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Vergüenza ajena por las actuaciones que ha venido materializando la dictadura de Nicolás Maduro. Día a día, traspié tras traspié. Ha perdido el rumbo y, en lugar de rectificar y obrar como lo haría un estadista, sigue empeñado en mantener lo insostenible y defender lo indefendible. Bueno, no se le puede pedir peras al olmo.

Maduro, además de haber demostrado una enorme incapacidad, se ha rodeado de un séquito con similares o tal vez peores carencias. Chávez al llegar a la presidencia se rodeó de un grupo de personas en las que confiaba plenamente, sin embargo no contaban con la experiencia, sapiencia, cordura, seriedad, honestidad y ética para ocupar cargos ministeriales, directivos y gerenciales que se requieren para seriamente gobernar un país. Peor aún, poco a poco promovió e instauró en todos los ámbitos de la vida nacional esa mentalidad “cuartelaría”, ocupando el tablero de juego gubernamental en su mayoría con integrantes de la FAN. Maduro ha seguido los pasos de su “padre inmortal” manteniendo esa obstinada e inconveniente obsesión de tener a militares en la política y en el poder. Es comprensible su conducta ya que sin ellos este fracasado socialismo estaría como un recuerdo de aquello que nunca jamás deberíamos permitir se instaure nuevamente en Venezuela.

Importantísimos cargos públicos son ocupados por camaradas “patria o muerte” o por militares activos o en situación de retiro. El régimen no tiene otra opción. No confía en nadie más sino en su grupito de ideólogos y soñadores de un mundo socialista en este siglo XXI cuando ya dicha corriente está prácticamente condenada al fracaso. El mejor ejemplo de ello, nuestro país. Nos han llevado a lo más profundo de la crisis en lo político, social y económico. Pretenden crear un estado poderoso del cual dependan sus súbditos, si así nos ven ellos. Para ello es necesario acabar con la clase media, meritocracia, empresa privada, propiedad privada, economía de mercado, paz y libertad. La idea es hacer a los más pobres más pobres aún y los que algo tienen, empobrecerlos y colocarnos a todos en situación de dependencia del Estado.

¿Su método? Practicar el autoritarismo y llevar a cabo todo aquello que sea ridículo, obsoleto y que implique involución y retroceso: control de cambio y de precios, gallineros verticales, cultivos urbanos, CLAP, motores que no arrancan, carnet de la patria, ataque constante al “imperio” (pero paradójicamente es nuestro mejor cliente), Cuba como ejemplo (aun cuando está sumido en la miseria y dictadura), PDVSA destruida como empresa petrolera y convertida en una bodega, una diplomacia de guapetones de barrio, sus adversarios políticos son terroristas, miembros de la FAN convertidos en voceros y militantes políticos y público de primera fila en alocuciones presidenciales y programas de tv.

Qué vergüenza verlos uniformados aplaudiendo y sonriendo a cualquier cantidad de banalidades, sarcasmos, descalificaciones, amenazas y todo aquello que atenta contra el respeto y la convivencia armónica, emanada de los que ahora se sienten poderosos pero que seguramente en su interior están peor que palo de gallinero. ¿Será que las charreteras son directamente proporcionales a los aplausos y risas e inversamente proporcionales a la vergüenza?

El régimen ha perdido el rumbo y la vergüenza. Con la payasada de la constituyente, bombas, perdigones y brutal represión no podrán acallar la férrea decisión de un bravo pueblo que en la calle ejerce sus derechos por regreso a una Venezuela libre en la que el rojo no sea signo de tiranía, represión, violencia y violación de derechos humanos sino un color más de nuestra bandera tricolor que pronto esperamos dejar de ondear al revés y que así ondee en los cuarteles y conciencias de los integrantes de la FAN. El país así lo exige.

Eduardo J. Díaz Ayala