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(Caracas. 05/06/2019) De pequeña me enseñaron que todos somos iguales ante los ojos de Dios. Esta afirmación venía acompañada de elementos para que aprendiera a no discriminar, a no mirar a los otros como si fuesen menos que yo. Hoy en día agradezco esa enseñanza que me permitió fortalecer mi conducta de respeto por el otro, independientemente de su condición individual. A esta condición y la importancia de visibilizarla, es que me referiré en este artículo.

Cada persona es diferente a otra. Incluso dentro de una familia, todos sus miembros son diferentes entre sí, con rasgos propios, tanto física como intelectualmente. Reconocer esos aspectos diferentes nos va generando consciencia de nuestra identidad propia, y nos va configurando el sentimiento de satisfacción con uno mismo, en especial cuando somos considerados y reconocidos como lo que somos, ante los demás. Lo peor que nos puede pasar es sentirnos invisibles.

El poder de la identidad individual tiene su esencia en una fuerza interior que nos afirma, y que también encuentra eco en grupos de cualquier naturaleza, como equipos deportivos, movimientos culturales, grupos de investigación, organizaciones ciudadanas o partidos políticos, en los que nos identificamos de alguna forma, y sentimos que pertenecemos.

Esta circunstancia que nos congrega en algún grupo o colectivo puede ser aprovechada de forma constructiva, como suele suceder en una orquesta musical o un equipo deportivo, donde a partir de las diferencias y fortalezas de cada individuo se genera un resultado conjunto maravilloso; pero también ha sido utilizado para generar efectos excluyentes y negativos, como el discurso de la lucha de clases, en el que se criminalizan las diferencias de los individuos aparentemente más “favorecidos” como causantes de la desgracia de los demás. Cuando esto sucede, se genera una profunda ruptura con el valor que representa la diferencia individual para privilegiar una supuesta igualdad de una masa de personas sin forma definida.

Un Estado deformado a través de la acción de un régimen mafioso y corrupto, sumado a una estrategia de homogeneización hacia abajo de sus ciudadanos en torno a las debilidades, a la exacerbación de la pérdida de su individualidad, agravado por la brutal crisis humanitaria compleja que nos ha empujado a convertirnos en sobrevivientes, ha propiciado un caldo de cultivo en el que se dificulta –por no decir que se imposibilita- concebir y ejercer la identidad ciudadana. Con estas prácticas perversas, implantadas por diseño para anular el espíritu individual, se ha buscado generar una sensación de invisibilidad, de minusvalía, que fomenta la sumisión del ser individual en pro de un supuesto beneficio colectivo.

Ahora bien, los individuos también nos agrupamos para fines sociales y políticos distintos a los culturales o deportivos. Desde el punto de vista jurídico, nos agrupamos en sociedades vinculadas a un Estado, lo que nos hace titulares de derechos políticos y a los que se nos aplican las leyes de dicho Estado, en consecuencia adquirimos también deberes respecto a ellas. Pero desde un sentido más sociológico y antropológico, nos concebimos relacionados con otros individuos, como pertenecientes a una comunidad donde afirmamos una identidad como una suerte de sistema de reconocimiento y legitimación. En ese sentido, la identidad ciudadana se convierte en el elemento esencial para desarrollar el ejercicio de la ciudadanía, en su sentido más amplio y con todas sus dimensiones, sin lo cual es imposible consolidar una sociedad civil madura, libre y próspera.

La identidad individual es un constructor social, en el cual intervienen las experiencias del individuo y los discursos públicos que las interpretan, y está definida por las valoraciones de aquellos que la asumen y defienden en el marco de unos círculos de reconocimiento que les dan sentido. La identidad ciudadana, desde mi punto de vista, agrega a estas consideraciones el hecho de concebirse como parte de un conjunto en el que partiendo de valores específicos –libertad, respeto, propiedad privada, igualdad ante la ley, mérito, entre algunos de los nuestros– se potencie el aporte individual de cada uno, y en el proceso de construcción de su éxito y la articulación con el de los demás, contribuyan a construir un país verdaderamente libre y próspero.

A partir de esta convicción, avanzamos.

@caramos61