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Sin duda alguna, la noticia de la semana que recién termina es la de la 69° Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Temas como el cambio climático, el ébola, el Estado Islámico, entre otros, marcaron la agenda de la reunión anual, los cuales denotan un mundo en excesivo conflicto en estos momentos. El gran ausente del año pasado, Venezuela, participó en ésta reunión, rodeada de un aura de dudas y sombras en torno a lo que Nicolás Maduro diría en sus diferentes intervenciones. El otrora Canciller de una Política Exterior protagonizada por Hugo Chávez, se enfrentaba hoy como Presidente, en medio de la imagen poco democrática que lo rodea.

En contexto, el último año y medio han impedido que Maduro pueda mantener la influencia internacional que Chávez en su momento tuvo. El hecho de atener la dinámica interna, las protestas, la represión y la violación sistemática de Derechos Humanos, provocó que Maduro retrocediera en la arena internacional. El gobierno venezolano prefirió “refugiarse” en organismos americanos, como UNASUR y la CELAC, para de esa forma blindarse de legitimidad y apoyo político de organizaciones que son más club de amigos que defensoras de los ciudadanos de sus países.

La opinión pública internacional claramente influyó en la debilidad de Maduro y eso ha tenido que reforzar el lobby del gobierno. Aún cuando ese lobby, que siempre ha existido, no logró plenamente su cometido de borrar la imagen negativa de Maduro, le dio al gobierno la oportunidad que estaban buscando: que Venezuela sea miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Esa intención, nada nueva, el propio Chávez la persiguió por muchos años, siendo 2006 un año cumbre para lograrlo pero sin resultados positivos. En aquel momento, la disputa entre Guatemala y Venezuela por una de las dos sillas latinoamericanas del Consejo, sumado a los apoyos de los grupos del Caribe, el lobby en el Medio Oriente para ofrecer petróleo barato a favor del apoyo a Venezuela, entre otros elementos, no fueron suficientes para que finalmente, gracias al apoyo de Estados Unidos, se lograra un candidato de consenso: Panamá. De esa forma, ni Guatemala ni Venezuela lograron la silla.

Hoy el panorama es diferente. Venezuela se presenta como el único candidato latinoamericano para ocupar la silla del Consejo, con el apoyo de toda la región (y hasta hace unos días, incluso el de Estados Unidos). Nuestro país ha ocupado la silla en cuatro ocasiones: 1962-63, 1977-78, 1986-87 y 1992-93 (ésta última con el Embajador Diego Arria a la cabeza, quien presidió el Consejo y, además, implementó la exitosa “Fórmula Arria”). En cada una de esas oportunidades, la imagen de Venezuela ante el mundo era la de un país democrático, de respeto de libertades y de una dinámica estable que era referencia, pese a problemas internos. Hoy, cuando el país aspira por quinta vez al puesto, es otra la realidad.

El actual Embajador de Venezuela en la ONU, Samuel Moncada, ha reconocido que han avanzado en una estrategia clara para que Venezuela ocupe desde el 1 de enero de 2015 y hasta el 31 de diciembre de 2016, la silla que hoy ocupa Argentina. En esa estrategia, Nicolás Maduro debe establecer contactos específicos y afianzar algunas relaciones (por ejemplo, con China y Rusia que hoy son miembros permanentes del Consejo). El viaje de Maduro a la ONU durante la semana pasada obedece a eso: obtener los 2/3 de los votos de la organización.

Pero, ¿merece Venezuela un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU? Bajo el contexto actual ¿el gobierno de Maduro merece tal reconocimiento? La respuesta de entrada pareciera ser obvia, pero siempre es bueno ahondar en el tema.

Comencemos con el pasado. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, la Política Exterior venezolana dio un giro, sobre todo en el ámbito ideológico. Con una postura revisionista en Relaciones Internacionales, Chávez apostó desde el primer momento en cambiar los regímenes internacionales que predominaban: desafió a la OEA, a la ONU, a Estados Unidos y con esto pudo crear instancias paralelas para legitimarse en la arena internacional, sin necesidad de retirarse de las organizaciones que tanto critican. Esto le permitió al gobierno venezolano afianzar sus relaciones con aliados no tradicionales, como Cuba, Irán, Siria, China, Rusia, entre otros. Temas como el nuclear, donde hasta Corea del Norte terminó siendo aliada y las hoy recién aparecidas denuncias sobre financiamiento al terrorismo y mafias, demuestran el alcance peligroso de esas relaciones. En un mundo como el de hoy, con un Medio Oriente tan convulsionado, sería provocador y muy riesgoso que estos países ganaran un aliado como Venezuela en el Consejo de Seguridad, entendiendo sus nexos.

