Las redes sociales; un mundo tan maravilloso como revelador para quienes las utilizan –y más en un país como Venezuela, donde la censura en medios tradicionales obliga a recurrir a ellas–.
Por supuesto que su uso debe hacerse responsablemente, pues han ido adquiriendo una importancia fundamental en la formación de la opinión pública del país. No obstante, se percibe una especie de reacción contra quienes expresan sus opiniones y exigen respuestas en redes sociales, por parte de aquellos que se sienten incómodos cuando son increpados.
Desde “guerreros del teclado” hasta el nuevo y rebuscado nombre de “GOED (Grupo de Operaciones Especiales de Degradación)”, son muchos los calificativos que hemos recibido quienes no estamos de acuerdo con el statu quo que pretende hacer de sus visiones y opiniones una única verdad.
Es curioso que bajo la excusa de “ataques”, de “jaurías” y de “radicalismo”, se pretenda censurar lo que no es otra cosa que la opinión de los ciudadanos, los cuales han encontrado en las redes sociales una oportunidad para encontrarse y participar de lo público.
Pero cuando ya ni siquiera es posible disfrazar con calificativos baratos el rol contralor que la opinión pública ha asumido, se dice entonces que “Twitter no es Venezuela” y cosas por el estilo, subestimando el poder de las redes, denigrando el debate entre ciudadanos y haciéndolos creer idiotas por “atreverse” a opinar de algo de lo que supuestamente no saben.
Peor aún, vemos como hasta diputados llaman “fascistas” y comparan con el nazismo a quienes les han exigido a través de las redes sociales –y como lo harían en las calles si se los cruzaran de frente– que cumplan el trabajo para el que fueron electos.
Esos mismos diputados, que se creen líderes, son los primeros que andan suplicando apoyo ciudadano, para luego darle la espalda y hasta ofenderlos, mientras evaden su responsabilidad y compromiso con el país, y disfrazan su cobardía con excusas.
Estamos rodeados de chantajes por doquier: de los “analistas” que, por haber monopolizado una versión de la verdad, hoy se sienten amenazados ante la contundencia de quienes no les creen más; de los “políticos” que dicen deberse a la gente, pero que no hacen otra cosa sino utilizarla; y del sistema, del que muchos son parte y necesitan mantener.
Hay hasta supuestos líderes que dicen que debe haber menos redes sociales y más calle, pero utilizan las redes sociales para proyectarse y manipulan la verdad para hacer creer que nada pasa en esas calles a las que dicen llamar.
La verdad es que muchos de esos eruditos, con su fatal arrogancia y su subestimación de la sociedad, darían lo que fuera para que redes como Twitter no existieran y no pudieran ser retados.
Lo irónico es que necesitan de esa tribuna para proyectarse y para venderse como alguien que sabe, aunque eso resulte incómodo. Dicen que el país no es una red social, pero viven en la red social para leer al país. Son víctimas de sus contradicciones.
Esa visión acomodaticia de que sólo algo es bueno cuando les conviene y, si no, hay que desecharlo, es justo lo que esos “adalides de la verdad” hacen. Pretenden la conducción política del país bajo las premisas con las cuales han chantajeado, así no sean correctas.
Si así son sin poder, imaginémonos de lo que son capaces de hacer desde el poder cuando algo no les agrade; y pensar que dicen ser los defensores de la democracia.
Para mala suerte de ellos, y para algarabía de los ciudadanos, las cosas han cambiado, aunque les digan que no valen nada sus opiniones.
Esos “sesudos” analistas tienen que acostumbrarse a convivir con lo que les dice la gente en todas partes, así no les guste. Tienen que acostumbrarse a que antes nadie les respondía y que ahora, casi inmediatamente, pueden ser refutados.
Tienen que acostumbrarse a no evadir responsabilidades ni atacar a quien los expone públicamente, porque ese es el rol ciudadano.
Tienen que acostumbrarse, o pasarán de moda.
@Urruchurtu