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Existe una angustiosa banalización del debate público en Venezuela. Puede argüirse que el fenómeno es de vieja data, pero también es cierto que sólo en el presente siglo ha adquirido una profundidad tal que avisa de un proceso de descomposición de la política y de los modos de hacerla que tiene por último y único beneficiario al régimen socialista que, además, monopoliza casi todos los medios de comunicación y tiene como prioridad el financiamiento de gigantescas campañas de propaganda y de publicidad, además del gasto militar.  Es escasa la calidad de las discusiones, porque – además – existen sectores nominalmente de oposición, distinguidos por la atención y los favores de Nicolás Maduro, que hacen los aportes correspondientes a esta suerte de “pote” para confundir permanentemente a la opinión pública.  Así, funcionan los laboratorios en las redes sociales que inventan un escándalo que sucede al otro, y los planteamientos y las denuncias más sobrias, añadidas las propuestas más concretas, tienen que competir deslealmente con las mentiras prefabricadas, los famosos “fake news”, los estigmas más obscenos, las invectivas más disparatadas. Por más serios que sean los temas tocados, como ha ocurrido con las firmes posturas de la Fracción 16 de Julio, corren con el riesgo de la tergiversación y de la evasión, aunque también – porque hay ciudadanía en nuestro país – encuentra las certezas, el respeto y la adhesión  de una audiencia atenta, consciente y decidida a  impulsar las transformaciones históricas del momento.

Cuando Hugo Chávez decidió arbitrariamente la salida de Venezuela de la Comunidad Andina de acciones (CAN), por razones enteramente ideológicas y ajenas al interés nacional, por supuesto, no hubo el debate necesarísimo del parlamento y tampoco el referéndum consultivo al que estaba obligado. La Asamblea Nacional era una obscena oficina subalterna de Miraflores que se limitaba  a darles las habilitaciones presidenciales que les exigía, a cumplir con el ritual de avalar el nombramiento de sus embajadores y cualesquiera funcionarios que ordenaba, y a aprobarle el presupuesto, las leyes de endeudamiento y, faltando poco, a concederle el chorro ilimitado de  las autorizaciones  para los créditos públicos fuer de todo control. Al respecto, valga acotar, esos diputados que alzaron la mano para el saqueo de las finanzas públicas, son o serán también reos por  la comisión de los delitos correspondientes.  Ello incluye a toda la ralea de magistrados del TSJ que le rieron la gracia al barinés y a su sucesor, cuya nacionalidad verdadera nadie conoce, porque  de la Sala Constitucional rebotaron los recursos de amparo interpuestos, en el caso específico de la CAN,  como aquella decisión de julio de 2006 que aseguró temerariamente el carácter potestativo del otrora  presidente, en Consejo de Ministros,  violentando el artículo 153 constitucional (puede verse:  Antonio Canovas y otros, “El TSJ al servicio de la revolución”, Editorial Galipán, Caracas, 2014: pág. 230  s.).

Reza el dicho popular que hay que hacer de tripas, corazón. Sabemos de la multiplicidad y de la complejidad de los problemas que afrontan las misiones diplomáticas de la encargaduría presidencial de Juan Guidó. La diáspora venezolana es también puntera en una difícil agenda de trabajo, por citar un ejemplo. No obstante, existe asuntos de Estado que están muy pendientes, como el del regreso a la CAN, echándolas bases de una transición convincente y realmente de cambio. No debemos permitir que la deliberada banalidad de la discusión política, la devore o la sepulte. Cuando meses atrás hicimos el planteamiento,  aún antes de que fuese sugerida la materia en una sesión plenaria y presencial de la Asamblea Nacional, esperamos la materialización de la iniciativa en el seno de  la Comisión de Política Exterior del parlamento, el intercambio real de pareceres, la pronta asesoría de los expertos y, para quienes nos encontramos en el exilio forzado, la convocatoria de sendas reuniones de trabajo que vayan más allá de las cumplimentadas o eventuales ruedas de prensa y del selfie de oportunidad. Combatir la superficialidad del debate público, fuerza a la profundidad de una discusión que por siempre esperan los venezolanos.