En segunda instancia, lo hoy evidente: la violación sistemática a los derechos humanos, la represión, la violación a la libertad de expresión, la persecución política. Ciertamente en el pasado países antidemocráticos como Libia fueron parte del Consejo, pero eran contextos diferentes y escenarios de conflictividad diferentes. Hoy, la presencia de un país como Venezuela en el Consejo, premiaría a la injusticia y le daría cabida a la arbitrariedad. Un gobierno que pretende borrar con petróleo la sangre derramada por sus ciudadanos protestando, no merece ocupar esa silla. Es una ofensa, un irrespeto a la vida y la libertad. Es darle voz a la mentira y silencio a la verdad. Mientras la petrodiplomacia avanza, el gobierno de Venezuela aún tiene una cuenta pendiente en el banquillo de los acusados en materia de violación a los derechos humanos.

Los indicadores económicos del país, los cuales lo ubican en los últimos lugares de la mayoría de los índices mundiales y son los peores en 50 años, hacen de esa silla una inmerecida recompensa a un régimen que se ha encargado de destruir progresivamente la economía nacional. Mientras la región crece económicamente y se estabiliza luego de décadas de crisis, Venezuela se hunde con la inflación más alta del mundo y ese será el país que represente a la región… ¿Cómo la región puede permitir que sea nuestro país el que los represente? El petróleo tiene la respuesta, aunque sea un cheque sin fondo.

La alta criminalidad y la impunidad como una clara de estrategia control también hacen inmerecida esa silla. Cuando en 2013 hubo casi 25.000 asesinados en manos del hampa, lo único que se puede explicar es que el propio gobierno fue quien permitió una guerra contra los venezolanos. No hablemos tampoco de nuestra incapacidad de reclamar y proteger efectivamente nuestro territorio, cuando permitimos que Guyana avance en el Esequibo con un silencio cómplice, desconociendo incluso lo que los buenos oficios de la ONU han intentado en el tema, pero sí reclamando, tal como lo hizo Maduro en su discurso, la “descolonización” de Puerto Rico por parte de Estados Unidos.

La jugada del gobierno está muy clara. Rafael Ramírez, antes como Presidente de PDVSA y Ministro de Energía y Petróleo y ahora como Canciller, tiene la tarea de mejor la imagen de Venezuela en el mundo, sobre todo ante la banca internacional. Además, políticamente Maduro necesita ocupar nuevamente un lugar internacional en el que tuvo que retroceder. Más allá de que esto sea bueno o malo, el gobierno sabe que es necesario limpiar su imagen antidemocrática, aunque sólo sea una pintura de mala calidad que la realidad interna del país hace que se caiga.

Maduro intentó, con su discurso en la ONU, mantener la imagen revisionista, el discurso antinorteamericano y los elementos de la Política Exterior de Chávez. Las imitaciones no siempre son buenas pero su afán de hablar de una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU, al igual que su antecesor, demuestran hoy más que nunca su intención de ser parte del Consejo, lo cual sería una victoria política con legitimidad internacional. Aunque el gobierno de los Estados Unidos en un primer momento aseveró que no se opondrían a la candidatura de Venezuela, las editoriales de The Washington Post y de The New York Times, así como la mención del Presidente Obama a Leopoldo López, pudiera dar a entender que Estados Unidos tal vez juegue nuevamente, como en 2006, para frenar las aspiraciones venezolanas. Obama sabe que dar ese premio a Venezuela puede ser peor todavía, cuando se debate en medio de una débil imagen al no tomar duras sanciones contra funcionarios del Estado venezolano, entre otros temas.

Una organización como la ONU, que en su Carta establece como principios fundamentales el respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales así como el fomento de relaciones de amistad que busquen la paz y la cooperación, se enfrenta al riesgo de crear un terrible precedente de un país represivo, antidemocrático de corte totalitario, violador de derechos humanos y de garantías fundamentales, sumada a la profunda militarización de la política y al armamentismo que la ha caracterizado. Esos elementos, junto a la influencia que con el petróleo se ha creado en la región, pueden legitimar una peligrosa relación.

Los propios relatores de la ONU en materia de derechos humanos, políticos, libertad de expresión, etc., han expresado su preocupación por lo que ocurre en Venezuela. Queda muy claro que será inexplicable para muchos el hecho de que el peor gobierno de la historia venezolana llegue al Consejo de Seguridad de la ONU. Sólo la complicidad, los intereses entre gobiernos y el irrespeto a la vida y los ciudadanos del mundo, podrían explicar tan inmerecido acto. Premiar al país que pudo ser el más rico de la región, pero que hoy es el más pobre; aspirar a esa silla con un talante democrático del cual carecemos y que crea un peligroso precedente; darle credenciales a un país incapaz de salvar a su propia gente en los hospitales, premiar a los malos y castigar a los buenos, lo único que traerá es más impunidad e injusticia en un mundo que hoy está clamando todo lo contrario. Por ello hay que preguntarse: Venezuela en la ONU: ¿Premio a la mentira?

Twitter: @Urruchurtu