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Hoy ya todos los venezolanos sabemos lo que significa para el bolsillo y para el país la economía del socialismo del siglo XXI. Lo crucial es que no estamos condenados a padecerla más. A pesar de la tragedia y la devastación que este régimen ha ocasionado; con imaginación, responsabilidad y sentido de Estado podemos superar la actual crisis económica mucho más rápido de lo que parece. Ese esfuerzo por cambiar lo malo por un camino de prosperidad para todos los ciudadanos, es hoy uno de los desafíos más grandes que tenemos como sociedad. No se trata solamente de solucionar la emergencia coyuntural, sino de encaminar el país hacia un nuevo modelo, que permita solidez económica y crecimiento sostenido, que promueva la creación de riqueza, respete la dignidad humana y deje la pobreza en el pasado.

Para eso hay que realizar cambios profundos y estructurales. Hay que sustituir este socialismo ineficaz y desastroso, por un modelo que nos proporcione seguridad y muchas oportunidades. Necesitamos construir un nuevo modelo socioeconómico que promueva el ascenso de todos.

Es indispensable lograr una sana relación ciudadano-Estado, que garantice la prosperidad económica, el bienestar de cada uno de nosotros, sin exclusión de cualquier tipo, y que sea garante de las libertades políticas, civiles, y de la democracia: necesitamos urgentemente lograr una institucionalidad con los incentivos correctos, que promueva el trabajo, la excelencia y la innovación, para lograr tanto el bienestar económico como el desarrollo integral de cada persona. Queremos una economía para la gente, no para el gobierno.

Dejaremos atrás para siempre el hambre y la violencia con un nuevo modelo socioeconómico que comience por garantizar la seguridad jurídica y el Estado de Derecho: respeto a la vida, la propiedad privada y la libertad. El segundo paso es facilitar la creación de empresas para generar muchos empleos productivos y bien remunerados. El tercero es una moneda fuerte y estable en un entorno macroeconómico equilibrado. Los tres aspectos son importantes para que se libere la energía creadora, la innovación y el emprendimiento de los ciudadanos.

La inflación es culpa del desorden e irresponsabilidad con que el gobierno gasta más de lo que le ingresa. Ese desastre en el gasto ha demolido la solidez de nuestra moneda, que hoy por hoy no vale nada, y ha arruinado a los ciudadanos cuyos ingresos y ahorros son en bolívares. El Banco Central no puede seguir financiando el gasto del gobierno a través de la emisión de dinero. Por lo tanto, la disciplina fiscal es un imperativo que se debe alcanzar, manejando con eficiencia y transparencia el gasto público. Es importante que el Estado tenga el tamaño adecuado. Parte de ese proceso requerirá que el gobierno se desprenda de una serie de empresas ineficientes, y permita su reactivación y gerencia a través de un sector privado productivo, competitivo y responsable. De igual forma, debemos retomar el camino de la descentralización, para acercar más las decisiones al ciudadano; no solo a los estados, sino mas allá, hasta los municipios y parroquias. Se requiere un Estado reducido, pero fuerte, eficiente y transparente.

El petróleo en manos del gobierno es otro tema que debemos replantearnos. Lo que conviene al país es que hagamos todos los esfuerzos posibles para volver a hacer nuevamente competitiva la actividad petrolera, sin dejar de considerar la nueva realidad del mercado mundial y las características que muy posiblemente lo definan en los próximos años. Para esto, el Estado debe permitir y estimular la inversión privada nacional y extranjera en todas las áreas del sector energético; con un gran desafío: pasar de la Venezuela petrolera a la Venezuela energética. También, para lograr la inversión y democratización del capital, debemos promover un sector financiero más amplio y profundo, y un vibrante mercado de capitales.

Ya nadie duda que es necesario diversificar nuestra economía. No podemos seguir dependiendo únicamente del petróleo. El sector productivo, que ha sido destruido, requiere inversiones muy grandes –locales y extranjeras-, para insertarse en las cadenas mundiales de valor. Con reglas de juego claras, justas, sin privilegios, y con los incentivos apropiados: estímulos impositivos, facilidad para abrir empresas, etc; promoveremos el desarrollo de muchos sectores en los cuales Venezuela tiene un enorme potencial: agrícola, industrial, tecnológico, cultural, turístico, y comercial.

La fuerte reducción en la emisión de dinero –indispensable para controlar la inflación- se traducirá en una reducción del gasto público. Habrá que asumir un nuevo endeudamiento interno y externo para atender la emergencia y encauzarnos a la estabilización. En una economía acostumbrada a monetizar el déficit fiscal, detener esta situación no es fácil y afectará a todos los sectores de la población. Pero el costo de la criminal ineficacia de estos años no puede recaer en los venezolanos más vulnerables. Por eso, y por fin, vamos a construir políticas sociales modernas y eficientes; subsidios directos e inmediatos, servicios públicos de primera calidad, escuelas dignas con alta tecnología  y centros hospitalarios bien dotados, son la otra cara de la transformación a la nueva economía.

Tantos años de lucha y sacrificios frente a un régimen que exacerbó el populismo, el clientelismo, el centralismo, el estatismo y el militarismo, nos dejaron profundos aprendizajes. La transición no sólo implica construir nuevas instituciones políticas, también un sistema de incentivos y garantías para establecer una economía vibrante, abierta y competitiva; que permita que vayamos todos para arriba. Un país de propietarios, de emprendedores, con una economía para la prosperidad.

@Mariacorinaya