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Tratar de describir la realidad venezolana y nuestro deterioro a cualquier ciudadano del planeta tierra que no esté en nuestro país, no es tarea fácil, —a los ojos de cualquiera pudiese parecer que hablásemos de una distopía cinematográfica—, y no estarían equivocados al pensar eso.

Caminar por las calles de cualquier ciudad de Venezuela es una experiencia que supera los límites de la imaginación de cualquier extraño a nuestra realidad, las calles cada día están más solas, los pocos carros que aún están en circulación tienen en promedio mucho más de 10 o 15 años, la casi total ausencia de autobuses provoca que las personas caminen largos trechos o se vean obligadas a subir a las perreras, camiones volteo o camiones jaula para trasladar animales.

Los que optan por caminar también la pasan mal, y además no es tan sencillo en estos tiempos. Caminar requiere de energía, y para tener energía, hay que comer bien, y si hay algo que la mayoría de los venezolanos no pueden hacer, es precisamente comer bien. A esa debilidad que provoca el caminar con hambre hay que agregarle el hecho de que para caminar también hacen falta zapatos en buen estado, y eso no está al alcance; al igual que la comida, los precios los hacen inaccesibles. Por ello no será extraño encontrar personas con los zapatos rotos, muy gastados e incluso con la suela despegada y su característico sonido «clap», «clap». Las calles llenas de basura ya son parte del paisaje urbano normal de nuestras ciudades y pueblos, al igual que ver a hombres, mujeres y niños hurgando en la basura buscando algo orgánico y comestible, eso mientras compiten con los zamuros por los mejores bocados.

Visitar un hospital en Caracas, en Ciudad Guayana, en Maracaibo o en Tucupita es un acto de valentía y amor, allí solo hay espacio para la caridad y la compasión. Los enfermos en camas destartaladas, sobre colchones rotos y hediondos, mientras sus familiares con los semblantes tristes y sin esperanza a la espera de lo peor o de un alma caritativa que aparezca con esa medicina que podría salvar la vida. Los médicos y enfermeras se han convertido en gestores de la extremaunción, sólo son un paso previo a lo que ya es inevitable, el ejercicio de la medicina se ha convertido en Venezuela en un acto de resignación y desesperanza, los médicos y enfermeras son héroes luchando contra la muerte, mientras otros trafican con la esperanza y la vida desde las esferas del poder.

Los venezolanos vivimos al borde de la mendicidad, nuestras vidas fueron trastocadas y en nombre del pueblo, de lo social, del colectivo, Chávez y su tropa de piratas vendieron la esperanza de un futuro mejor, la promesa del hombre nuevo, y ahora, 18 años después, solo tenemos esta Venezuela con el paisaje más lúgubre y la cara más vergonzosa que haya mostrado en toda nuestra historia republicana, el hombre nuevo no es más que un hombre flaco con la vergüenza escondida y la dignidad reposando en el fondo de una caja CLAP.

@rubenbolivar

Coordinador de Comunicaciones de Vente Bolívar.