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Somos una generación nacida en democracia, beneficiaria de las luchas y conquistas acumuladas del pasado.

Quienes creyeron que el 23 de enero de 1958 marcaba el fin de la última dictadura en Venezuela, se equivocaron.
Quienes creyeron que una camarilla político-militar más nunca nos impondría una autocracia por la fuerza, el terror y el chantaje, se equivocaron.

Quienes asumieron que solo la democracia y la libertad eran aceptables para los venezolanos, y que sin exigirnos nuestra cuota de sacrificio, riesgos y heroísmo, eran herencias imperecederas que les legaríamos a las siguientes generaciones, se equivocaron.

Perpetuando la violación de la Constitución, incitando el fraccionamiento social, propugnando la corrupción y la mentira en sus formas más extensas y perversas, el 10 de enero se ha configurado un Gobierno usurpador que aclamando una revolución antirrepublicana y excusándose con querer servir al pueblo, ha puesto al pueblo de rodillas, regodeándose en eso de “rodilla en tierra” –una para disparar mejor, o a dos rodillas para mendigar mejor.
Hoy, quienes han usurpado el poder nuevamente recurren a legisladores y eruditos en jurisprudencia, dispuestos a modificar las leyes y la Constitución para perpetuarse.

Hoy, somos testigos de la aniquilación gradual de la libertad –en todas sus expresiones: el derecho a la propiedad, a la protesta, al trabajo propio e independiente, a la libertad sindical, a la autonomía universitaria, y hasta la libertad de pensamiento y expresión. Hasta ahora, esta destrucción de las libertades ha sido gradual, metódica, a conveniencia, para irnos domando, y para mantener las apariencias y poder aceitar su perversa maquinaria propagandística de la distorsión, la hipocresía y la mentira.

Nuestra generación hoy reconoce, y se inspira en la gesta del 23 de enero de 1958. Ayer como hoy, enfrentaron con arrojo un régimen opresor que parecía todopoderoso.

Hoy, nosotros, al igual que entonces, nos confrontamos a nuestra propia encrucijada. Son tiempos de resistencia, tiempos de rebeldía. Son tiempos de esperanza. Hemos aprendido: la libertad se conquista, cada día, por cada generación.

Por eso cada uno de nosotros se enfrenta a una decisión intima, personal, intransferible. Una decisión que marcará cada vida y el destino de nuestra nación.

Las únicas tres opciones son huir, sucumbir o insurgir. Huir; ignorando tu conciencia o abandonando tu tierra. O sucumbir; haciéndote un servil mendigo más del Gobierno. O, insurgir; que es creer en tu propio potencial y en Venezuela que colmada de posibilidades pacientemente está esperando que sus habitantes nos atrevamos a ser lo que podemos ser.

El espíritu del 58´ está vivo.
Vente Venezuela.