Alguien una vez me dijo que la miseria espiritual se reflejaba hasta en nuestro entorno, cuando veíamos desorden. Esa frase quedó grabada en mí porque quien me la dijo, vivía en una casa tan pequeñita y pobre, pero a la vez tan limpia y organizada, que sentí que nada más le faltaría para llenar su alma.
Hoy, al ver las calles de mi ciudad, de mi querida Caracas, veo que la miseria espiritual de quienes gobiernan es absolutamente evidente. Someten a los ciudadanos a calles desbordadas de basura por más de 12 días, como lo denunciaban los vecinos de Catia, y huecos que cada vez son más grandes y pueden durar años sin ser arreglados, porque su única política pública es quedarse con los recursos destinados para la limpieza y bacheo de la ciudad.
Esos que tanto carecen de pudor, piedad y responsabilidad permiten que la población se enferme de dengue, escabiosis y se deshidrate con con cuadros diarreicos generados, además, por el mal estado de las aguas.
Son esos, a los que sus casas llega el agua y la basura se recoge, a los que la atención médica no les está restringida y a los que a pesar de todos sus recursos, les llega la miseria espiritual hasta lo más profundo; los que someten a todo un país a la peor crisis de salubridad, retrocediendo entonces un siglo atrás, cuando la pobreza hacía estragos entre la población, donde las zonas rurales estaban plagadas de basura, mosquitos y sarna, donde el agua no llegaba y si lo hacía, era llena de tierra y había que ingeniar un modo para filtrarla.
Es esa,m la miseria espiritual de la que debemos buscar manera de salvarnos, y podemos hacerlo, porque a pesar de las dificultades, los venezolanos somos personas nobles, solidarias, aguerridas y tenemos en nuestras manos la manera de superarlo, con organización y con resistencia.
Estamos cerca, debemos ser fuertes y persistir en nuestros objetivos, a pesar de las dificultades, nuestra riqueza espiritual debe vencer las sombras en las que hoy pretenden sumirnos.
Dayana Vizcaya. Vente Joven Distrito Capital