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La prensa brasilera y la reverberación en la prensa internacional está frecuentemente asociando la imagen del candidato a presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, al fascismo. ¿Sería eso una afirmación precisa o es apenas histeria por parte de la prensa?

El candidato del PT ha defendido en su programa de gobierno: democratización de los medios de comunicación (que es nada menos que censura y control por parte del gobierno); ha defendido disminuir poderes de investigaciones de la fiscalía; varias personas vinculadas al PT en todo momento atacan el poder judicial; había propuesta de una nueva constitución (que fue sacada recientemente del programa); y liderado por un ex presidente que está en la cárcel por corrupción y lavado de activos y que sigue estimulando su militancia y la inteligentsia académica del PT a no reconocer la decisión judicial (Lula Da Silva). Con todo, es justamente el candidato derechista que es visto como una amenaza “fascista” y “antidemocrática”.  Por otro lado, ese candidato defiende la prensa libre; promete más rigor con los criminales; autonomía a fiscalía y al poder judicial; respeto a la constitución; menos poder e impuestos desde el gobierno central, pero muchos de la prensa siguen llamándolo de “fascista, nazista, dictador”.

La pregunta que podemos hacer ahora es: ¿por qué tanta gente de la prensa sigue con esa visión? La respuesta está en dos estrategias que fueron adoptadas por la izquierda brasilera desde 1980: la estrategia cultural gramscista y la estrategia política de las tijeras. La primera consistió en un proceso de ocupación de los medios de propagación de ideas como: academia, prensa, mercado editorial y show business. Eso pasó aún durante el Régimen Militar Brasileño (1964-1985), donde las diversas corrientes de la izquierda fueron ocupando esos espacios de propagación de información y se consolidó fuertemente durante el gobierno petista.

Cualquiera de nosotros que entre en las universidades públicas en Brasil o hasta en los mismos medios de comunicación que algunos consideran de “derecha” va a percibir una hegemonía casi absoluta de las variaciones de socialismos; marxismo más o menos radicales, pero socialismo en fin. Con eso, el debate público en Brasil por casi 3 décadas fue entre modelos más socialistas o social-demócratas y variaciones. La hegemonía cultural también pasó en la disputa política, y eso se llamó “estrategia de la tijeras”. Había una disputa entre PT (Partido de los Trabajadores) y PSDB (Partido de la Social Democracia Brasilera), y la discusión era entre social-democracia, tercera vía, socialismo (más o menos radical).

Con la destrucción económica y social causada por el “Petismo” y que generó una crisis sin precedentes que venía desde el Gobierno de Dilma Rousseff hasta hoy, con el avance de los escándalos de corrupción más grande de la historia del Occidente mostrados con la Lava Jato, el pueblo brasilero estaba enojadísimo con la clase política representada por PT y PSDB. La insatisfacción empieza curiosamente con las manifestaciones de 2013 iniciadas por un partido de extrema-izquierda (PSOL) que quería desestabilizar el gobierno de San Pablo, pero las manifestaciones ganarían peso en todo Brasil y acabarían por afectar más aún a Dilma Rousseff. En 2014, hubo unas elecciones muy polarizadas que Dilma ganaría con 51% y un proceso electoral todavía convencido por algunos sectores donde Dilma decía que la situación económica era muy buena. En 2015, más manifestaciones acontecerían en Brasil que empezarían por el “estelionato electoral” de Dilma Rousseff, la crisis, el avance de la Lava Jato y el pedido de impeachment de la presidente.

Con el ocaso del Petismo (por la peor crisis económica de la historia de Brasil) y todo ese contexto presentado es que surge el fenómeno del “Bolsonarismo”. El fenómeno de Bolsonaro tiene elementos conservadores (critica a ideología de género para niños, defensa de la familia); anti-comunistas (critica al socialismo, el apoyo del PT a dictaduras socialistas y el Foro de San Pablo); moralistas (combate la corrupción); seguridad pública (disminución de la mayoridad penal, menos libertad para los criminales); y al fin tiene un componente liberal en términos económicos (menos impuestos, privatizaciones, más libertad económica). O sea, el Bolsonarismo es fenómeno conservador, con elementos liberales en el económico que nada tiene que ver con fascismo o dictaduras. Y si es un cambio grande en Brasil que ahora tendrá una nueva fuerza política actuando en las más diversas áreas de la sociedad brasileña.

¿Y si el Bolsonaro no es un fascista, qué es entonces? ¿Quién podría ser una referencia para sus políticas? Yo veo a Bolsonaro como un tipo conservador que fue poco a poco convencido a tener políticas liberales en la economía. Es mucho más racional comparar a Bolsonaro con un Reagan, un Trump o un Álvaro Uribe, de lo que un Mussolini, Chávez o Franco.

Por Lucas S. Ribeiro  – Internacionalista y Magister en Política y Relaciones Internacionales (Sergio Arboleda)