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Venezuela es, en las condiciones actuales, un proyecto de país insustentable. Al igual que aquella Argentina que en 2001 tuvo que suspender todos los pagos de deuda y renunciar al acceso a los mercados de crédito por casi un lustro, nuestro país asumió compromisos que hoy representan una carga que no puede ser enfrentada, y que amenaza con dejarnos en la peor situación fiscal que haya conocido nuestra historia, superando incluso esa infame crisis de deuda de los ochenta que tanto daño nos ha hecho hasta nuestros días.

Ver a quien se hace llamar Presidente de la República en cualquier cadena nacional no hace más que ahondar la sensación de desesperación que reina en Venezuela, pues mientras su gobierno intenta liquidar cuanto activo tenga en favor de la banca internacional, con tasas de ganancia para ésta de hasta 52% como en el caso Petrocaribe, Nicolás insulta y acusa a estos mismos agentes financieros de ser quienes están acabando con el país, como si estas le hubieran impuesto a la revolución la idea de endeudarse a toda costa.

Ante lo esquizofrénico de esta situación hay que asumir dos realidades fundamentales que el gobierno intenta ocultar: En primer lugar, el asumir compromisos de deuda es un acto voluntario, pues nadie ha obligado al gobierno venezolano a emitir bonos, pagarés e instrumentos de financiamiento de la manera como lo ha hecho. En segundo lugar, y más importante aún, resulta el hecho de que quienes son nuestros deudores tienen todo el derecho a querer cobrarnos lo que nos han prestado, pues al financiarnos asumieron riesgos que les prometimos honrar como país, a cualquier costo.

Culpar a quienes nos prestaron en el pasado de querer robarnos es decirle a todos los que pudieran auxiliarnos en el futuro que somos una nación que no honra los compromisos que asume, y que por tanto es mal negocio asumir cualquier tipo de relación crediticia con nosotros. Es en ese punto donde está la razón que justifica que paguemos más intereses por nuestra deuda que Ucrania o Grecia, pues más allá de cualquier realidad que enfrenten, sus gobiernos han sido lo suficientemente responsables como para garantizar que honraran los compromisos que ellos mismos asumieron, mostrando una responsabilidad de la cual podríamos aprender.

Los mercados son impersonales, sin espacio para conspiraciones o planes maquiavélicos a escala planetaria contra ningún país, en especial el nuestro. Los únicos responsables de que seamos el país más riesgoso del mundo son los revolucionarios que no supieron manejar una política económica coherente, incumpliendo el mandato que en su momento les fue otorgado por los venezolanos para velar por el desarrollo de nuestra nación. Queda de nosotros, los ciudadanos, el asumir las responsabilidades que ellos incumplieron, demostrándole al mundo de una vez por todas que Venezuela no es el fracaso del cual hay que huir, sino el proyecto en el cual hay que estar de cara al siglo XXI.

Twitter: @Daniel_Jose