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Para el sábado 23 de febrero se generaron altísimas expectativas: se reiteró, de forma irresponsable, que ese día la ayuda humanitaria entraba al país y Maduro se iba “sí o sí”. Ese sábado ocurrió la cuarta movilización de calle del año, convocada en todo el país, con los mismos trayectos; los mismos puntos de concentración y los mismos voceros, muchos de los cuales no representan a sus conciudadanos.

Ese día, después del crimen de lesa humanidad perpetrado por el tirano en vivo y directo, las declaraciones de nuestro presidente, Juan Guaidó, y de nuestros aliados Iván Duque y Luis Almagro, no se correspondieron con la contundencia de nuestros conciudadanos en las fronteras. Estos fueron los ingredientes de un escenario que ya conocemos, pues ha sido inducido en ocasiones anteriores: el de la frustración y un posible nuevo desgaste de nuestra lucha por la libertad. El desgaste letal.

En hitos recientes de la lucha, como 2013 (con el robo de las elecciones presidenciales), 2014 (La Salida) y 2017 (el plebiscito del 16 de julio) un sector considerado como opositor, postergó el quiebre de la narcodictadura con diálogos falsos y la participación en elecciones amañadas. Y esos arponazos ocurrieron justo en el momento en que ya la ciudadanía estaba agotada de tanto ir a la calle sin ningún resultado concreto. Ese mismo escenario hoy comienza a prepararse.

Lo malo del 23 de febrero no fue que el quiebre de la tiranía no haya ocurrido justo ese día. Lo malo fue que se le haya prometido eso a la gente. El 23 de febrero fue un nuevo hito en nuestra lucha. Maduro selló su talante y reafirmó cómo es que quiere salir. Por ende, sí fue un día de avance, a pesar de los muertos y los heridos. Ya no queda duda que para sacarlo necesitamos ayuda de afuera. Para ello, la Asamblea Nacional debe activar el numeral 11 del artículo 187 de la Constitución, que ordena la instalación en el país de misiones militares extranjeras; cuestión que se alinea con el principio de responsabilidad de proteger, aprobado por la Organización de las Naciones Unidas en 2005. Ese es el grito hoy en cada recoveco de este país. No estamos para más marchitas desgastantes ni gritos de consignas vacías. Ahora les toca a ellos demostrar contundencia y también asumir riesgos.

A Juan Guaidó los venezolanos le dimos total respaldo, pero con carácter limitado. Ya aprendimos que dar cheques en blanco siempre sale mal. También hemos aprendido que las postergaciones son las trochas para que los colaboracionistas lleguen primero. Guaidó es nuestro amigo, así lo ha demostrado este 2019. Confiamos en que seguirá a la altura, pero el tiempo se acabó.

Este punto estelar de la ruta del coraje lo hemos labrado a punta de mucho sacrificio, de mucho dolor y de profundo amor por nuestro país. Nos hemos caído, nos han traicionado, pero nos hemos levantado. Hoy nuestra tarea es darle la mano al que está por caerse y decirle que aquí nadie se rinde, tenemos toda la fuerza y no tenemos derecho al desaliento. Ya sabemos cómo operan la dictadura y sus aliados para quebrarnos el espíritu. Nuestra tarea es vencer el pretendido desgaste letal e imponernos a punta de fuerza vigorosa indestructible, que la tenemos.