra. Las próximas generaciones están comprometidas sin saber el porqué. Sólo tocará decirles «eso alguna vez fue tuyo, fue mío, fue de todos». Y ante eso, todos se preguntan lo mismo: «¿qué hacemos?».
Otra vez lo electoral define la agenda, arropa al país, trayendo un problema permanente de gobernabilidad en el que todo, absolutamente todo, gira en torno a una campaña y una elección, dejando de lado el bienestar de los ciudadanos. Es «temporada de promesas», como dicen algunos por allí.
Muchos olvidan que gran parte de las personas que votaron por un cambio el 14A, lo hizo por la simple esperanza de dejar de callar. Hoy no sólo siguen en silencio por esa delgada línea que mencioné anteriormente sino que quien los motivó a dejar el mutismo, hoy les pide voz silente pero a su vez, irónicamente y bajo un manto de dudas, les ruega: «vayan a votar el 8D».
Hemos de suponer que esto obedece a una serie de objetivos claramente definidos. Eso está bien, es plausible dentro de la madurez que ha adquirido la alternativa democrática durante los últimos años. El problema parece estar en que sólo lo sabe la dirigencia, quien tranquilamente infunda más mudez entre quienes esperan una voz.
Podemos inferir, también, que se trata de un progresivo desgaste del Gobierno, donde el inexorable paso del tiempo hará que todo se solucione. Eso también es válido, pero algunos olvidan que a quien pretenden desgastar es precisamente el que ostenta el poder, lo que le permite alargar la agonía e incluso sobrevivir. No se puede jugar a eso sin ser creativos, sólo refugiándose en el silencio y en 140 caracteres. Peor aún, menos podemos entender que justo cuando ronda la autocensura y el bloqueo por parte de los medios que han decidido enmudecer, se busque acrecentar el silencio.
Lo más preocupante es que existan, dentro de esa alternativa democrática, líderes dispuestos a alzar su voz y que sea la propia alternativa la que les diga «no es el momento de hablar». ¿Es que acaso la lucha de estos tiempos no era precisamente en pro de pensar y expresarnos libremente? ¿Qué se le dice a aquellos que, sin entenderlo, vuelven al silencio porque es lo que dicta el sosiego?
Por ejemplo, ha habido una impecable gestión internacional sobre lo ocurrido en Venezuela en abril, logrando la atención y el respaldo de pueblos y parlamentos de América y el mundo. Sin embargo, eso no es coherente con la agenda interna, silente, arropada por lo electoral, envuelta por lo de siempre. Siendo esto así ¿cómo podemos pedir el apoyo internacional si en el exterior ven a un país normal donde no ocurre nada? Es lógico que quien ve una nación normal decida apoyar a su gobierno electo y no a quien dice que el país agoniza. Pareciera que las denuncias de un fraude quedaron sólo en eso, en papel y la esperanza que este brinda, como si fuera la única.
No ser silenciosos no supone violencia, caos, enfrentamiento. Pero estar callados tampoco admite complicidad, conformismo y, peor aún, el «pronto pasará algo». ¿Que el 8D trae una oportunidad? Indudablemente, bajo el riesgo de que pese a tener victorias locales importantes estas carezcan de aliento gracias al conflicto nacional del poder, lleno de dudas y de quienes no hacen nada por erradicarlas con la verdad. Todo esto genera una gran disonancia sólo comparable con la que el silencio nos ha convidado.
Con todo esto, preferiríamos creer que lo que se busca con la participación del 8D es lograr un resultado abrumador, en medio de una elección plebiscitaria, que le permita a la alternativa democrática avanzar en torno a una Constituyente, un revocatorio o cualquier otra cosa que toque hacer. Quisiéramos pensar eso aunque la dinámica nacional nos esté demostrando otra cosa.
Por ahora nos corresponde seguir siendo militantes de la paciencia, firmes con el propósito y el objetivo común planteado por la Unidad, centrados en un país que nos necesita pero entendiendo que se trata de una resistencia, de hacernos escuchar en medio de tanto silencio pese a que, como dijo alguien por allí, “lo peor que pueda pasar es que no pase nada”.
 Pedro Urruchurtu es del equipo internacional de Vente Venezuela
Twitter: @Urruchurtu