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Me considero un cronista porque me gusta contar historias que, por lo general, han dejado una gran influencia para muchos. Me considero un cronista porque con ello puedo plasmar lo que considero un talento adquirido. Me considero cronista y así quiero hacer saberlo de antemano, porque hacer ese inciso me puede llevar a explicar que no es fácil tener que contar historias que han dejado tanto dolor a todo un país entero.

Aquí hablaré en primera persona, lo reconozco, pero no dejando a un lado los muchos casos, y realidades, que conocí durante un apagón de cien horas que catalogaría de irrisorio, si no es porque dejó sin vida a muchos venezolanos. Pues me propongo a contarles algunas de mis anécdotas durante las horas que el país estuvo a oscuras gracias a la incapacidad de quienes ostentan el poder.

Vivo en Petare, una parroquia popular e históricamente conocida por demasiadas características negativas y positivas; queda ubicada en el Municipio Sucre del Estado Miranda. He crecido en un sector con gente admirable, le llaman la Calle el Colegio, por la cercanía que tiene con un liceo estatal.

Me considero un seguidor de la música de Guaco, de hecho, creo amar esas melodías y letras, las mismas que, por cierto, tienen mucha influencia en el título de este escrito, y voy a explicar su por qué a medida que vaya profundizando.

‘Ya no eres tú’, es el nombre de un tema grabado por esta banda que, en la voz de Gustavo Aguado y Gilberto Santa Rosa, mencionan en un extracto de la letra, refiriéndose a un amor muy grande, el cambio radical que observó en esa persona, sentenciando de forma contundente: Ya no eres tú, me gustaba más la otra.

En la canción el autor se refiere a un gran amor y yo aquí en mi escrito también, la única diferencia de ambos es que no es la misma mujer. El nombre de la chica que inspiró aquel éxito musical lo desconozco, pero el nombre de quién me inspira a escribir esto es muy claro y se llama: Venezuela.

Durante cien horas no conté con el servicio eléctrico en mi hogar, esto, como cosa lógica, me produjo algunas alteraciones en mi vida cotidiana. Alrededor de las seis de la tarde, del día jueves, noté un gran número de personas caminando por las calles, las ‘camioneticas’ por puesto abarrotadas y el servicio del Metro completamente cerrado. En un país con tanta crisis, se vuelve hasta normal que estas cosas pasen muy seguido, pero algo tenía en particular este nuevo apagón y era la incertidumbre que traía consigo.

Me acompañaban algunos amigos, mientras ríos de personas con rostros cansados caminaban kilómetros enteros sin saber aun lo que sucedía.  Los semáforos apagados, por cada lugar que pasaba, fueron la primera alarma de sorpresa. No había respuesta oficial de nada, solo algunos se atrevían a medio comentar “Parece que este peo del apagón es nacional”. Mi única información era lo que preguntaba a transeúntes o lo que por algún grupo de WhatsApp sabían hasta el momento.

Por esos días Michelle Falcao, una compañera de clases, estuvo quedándose en mi casa y pudo, sin pensarlo, vivir conmigo aquella no tan grata experiencia. No se trataba de uno de esos programas de Discovery donde sobrevivir es parte de lo que vende, se trataba de un país que de verdad era un caos entero. De eso se trataba y no era cualquier cosa.

La primera noche en estas condiciones fue una travesía, pues ninguno había previsto una situación así y carecíamos de muchas velas o alguna iluminación para cocinar. Como pudimos lo logramos, de hecho, ella con su ingenuo desmontó todo aquello de la lucha de géneros, pues lideró lo que para mí hubiese sido muy difícil.

Desde mi casa la visión de Caracas es muy bella, pero en esta oportunidad a lo lejos lo único que se veía era oscuridad, solo pequeños focos, de algún hogar con planta eléctrica, se visualizaban. No éramos los únicos que esa primera noche tenían esa realidad.

El día después

Amaneció y los bombillitos apagados, de un televisor pegado en la pared de mi cuarto, me daban la bienvenida al nuevo día. Ni señal del servicio eléctrico. Ni señal en los teléfonos. Ni señal de país. Aquí no había señal de nada.

