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Los tiempos en política siempre son significativos y lo que se haga o se deje de hacer es determinante. Pero la política, en sí misma, tiene unos tiempos particulares, propios de su dinámica de interacción entre múltiples actores y muchas veces estos poco o nada tienen que ver con los tiempos de la sociedad, y mucho menos si de sus problemas se trata.

La crisis económica y social que vive el país, de la cual hoy nadie duda que se trate de una crisis humanitaria, se ha acelerado. Ese aceleramiento, lejos de suponer que la situación podría mejorar, nos indica que su desenlace, además de estar cerca, puede tener consecuencias catastróficas para los venezolanos que hoy se debaten entre la miseria, el hambre y la incertidumbre. ¿Lo más preocupante? La crisis política y sus derivados, van a un ritmo mucho más lento, rezagada entre la elocuente respuesta de algunos sectores de invocar a un diálogo estéril y las posiciones contradictorias que algunos liderazgos de la oposición han proyectado.

En los últimos días hemos a la región con los ojos puestos en Venezuela. Por un lado, la decidida y contundente respuesta de Luis Almagro, a la cabeza de la Organización de los Estados Americanos (OEA), quien valientemente decidió presentar un demoledor informe sobre nuestra crisis e invocar la Carta Democrática Interamericana, convirtiéndose así en el primer Secretario General de la organización en hacerlo y, además, hacia un gobierno en ejercicio, que perdió su legitimidad de desempeño.

Por otro lado, vemos la reiterada y frustrante invocación de diálogo con la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y sus tres mediadores designados: José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos; todos identificados en el pasado y en el presente con el oficialismo y que representan a una instancia que está en deuda con los venezolanos desde el año 2013, cuando se acordó auditar el 100% de las cajas de aquella elección presidencial. Esto sin hablar de aquel diálogo que en 2014 se dio a raíz de las protestas que sacudieron a nuestro país y que contó con la mediación de los Cancilleres de Colombia, Ecuador y Uruguay (este último con el propio Almagro como representante). ¿El resultado? Se enfrió la calle, se calmó la presión internacional y Nicolás Maduro ganó tiempo.

No pareciera haber elementos que indiquen que este nuevo intento de diálogo será diferente, cuando se trata del mismo organismo y cuando Venezuela, en manos de Maduro, tiene la presidencia pro témpore de éste. Peor aún, lo único que se vislumbra es una larga agonía entre conversaciones y letargos que no derivarán en otra cosa sino en tiempo perdido, llegar al año 2017 y hacer del revocatorio un ejercicio a favor del gobierno y no de Venezuela entera.

Los demócratas venezolanos deberían asumir la bandera de la OEA y del Sistema Interamericano, con una institucionalidad ejemplar para el mundo, como la única y reconocida instancia regional y hemisférica para entablar un diálogo. ¿Cómo es posible esto? La Carta Democrática Interamericana es el mecanismo.

La Carta, además de la propia sanción política que tiene en su haber, indica que deben darse conversaciones y gestiones diplomáticas para buscar que el Estado afectado rectifique cuando ha habido una ruptura del orden constitucional y/o del hilo democrático. Si esa Carta, en la que 34 países se pusieron de acuerdo sobre lo que es democracia, insta a este encuentro entre las partes, ¿por qué virar la atención a otros entes de favorables a Maduro y sin garantía de éxito? Alguien debería explicar tal interés.

Almagro, el Canciller uruguayo que en 2014 entendió lo que pasó en Venezuela y su deber de tomar postura, hoy ha decidido actuar en torno a su investidura y hacer valer a la OEA y al propósito de su creación. La vigencia y utilidad del organismo se verían seriamente afectados si no cumpliera con su deber. De allí el empeño de invocar el Consejo Permanente extraordinario para abordar tal crisis, aún cuando han quedado al descubierto las intenciones de países como Argentina, cuya Canciller, por motivos propios, emprendió una operación dialogante, previa a la discusión de la Carta, con el fin de desmovilizar apoyos a Almagro y conciliar a una región que necesita para llegar a ser Secretaria General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Es en la OEA, el foro de defensa de la democracia regional por excelencia, que debe darse el diálogo. Pero hay que ir más allá: ese diálogo debe conducir a un cambio de gobierno este mismo año, tal como recomienda el Secretario Almagro en su informe, cuando habla de que el referéndum revocatorio debe darse en 2016 si se pretende salvar lo que queda de democracia en Venezuela. Es la Carta Democrática Interamericana, con apoyo regional, el mecanismo para impulsar tal acción y generar la presión necesaria.

Aquellos países que están apoyando el diálogo y las gestiones de UNASUR, dentro o fuera de la OEA, se darán cuenta que lo que proponen es una táctica dilatoria y nada más, con el riesgo de que la realidad nos estalle en la cara, mientras esperamos que ellos decidan cuándo es más conveniente el revocatorio, primera condición puesta por la oposición y que ya la OEA ha respaldado. ¿Por qué insistir con UNASUR? El mismo mensaje debe enviársele a quienes en reuniones secretas o no, en conjunto o por separado, han optado por dialogar, a espaldas de los venezolanos, generando un efecto desmovilizador en la región de cara a la discusión de la Carta Democrática.

La crisis humanitaria avanza a niveles impredecibles mientras la crisis política se rezaga entre dimes y diretes. Hay que buscar un mecanismo que permita empujar esa crisis política y ponerla al ritmo de la crisis humanitaria, para generar cambios y detenerlas. Hoy sólo es posible con un cambio de gobierno lo antes posible y con la presión de la región cuanto antes; en otras palabras, sólo es posible en el seno del Sistema Interamericano y la Carta Democrática, no en UNASUR y su silencio y negación de la realidad; no ofrece nada.

Dar más tiempo al régimen, es darle más lugar a la muerte, y esas muertes no pueden ser vistas como sacrificios o “daños colaterales”; tienen que parar. Venezuela es una bomba de tiempo, que aunque nadie quiere tocar hoy, corre el riesgo de estallar ante la mirada aletargada de quienes apostaron a un diálogo que traerá más muertes por falta de medicamentos, comida, inseguridad e indolencia. Es el momento de actuar; es nuestra obligación.

@Urruchurtu