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La realidad venezolana es tan dinámica que mientras hacemos el esfuerzo por comprenderla, cambió nuevamente. En los últimos años, hemos sido testigos de procesos que nos tomaron por sorpresa y sobre los que nos percatamos solamente cuando empezamos a vivir sus consecuencias.

Los acontecimientos de las últimas semanas no son la excepción. Son más de dos meses que vivimos en un permanente estado de crisis que no solo afecta lo económico, lo político y lo social, sino también lo espiritual. Han sido días que nos han obligado a reflexionar sobre el cómo pudimos llegar a esto y, principalmente, sobre qué es lo que debemos hacer para nunca más repetir esos errores.

Venezuela cambió el 12 de febrero cuando, después de muchos años de aletargamiento, la sociedad civil dijo basta y se volcó a las calles para reclamar por sus derechos básicos liderada por sus estudiantes. Comprendió que las reivindicaciones de los jóvenes a lo largo de toda Venezuela no eran solamente asunto de ellos, sino también responsabilidad de toda una nación que había cometido uno de los peores errores que una sociedad puede cometer: resignarse.

Este movimiento inédito -que aún muchos no comprenden- tiene aspiraciones superiores a cualquier necesidad básica y legítima de los ciudadanos. Esta vez, sus protestas van más allá de temas cotidianos como la escasez, la inflación o la inseguridad. Esos jóvenes que hoy se aferran a la calle como la última esperanza para rescatar su futuro están dispuestos a arriesgarlo todo por aspectos esenciales como la libertad, la democracia y la dignidad.

Son esos valores los que no se negocian y los que unen no solo a una nación, sino también a sus generaciones y a su historia. Es por eso que no debe sorprender ver a mujeres que se enfrentan sin miedo a guardias armados hasta los dientes, a muchachos que no llegan a los 20 años arriesgando toda la vida que tienen por delante en una lucha desigual, o a abuelos que, incluso cargando con el peso de los años, salen a la calle y dan la pelea por el futuro.

Hoy, el mundo entero ve al país con otros ojos. Venezuela nunca más será la misma, nosotros tampoco.

Este es un momento diferente a cualquier otro que hayamos vivido. Lo comprendemos o lo perdemos.

Miguel Velarde