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Martes, 5:30pm. Camino junto a una compañera de trabajo por las calles de Altamira, en el este de Caracas. Nos dirigimos hacia la estación del Metro. En esta ciudad de alto riesgo no es prudente estar fuera de la casa cuando cae la noche.

A 200 metros, vemos a un señor con sus dos hijas. Están sentados al lado de un montón de bolsas de basura, las revisan en busca de comida.

En una oleada de dolor e indignación, nos detenemos y observamos, es un estado de trance, una bofetada cargada de realidad.

Sin embargo –y no me enorgullece- no nos sorprende ver a personas hurgar en la basura, ese es el verdadero pan nuestro de cada día: hombres, mujeres, niños y familias enteras buscando en las bolsas de desechos para llevarse algo a la boca.

Saco el teléfono y tomo una foto de esta escena, que es obra de la “revolución bolivariana”, un proyecto cuya realidad supera la ficción, en donde el papel que interpretamos los venezolanos parece no tener fin.

Continuamos la marcha y al pasar por el lado de esta familia, el señor nos pregunta si lo podemos ayudar con algo de comer.

La escena, que de lejos parecía dolorosa, de cerca nos helaba la sangre. Dos niñas, una de once y la otra de siete años, limpiaban unas rebanadas de queso que encontraron entre los desechos. La mayor frotaba aquellas rebanadas como si eso les quitara el estado de descomposición.

“Mija, no te vayas a llevar ese queso, que está dañado, no nos queremos volver a enfermar”, le decía el padre.

Y más adelante agregó: “Soy venezolano y tengo hambre”. Lo repetía insistentemente. De esa manera, José Godoy, de 51 años, intentaba decirnos que aun siendo venezolano, estaba en esa situación. Vive en Petare y alerta que esta situación no solo la padecen él y sus 8 hijos, sino que “somos miles los que hoy pasamos hambre”.

Sin darnos cuenta, estamos agachados a su lado escuchando a uno de los miles de protagonistas del hambre en Venezuela. La historia te llega al fondo del alma.

hambre_vzla_2Mientras tanto, las niñas siguen clasificando los desechos, no entienden la gravedad del asunto. Una de ellas come un trozo de pan que halló en las bolsas y casi como un mantra, el señor Godoy repite una y otra vez: “Soy venezolano y tengo hambre”.

Le preguntamos por qué lo repetía tanto, -se lleva la mano al bolsillo, saca su billetera y extrae la cédula como prueba fehaciente de lo que aseguraba-. Nos la acerca para que comprobemos lo dicho y exclama “ese señor, Maduro, se la pasa regalándole dinero a los otros países, y yo, que soy venezolano, estoy pasando hambre”.

Mi sangre se heló. Ya entendía la insistencia de Godoy, su afirmación estaba cargada de indignación y deseosa de justicia.

“En el barrio somos miles los que estamos pasando hambre –repite-, pero también somos miles los que queremos que este señor se vaya”.

Narra como en Petare, el barrio más grande de Latinoamérica, las familias han tenido que vender sus pertenencias para poder comprar comida. “Yo tuve que vender la licuadora”, dice, al mismo tiempo que la mayor de las niñas completa: “y también el televisor”.

Sin palabras nos levantamos del suelo, y lo único que nos queda es decirle a este hermano venezolano que no podemos perder la esperanza, que tenemos que unirnos para salir de esta pesadilla.

Con un sabor amargo continuamos nuestro camino, consternados, con un nudo en la garganta, porque al final esta no es solo la historia de José Godoy y su familia. Como él mismo nos dijo: “somos miles los que estamos pasando hambre en Venezuela”.

@ismaelgabriel22