El día después era un calco pero más desgarrador, pues desgarraba mucho pensar en cómo estarían los hospitales que, de por sí, con electricidad funcionaban de forma paupérrima.

La nevera algo vacía y las verduras que estaban en ella querían pedir auxilio, pues también el régimen las mataría como mata a connacionales que piden atención y son ignorados.

Gasolina para un país

El país de las reservas más grandes de petróleo mostraría al mundo lo que el comunismo puede lograr si se propone destruir en serio. Largas colas para gasolina, y no era un desastre natural lo que estaba pasando, el chavismo es peor que eso.

Al segundo día, en la California, un atisbo de electricidad mantuvo emocionado a la gente que pensó que el problema había sido resuelto. Con el tanque de combustible muy justo, logré pescar una bomba abierta y trabajando. Casi una hora pase en ella estresado y pensando en cada error que nos llevó a este presente. No evité conversar con las demás personas que se encontraban allí, era una lista enorme cada una de las historias que también habían vivido desde que el apagón inicio.

Tantas horas de bomba en bomba me hicieron pensar que Venezuela dentro de todo sí necesita un combustible, pero reflejado en los que siguieron apostando por el país aun en condiciones desastrosas. Esa es la verdadera gasolina para un país.

Exiliados en nuestro propio país

Venezuela me dejó muchas reflexiones. Traté de ver más allá de la crisis. Saber que neonatos perdieron la vida por falta de electricidad en sus incubadoras, que gente perdió su patrimonio por saqueos criminales o que El Guaire volvió a tener una utilidad más allá que ser un depósito de excremento, me hicieron sentirme exiliado en mi propio país.

Es algo que suelo decir a cada rato porque no me parece la Venezuela que conocí. Tanto antivalor y tanta humillación al ciudadano no me dejaban aceptar que algunos llamaran esto República de Venezuela.

Un país donde si informas te censuran, si denuncias te atacan o si respetas te desconocen, no puede ser mi país. Coloquen el nombre que quieran, pero Venezuela no es.

Me gustaría más la otra

Muchos, quizá, se preguntaran a qué se debía mi título principal, y les explico rapidito, se debía a la otra Venezuela en la que aspiro vivir; en la que la corrupción no sea un mal que produzca frases repugnantes como “Que robe, pero que haga”.

La “cuarta” dejémosla atrás, ya pasó, es solo recuerdos. No quiero que regrese aquel modelo político que se deterioró con su misma dirigencia. No quiero aquel modelo que abrió paso al chavismo. No quiero ese modelo económico que cuando quiso rectificar se le hizo demasiado tarde.

La “quinta”, si es que podemos llamarle así, también habrá que dejarla atrás con más urgencia, eso sí, con gran responsabilidad para saber todo el daño que ha hecho. Pues no quiero en un nuevo país censura, persecución, represión, escases, negligencia, corrupción, etcétera.

Un apagón de cien horas me motivo a escribir de nuevo, pero a veces me pregunto por qué el apagón moral de 20 años no me pone a escribir a diario. La luz se fue de Venezuela cuando el chavismo llegó en 1998 y vendrá cuando el chavismo se vaya.

Son 20 años, dolorosos 20 años. La falla mayor, repito, fue la del 98. La oscuridad nació allí. Desde entonces hemos visto como el dinero nacional se lo pasan de un lado a otro con planes que nunca se culminan y que los venezolanos pagan de esta manera.

Me preguntó esos días mi querida amiga Michelle, con un rostro raro y difícil de entender, si el país iba bien. Me preguntó si derrotaríamos la usurpación. ¿Vamos bien? Depende cómo lo veamos. Cuando el país es asesinado de distintas maneras por el régimen y los venezolanos están indefensos, no vamos bien. Pero vamos bien cuando la opinión publica presiona y muestra al mundo que solos no podemos. Mientras tanto yo seguiré diciendo Venezuela, ya no eres tú, me gustaría más la otra, la que debemos construir.