He estado pensando sobre el muchacho, al cual, un desalmado, que justicia humana le queda corta como castigo, le arrebató la vista.
Verlo sonriendo me hizo liberar un suspiro que tenía desde hace un tiempo. Somos más fuertes de lo que creemos.
Me recordó a todos aquellos que murieron, a los que quedaron inválidos o aún siguen en la cárcel; en algunos casos, por expresar sus opiniones políticas; en el primero por pedir una bombona de gas. Muchachos de mi edad.
Por unos minutos de diferencia, por correr con mala suerte o estar en el lugar equivocado, pude haber sido yo. A veces me juzgo porque no recuerdo los nombres de ninguno de ellos.
Confieso que siempre he querido emigrar, pero porque en mi alma existe el deseo de viajar y conocer el mundo. Quiero hacerlo por mi propia convicción, no por necesidad, pero más que eso, quiero tener a donde regresar.
En estos últimos meses he conocido a muchas personas, personas que me han hecho reflexionar sobre lo que tengo y lo que no tengo, lo que me falta o no me falta. Es un ejercicio que todos deberíamos hacer.
Me hago pedazos cuando me encuentro con algún compañero en las afueras del cafetín de la universidad con caras tristes y/o de cansancio, quienes me dice que están hambrientos porque no abrió el comedor.
Por otra parte, noto que muchos profesores dan clases solo para despejar sus mentes, pero cuando llegan a casa se encuentran o con una familia hambrienta o con una casa vacía porque sus hijos están fuera del país. Y ni pensar en cuántos comenzaron la carrera conmigo, y mirar cuántos quedamos.
Los estudiantes no somos los únicos.
Cuando camino por la calle se ve en los rostros de las personas: depresión, ansiedad, miedo, desesperación. La situación en Venezuela pesa en cada uno nosotros como un saco de piedras. Por eso hoy siento que debo estar en mi país, ayudar a mis amigos, y por consiguiente, hacer algo por liberar a Venezuela.
¿Cómo no molestarse con el status quo que se pretende imponer?, empezando por el gobierno y terminando con los jerarcas de la universidad. ¿Cómo no exigir acciones reales para liberar a Venezuela?
Solo soy un joven que quiero ver más sonrisas a mi alrededor, lo necesito. Que aquel muchacho que estaba hambriento en el cafetín pueda, siendo poco ambicioso, comer decentemente y sentir su barriga llena mientras estudia.
Porque las familias puedan reunirse de nuevo.
El cambio político y de sistema es indispensable, y junto a él que cada venezolano crezca. Cuando impere en nuestro entorno el trabajo, la solidaridad y la justicia, quizás vuelvan las sonrisas, las familias y la felicidad.
Carlos Yanez.