Harto comprobado, la universidad es incompatible con la dictadura socialista. No la hay ni la habrá, libre y autónoma, pues, la sola búsqueda de la verdad constituye delito.
El contraste con la vieja prédica delata la estatura moral de quienes, ahora, atentan sistemáticamente contra la institución y la propia noción de universidad. Tributarios de los viejos movimientos que hicieron del aula su mejor tribuna y modo de vida, extreman la franqueza ya obscena con la que defienden el poder literalmente capturado.
Bastará con una rápida revisión de la vieja hemerografía para constatarlo, ya que por mucho menos de lo que antes se denunciaba, hoy muestran una susceptibilidad y ferocidad jamás vista en nuestro país. Tribuna Popular, Izquierda, Qué Pasa o Deslinde de los sesenta del XX, ilustran lo referido.
El XXI que todavía pugna por hacerse un siglo, es el escenario de un insólito retroceso. Las persecuciones de Gómez o Pérez Jiménez, por citar un par de casos, nunca llegaron al vandalismo de ahora, como bien lo ha testimoniado la UDO en semanas recientes.
El régimen, enemigo de la universidad, sólo tiene por respuesta la barbarie y, en nada, debe sorprender los actos de violencia que ha generado, apenas combinados con otros que dicen concederle la prestancia del ajedrecista fatal, como el pagar con retraso los deplorables salarios de acuerdo a los créditos adicionales que él mismo solicita, tramita y aprueba. Sin embargo, el logro más importante alcanzado es el de la desactivación de la protesta universitaria, por vías directas e indirectas, todas crueles. E, incluso, algo decisivo, golpeando el sentido de pertenencia o identidad en las comunidades que muy saben que lo rechazan, temiendo por una modesta Delpinada.
La universidad es reacia a convertirse en una burda escuela de artes y oficios, agradecida cantera de los que técnicamente puedan aplaudir los afanes desindustrializadores de la hora, por ejemplo, y nos debe una contra respuesta real, eficaz y efectiva. Por ello, la universidad debe profundizar en su vocación ética, académica y sociopolítica, asumiendo con mucho coraje su defensa.
La universidad debe hacerse más universidad para afrontar el desafío esencial: salvar al país. Quienes imparten o reciben clases, saben o deben saberse en un ejercicio distinto al de las generaciones precedentes.
Nada inocente luce la idea de “modernizar” a la universidad en medio de la barbarie que nunca dejará de sitiarla para el tiro de gracia que tarde o temprano le llegará, sin agradecimiento alguno para sus facilitadores. Podrán convertirla en toda una hazaña de la mecánica cuántica, transistorizadas todas sus relaciones, pero esto únicamente favorecerá a sus enemigos, recordemos, por siempre ingratos con los que se presten para la morisqueta que se creyó una gracia.
Por supuesto, está planteada una profunda actualización de la universidad venezolana que exige un debate amplio y decidido, pero no aquellas iniciativas que la simulen, por muy buenas que sean las intenciones que suelen empedrar el camino del infierno. Es necesario también trabajar en los planteamientos, aunque jamás olvidar que los integrantes de la comunidad están en el deber de liberar a la universidad de esta barbarie.
Lo demás, son evasiones, subterfugios, eufemismos y también delaciones. Cierto, el XXI pugna por hacerse siglo.
@luisbarraganj