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El bautizo de José Brinco / Por Raef Zibaqui

By 27 febrero, 2020No Comments
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Ya se habían visto muchas veces y en el cruce de miradas se reconocía uno en el otro, a pesar que les separaba una diferencia aparentemente insalvable, el bando para el que jugaban.

El diputado José y Ángel de Dios tienen mucho en común, el verbo liviano y fácil con el que se identifica la gente, con esa liviandad que habitualmente logran vencer la delgadísima línea entre lo folclórico y lo vulgar. A ambos se les nota el gusto por el poder, con la diferencia en que Ángel de Dios tiene como ejercerlo y José tiene años esperando su hora, tanto, que en algún momento cedería en el desespero.

Entre bandidos la amistad es un recurso, la egolatría del bandido no le permite ponerse al mismo nivel de alguien por más tiempo que lo que el propio ego pueda soportar. En el fondo sólo son secuaces encontrados en una circunstancia y que otra circunstancia puede volverlos enemigos jurados

La circunstancia llegó para la “Amistad” entre estos diputados.

-Tú sabes que no nos vamos a ir, no han podido antes y ahora están débiles, así no me lo quieras reconocer.

-yo no estaría tan seguro

-Tan seguro como que mucha de tu gente está haciendo plata y te dejaron por fuera ¿No me digas que no sabes que el “Viejo” está haciendo mucha plata en los Estados Unidos? ¿Y tú, José? No te nombran para nada, no estás en ninguna lista, no estás en ningún plan.

– ¿A dónde quieres llegar? Sin tantos rodeos

– Necesito que me hagas un trabajito

-¿Mi reputación? ¿Mi dignidad? ¿Dónde quedan?

Ángel de Dios trata de contenerse inútilmente de la carcajada a mandíbula batiente.

-En el mismo lugar donde la dejaste el día ese que insultaste a la señora aquella sin necesidad, no te arreches, pero no pude evitar recordar eso, te agarraron movido, hermano, entre primera y segunda.

 Y con la picardía en la mirada, frunciendo el ceño cual águila divisando su presa, suelta una ironía en grado de complicidad.

-Por eso los gordos no salimos a robar.

Se desaploma José. Los bandidos saben cuándo no pueden ganar una pelea y saben también que es mejor agarrar un trato malo que te mantenga en el juego a que te saquen del camino. Los jugadores cambian, el juego sigue igual.

-Tranquilo, también pensé en eso, no te voy a pedir un salto de talanquera. Sólo que des un brinquito para distanciarte de ellos. ¿Sabes quiénes son “Ellos”? Los que tienen un año manipulando al mundo entero, pero que no tienen los cojones para hacer lo que deben. Por eso no nos vamos a ir José. Tú lo sabes.

El desaplomado José se relaja, se siente parte de “Algo” y ese algo es el poder, bienvenido lo poquito más cuando no hay nada. Ahora Ángel de Dios tiene toda su atención. En este punto es más fácil apostarle a un apretón de manos, que a un puñetazo del pusilánime diputado caído en desgracia.

-Los orientales somos avispados, paisano, somos gente de riesgos, somos audaces. ¿Estás claro que los caraqueñitos de tu grupo no te tienen en la cuenta? Es un acto de justicia hermano.

 Y otra vez la mirada.

–Porque primero está la justicia. Quienes perdieron el año, quienes perderán la asamblea son ellos, depende de ti, si te quieres perder con ellos.

-Pero lo hacemos a mi manera.

-Previa consulta hermano, previa consulta.

Y aquella sonrisa en la cara del ganador.

Y lo que puede ser impensable un día, hasta comprensible otro. Cambian algunos de amor, otros de religión, Que el diputado José se estreche de manos con Ángel de Dios, para algunos es una traición. Para él,  el bautismo que cree su salvación. Y así se bautizó José Brinco.

Este relato es una ficción ¿Sí usted lo cree verdad? Es porque también lo cree posible. Yo no soy periodista, menos investigador, solo soy un cuenta cuentos, que los cuenta por diversión.