(San Felipe. 17/02/2020) El comportamiento antiético evidenciado últimamente en algunos actores políticos, independientemente de su color identificativo, ha causado profundo dolor en el alma venezolana y desconcierto en la comunidad internacional.
Aun así se encuentra vigente la idea de abrir una nueva etapa en la estrategia de desmontar al régimen del poder, a través de la construcción de la fuerza liberadora internacional capaz de cercarlo, neutralizarlo y extraerlo de raíz. Eso sí, sin más rodeos ni ensayos, hay que operar ya; lamentarse sin actuar con contundencia, constituye un error de tiempo y una pérdida de esfuerzo.
La corrupción es un germen potenciado que persigue aniquilar las instituciones de cualquier sistema de gobierno, socavando los cimientos cívicos de una nación. Pero también es un pus que brota del mal proceder humano en cualquier orden de la vida. Puede calar en los tuétanos de cuantos poderes públicos y también entre las paredes de la cocina de la casa, una vez que el cocinero sustrae los alimentos para beneficio propio o de un tercero, o bien, desvía los recursos destinados a su adquisición y en su lugar, con ellos termina comprando efectos para sí.
No obstante, nos gana la idea de que cualquier forma de corrupción se neutraliza con una impecable formación de hogar. Cuando el individuo crece dentro de los límites de una sólida pirámide de valores, los grillos de la conciencia atormentan la más imperiosa necesidad de hacerse de lo ajeno y traicionar aquello en lo que cree.
Es hora de la meritocracia, del estudio, de la preparación y del aprendizaje. Tiempo de asumir con responsabilidad y pasión el servicio a la sociedad. Que el poder no vuelva a tener jamás como fin, el control social, económico o político.
Permanecer de pie ante la tempestad, es una habilidad que se alcanza a través de las lecciones que dejan las experiencias, por terribles que sean y por mucho que asalte el deseo de renunciar. Pero lanzarse contra ella, es ímpetu del corajudo que rechaza la injusticia. Un sujeto puede sentirse indignado, asqueado y desmotivado; pero jamás deberá ceder su arena de lucha. Abandonar los espacios o enajenarlos a los incapaces, a los chanceros, deshonestos y corruptos, no puede ser nunca una opción en tiempos pendencieros.
Marbella Gutiérrez