Hemos aprendido muchas lecciones después de 20 años de régimen chavista. Hoy, aún más, cuando una minoría perversa ha secuestrado al Estado y lo ha puesto al servicio del crimen organizado, de las mafias y de intereses oscuros que amenazan no sólo con la disolución de la Nación, sino con destruir las bases institucionales democráticas de todo el hemisferio.
Uno de los grandes aprendizajes del drama venezolano, extrapolable a otros países, es que nunca podemos subestimar el acecho que existe sobre las democracias occidentales por parte de regímenes totalitarios que se alían, hoy en día, con grupos criminales que han encontrado un esquema de convergencia y complementariedad, lo cual hace particularmente peligroso este entramado para su derrota. Por lo tanto no son dictaduras convencionales, sino sistemas con vocación totalitaria, pero con una médula criminal, donde las fórmulas políticas convencionales no funcionan para derrotarlos y desmontarlos.
No importa el tamaño de la mayoría que se les oponga, no importa si el 99,9% de la población los repudia; su propósito es permanecer en el poder a la fuerza y sin escrúpulo alguno y, aunque actúen todas fuerzas tradicionales que representan inclusive amenazas creíbles que harían que una dictadura convencional cediera, a estos sistemas criminales no les importa el aislamiento, el repudio mundial, la denuncia y hasta las sanciones individuales que limiten su movilidad.
Estos sistemas criminales tienen vocación expansionista y no se contienen en sus fronteras, porque por su naturaleza son voraces. Así, la influencia y la exportación de una situación de caos como la que existe en Venezuela, no se traduce sólo en migración, con todos los problemas e implicaciones que ello puede generarle a la región, sino que lo que busca proyectar es un sistema de desestabilización basado en recursos e ingresos que, sin importar que no alcancen para mantener a la población -porque no les interesa si muere o emigra-, son suficientes para sostenerse a lo interno y para financiar la penetración en otros países que, eventualmente, pueden ser desestabilizados y ser fuentes de ampliación de sus mercados criminales.
En el caso venezolano hay responsabilidades compartidas con el mundo, porque muchos gobiernos democráticos, durante años, financiaron con créditos ilegales al régimen venezolano, vendieron armas, suministraron tecnología para la censura, el espionaje y la represión, que ha sido utilizada de manera implacable contra la sociedad venezolana y, además, calificaron de radicales y de exagerados a muchos de quienes anticipadamente denunciaron la naturaleza del régimen.
Hoy, no hay rincón del país en el que no se escuche al unísono el rechazo al régimen de Maduro. Los venezolanos hemos entendido, de la forma más dura y dolorosa, no sólo que el socialismo no funciona en ninguna parte, sino que los regímenes comunistas y socialistas han terminado igual: provocando pobreza extrema, escasez galopante y países en ruinas.
Estamos frente a la más exigente oportunidad histórica desde la fundación de la República, porque luego de la mayor destrucción económica, institucional, cultural y moral, y de enfrentar males históricos como la dependencia del petróleo, el estatismo, el centralismo, el populismo y el militarismo, tenemos el reto y la oportunidad de reconstruir a nuestra Nación.
El chavismo utilizó la democracia para destruir la democracia misma. Llegó al poder para enquistarse en él, al costo que fuera necesario. Desmantelaron los pilares institucionales que sustentan a cualquier democracia, aún con sus problemas. Uno a uno, pretendieron quebrar esos pilares, cuyo efecto más corrosivo fue crear la dependencia total de la gente hacia el Estado a través de dádivas degradantes. Para ello crearon un humillante entramado de controles, diseñado para obligar a los ciudadanos a hacerse parte de la corrupción en el poder para así subsistir, pero también para hacerlos dependientes de la voluntad de un tirano, de un partido y de un sistema que, a cambio de comida o dinero, les obligaba a apoyarles “incondicionalmente”.
No existe democracia sin ciudadanos. Una democracia sólida, republicana, es aquella que cuenta con ciudadanos capaces de tomar decisiones conscientes, libres de toda coacción o privilegio, y que se permiten cuestionar al poder sin temor a las represalias del Estado paternal. El “Socialismo del Siglo XXI”, tuvo siempre un propósito autoritario mientras proclamaba, falsamente, el beneficio de los más pobres y la denominada “justicia social”. En realidad, dentro de su propósito sólo había lugar para fomentar la pobreza, la violencia y la degradación moral, mientras entregaban, sistemáticamente, la soberanía y el interés nacional a grupos criminales.
El chavismo siempre supo que una sociedad autónoma, con ciudadanos capaces de cuestionarle, era un riesgo para su proyecto. Por ello, pretendiendo limitar toda esfera vinculante de la ciudadanía, han atacado, sin escrúpulo alguno, a la propiedad privada, han controlado y asfixiado la economía, han pulverizado la moneda, han sometido al país a una despiadada hiperinflación y han pretendido utilizar el miedo como mecanismo de silencio y la represión como mecanismo de castigo. Todo, con la intención de evitar que los venezolanos ejerzan su ciudadanía a plenitud y de forma autónoma; todo para pretender esclavizarnos.
Pero se han equivocado. Lejos de amilanar a un país y de derrotarlo, se han encontrado con una Venezuela en pie, fuerte y decidida a no rendirse. Esa Venezuela de ciudadanos que, aun siendo brutalmente agredidos y expuestos a la más terribles vejaciones, no han permitido que le quiten lo que ha sido producto de su esfuerzo, que siguen emprendiendo, que han dado todo en las protestas y en la lucha, aún a pesar del dolor y de la dificultad.
Esa reserva moral que hay en los ciudadanos es una de las más importantes lecciones que nos ha dejado esta lucha: la de creer y la de saber que, cuando recuperemos la democracia y la libertad, habrá una conciencia única de lo que hay que hacer, del involucramiento en política y en lo público y de no olvidar estos aprendizajes.
En eso se basa nuestra visión: un país de ciudadanos libres y prósperos, que valoren la democracia y que entiendan que, con una sociedad civil fuerte y consciente, no sólo se puede limitar el poder, sino que también se reconstruirá nuestra Nación. Creemos en el individuo como la principal y más importante minoría y sabemos que en la medida que la suma de ellos, que conformamos el país, seamos libres, tendremos una sociedad madura y convencida de la importancia y el valor de la democracia.
Creemos en una democracia liberal sólida, con instituciones y pesos y contrapesos al poder; en un Estado limitado al servicio de los ciudadanos, quienes se interesan y comprometen libremente con los asuntos públicos y lo hacen libremente. Creemos en una economía libre, sin controles, basada en el mercado como el más poderoso ordenador social en un ámbito de libertad y competencia que dé rienda suelta al ingenio, a la creatividad, al emprendimiento y al desarrollo; creemos en los incentivos necesarios para tener una nación libre, próspera y democrática.
Por eso, en días tan decisivos, nuestro desafío es histórico. Nuestras lecciones han sido muy dolorosas, y las haremos indelebles. Venezuela está lista y ávida de avanzar con esfuerzo por una nueva ruta luminosa de emprendimiento, creación y desarrollo, así como de democracia y libertad. Este enorme proyecto nacional necesita un vibrante espíritu emprendedor, entre todos los sectores de la sociedad, y el esfuerzo que significa reconstruir un país y cuidar la democracia frente a sus enemigos recurrentes.
Dejaremos atrás este amargo episodio, derrotaremos al Estado criminal y avanzaremos hacia una transición que nos conducirá, finalmente, a la Venezuela por la que tanto hemos luchado: la de la libertad.
@MariaCorinaYA
Revista online: Una mirada liberal; la democracia ante el poder de la mayoría – RELIAL
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