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Entramos al tercer y último trimestre del año; un otoño avenido para el régimen que respira gracias a los esfuerzos nada modestos de algunos agentes a quienes, mejor no mencionar para no empañar esta nota inaugural con epítetos y adjetivos inaplazables al momento de referirlos; un trimestre decisivo en todos los sentidos, agitado como las profundas aguas de los caudalosos ríos que, por encima aparentan una increíble tranquilidad cuando por debajo se encuentran movidos por una energía incalculable.

La ocasión es propicia para reflexionar sobre un concepto determinante en la ruta del coraje, ruta por la que ha transitado la mayoría de los venezolanos en una unidad orgánica, espontánea y sobre todo libre y que ha sido elemento vascular de la lucha hasta hoy; se trata de la fuerza, concepto sobre el que se ha asentado el argumento primordial de quienes aspiramos auténticas transformaciones, verdadero cambio y muy especialmente, libertad.

La fuerza, entendida como concepto aplicado a la conducta humana, es la capacidad que tiene un individuo para avanzar, es decir, es una cualidad del poder y requiere nuestra más precavida atención su estudio, pues es subestimada por quienes, pretendiendo solapar su buen intencionismo pusilánime se autodeclaran pacifistas, no violentos o civilizados; dándole una connotación negativa, un trato peyorativo y escaso valor en la lucha política.

La fuerza, insistamos, entendida como instrumento del poder, nos permite alcanzar las metas que nos hemos trazado eficazmente; superar barreras, vencer obstáculos, asumir exitosamente desafíos, en otras palabras, experimentar el logro; ¿alcanzamos a entender el valor que tiene el concepto? ¿Podemos apreciar la importancia que posee en cada ámbito de nuestra vida?

Bien, imaginemos por un segundo que prescindiéramos de la fuerza, pero quisiéramos acometer una noble empresa, cualquiera, no es relevante la precisión de la misma ahora, solo imaginemos que, incluso, por necesidad nos viéramos forzados a emprender una tarea; sin fuerza, nos sería imposible lograrla, pues cada idea, por muy elevada que sea su causa y por muy racionales que sean los métodos para alcanzarla, no encontrarían dirección que garantice su efectiva realización sin el impulso necesario para adelantarla.

Así pues la fuerza es indispensable, desde que descendimos de los árboles y empezamos este largo peregrinar hacia formas más sofisticadas de vida, para, precisamente, perfeccionar la civilización, de modo que la civilidad tampoco implica en absoluto desconexión con la fuerza, más bien la estimula y la complejiza, la nutre y se nutre de ella.

En el contexto venezolano, la fuerza ha sido, es y será el único medio posible por el que se logre la ineludible acción de producir el quiebre definitivo de la narcotiranía que secuestra a nuestro país; no existe otra vía, mucho menos si esta desprecia la fuerza como concepto vital del poder, esto quiere ilustrar el hecho de que si se tiene autoridad, pero no se quiere fuerza, entonces solo se posee un cargo burocrático, meramente nominal al que no se asocia el poder.

Si el cargo que ostenta es el de máxima autoridad de un país, pero usted no sabe, no puede, no quiere, el ejercicio de la fuerza, pues es obvio que, si cuenta con algo de fortaleza (capacidad para resistir) se sostendrá por algún tiempo, pero no avanzará, permanecerá en la inercia que las demás fuerzas generen a su alrededor, algo así como un papagayo sometido al vaivén del viento y sostenido por la mano de quien le hace volar.

La fuerza institucional se refiere explícitamente a la capacidad que tiene una corporación legítima para producir iniciativas de orden jurídico, normativo y administrativo que tengan por finalidad la proyección de las transformaciones que se quieren en este plano, es decir, la construcción de un sustrato sobre el que se desarrollan las demás fuerzas; si el mandato del 16J hubiera sido oído por la Asamblea Nacional, las condiciones de aquel momento habrían sido mucho más favorables a quienes estaban ya en la calle, aplicando la fuerza ciudadana, valientemente.

La fuerza internacional habría podido reaccionar más oportunamente ante las arbitrariedades del régimen; el proceso que tuvo que esperar hasta este año, se habría adelantado lo suficiente como para erosionar más rápidamente la fuerza de la narcotiranía.

Como esto no ocurrió, la fuerza ciudadana, hasta ahora, la única que ha sido empleada en la lucha con la consistencia y convicción necesarias para transformar nuestra realidad, tuvo que seguir haciendo presiones para que, se hicieran concesiones que a la postre no han derivado más que en escándalos bochornosos de corrupción y en retrocesos imperdonables.

Quien ejerce la fuerza no se exime de diálogos, de negociaciones, de acuerdos, pero distingamos de una negociación con fuerza, una conversación aletargada en la que se repiten fórmulas incautas que no producen en el otro la necesidad de responder ni acatar los compromisos; la fuerza sirve para negociar incluso con alguien más fuerte que nosotros, en términos que nos permitan alcanzar ventajas que, de otro modo, no tendríamos; es esta fuerza la que hay que imprimir ante la comunidad internacional, claro, si se quieren producir los cambios que se requieren en el país.

Con lo anterior aseveramos que, ante los aliados, quienes ostentan autoridad, pueden también ejercer la fuerza; no porque sean enemigos, sino porque hay urgencias que solo nosotros podemos definir como tales y las alianzas existen cuando hay ganancias de por medio; esto es de vital comprensión, pues hay diferencias elementales entre un proceso tutelado y un proceso coordinado; quienes han asumido la autoridad en Venezuela han querido un proceso tutelado y no coordinado, aunque digan constantemente que ellos deben ser protagonistas del proceso; la verdad es que no les interesa el protagonismo, pues este solo es posible si se ejerce la fuerza.

Quien ejerce la fuerza estima, proporcionadamente, la necesidad de agresión; cuando es objeto de ataques continuados, sistemáticos, que ponen en riesgo los avances logrados o que amenazan incluso la posibilidad de lograr otros no alcanzados; si no se poseen los medios de agresión capaces de generar una amenaza creíble en el otro, entonces se apela a la inteligencia, como colaboradora de la fuerza para encontrarlos, no para evitarlos, sino para proveerse de tales y así equiparar las condiciones en el enfrentamiento.

En conclusión, el régimen chavista nos ha declarado la guerra a todos los venezolanos, la única forma de responder es con fuerza, la ciudadanía, consciente de ello, lo ha hecho reiteradas veces; la vocería política que ostenta autoridad, por otro lado, ha evadido el ejercicio de la fuerza, esto ha postergado el quiebre de la narcotiranía hasta hoy; ha sido su herramienta más útil; la comunidad internacional, apremiada por la ciudadanía, ha respondido finalmente y los aliados han fijado sus condiciones en el escenario; condiciones sometidas a sus intereses, legítimamente, por supuesto, las autoridades venezolanas reconocidas internacionalmente, no han estado a la altura de la lucha; continúan evadiendo la responsabilidad y persisten en girar en torno a la fuerza de atracción que ejerce sobre ellos el régimen.

Más pronto de lo que pensamos, la comunidad internacional se verá sobrepasada por las circunstancias, el ejercicio de la fuerza será aplicado contra el régimen y cualquier satélite que le orbite; de modo que es aconsejable que quien quiera sobrevivir, se aleje cuánto antes y se alinee frontal y categóricamente contra quienes solo daño prometen.