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Casi 70 días de lucha, y contrario a lo que se esperaría, cada día son más los que resisten hasta más tarde, cada vez son más personas las que se quedan hasta el final del día, y cada vez más confluyen las consignas en el verdadero objetivo de esta batalla épica; LIBERTAD.

Muchos son los símbolos que han acompañado a los ciudadanos durante las manifestaciones,  cada uno de ellos parece describir con exactitud eso que somos, esa Venezuela por la que luchamos, y es que; ¿Quién no ha leído al menos uno de los elocuentes mensajes en ese famoso papagayo?, ¿Quién no ha visto pasar a su lado a esos valientes guerreros que con un escudo y un guante le hacen frente a un régimen que se empeña en aferrarse al poder?, ¿Quién no se ha conmovido aplaudiéndole a esos héroes de casco blanco con cruz verde que arriesgan su vida por resguardar la vida de los que luchan? y ¿Quién no ha visto la cara de cada ciudadano al que el régimen le arrebatado la vida producto de la violencia y la represión? y una vez más, el Estado entiende que todo aquel que luzca con orgullo el tricolor nacional, en lugar de ese adoctrinado y cada vez minoritario color rojo; es un traidor a la patria, a eso que ellos llaman patria.

En mi propia experiencia, viví la más fuerte represión en la Avenida Francisco de Miranda en el día 68 de lucha: luego de un accidente de moto y a causa de la herida en la rodilla que me quedó, decidí que no estaría en la primera línea en esta ocasión; pero la PNB nos emboscó, nos obligó a correr hacia un hotel y allí, a menos de dos metros de distancia, nos dispararon una cantidad impresionante de bombas lacrimógenas y artefactos explosivos.

Corriendo de los gases y evitando desmayarme, perdí mis anteojos, tratando de ayudar a los demás a subir por un muro –que da hacia la Av. Libertador- y desconociendo el peligro de hacerlo, tuve que dejar caer mi bandera de Venezuela en blanco y negro, que me ha acompañado e identificado en estos días de lucha, una bandera que yo mismo hice, y que he utilizado para señalar a mis compañeros una ruta de escape cada vez que las fuerzas del régimen reprimen.

Compañeros de Vente estaban ahí, cerca de mí, víctimas de lo mismo, asfixiados e intentando escapar de lo que parecía una pesadilla, de pronto un compañero pierde su teléfono en una disputa con un funcionario que intentó arrebatárselo, algunos muchachos lograron levantar la reja del estacionamiento del hotel y nos ayudaron a entrar y resguardarnos hasta que fue seguro salir de allí.

Luego de esa cruel actuación de los funcionarios policiales, esos que juraron proteger y servir, y que en lugar de eso atacan, reprimen, y deshonran, descubrí nuevos símbolos de lucha: descubrí a un trabajador del hotel que nos dijo “un placer tenerlos aquí”, al tiempo que nos regalaba una botella de agua a cada uno y nos habilitaba un espacio para que no nos llegara el olor de los gases, así como había descubierto más temprano a una señora que con dedicación usaba una toallita húmeda para limpiar a un niño de la calle y le ofrecía de comer.

Descubrí esa extraña ocasión de que mi compañero recuperase su teléfono que había quedado tirado cerca de una alcantarilla, descubrí que ese mismo compañero en medio de los gases se había devuelto a recuperar mis anteojos y me los entregó, y experimenté la más gratificante sensación de este día: me monté en el muro, crucé hacia la parte de arriba de la Avenida Libertador, y recuperé mi bandera de Venezuela.

Todos podemos cuestionar los logros de esta gesta, pero cuando pase, debemos aferrarnos a nuestros símbolos: a esa señora que sale de su casa con el fin de ayudar a alguien, a esos paramédicos que auxilian a quien lo necesite, a esos motorizados que tragan gas para sacar a los heridos, a esos anteojos que alguien evita pisar y que luego alguien más recoge del piso para dárselos a su dueño, a esos rostros de los que han perdido la vida luchando por la libertad, a esa bandera, a ese escudo, a esa Venezuela. Esos son mis símbolos de lucha y no permitamos nunca nos sean arrebatados.

@LeonelColina