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Nos ha sorprendido un reciente y breve texto de Tomás Straka, respecto a lo que denomina socialismo pretoriano (http://nuso.org/articulo/el-socialismo-pretoriano).  Denominación que constituye a su juicio la “mejor manera de definir el fenómeno”, explicando su proceso, sobrevuela las otras versiones socialistas conocidas, advertida inevitable, como contradictoriamente, la existencia de un ejército que “ejerce influencia y controles de envergadura sobre el Estado”, sobrepasando las estipulaciones legales.

La imposición por la fuerza bruta del “modelo político” referido, ilustrada por la inmensa y feroz represión de 2014, fundamentalmente sobre la juventud que intentó reivindicar el legítimo y pacífico derecho a la protesta, por no citar el trabajo forzoso que una resolución ministerial establece ahora en el ramo agro-alimentario, es un dato universal e inherente a la propuesta socialista asoleada – cercana o lejanamente – por los remotos bolcheviques ya en el poder.  Luego, luce innecesaria, como tímida, una adjetivación que muy poco o en nada abona al particular desarrollo del proyecto en Venezuela, por cierto, jamás explicado y, lo peor, nunca debatido en medio de una proliferación de consignas de un marchito vuelo.

La influencia militar va más allá del recurrente y anecdótico atuendo empleado por Chávez Frías, una mera provocación que tanto le divertía, entendiéndola como una escalada que partió de una extralimitación abusiva, constante en nuestra historia contemporánea, incluyendo la efectiva resistencia del sector civil,  y que ha transitado por una militarización de la sociedad y del lenguaje, hasta llegar a la amarga realidad de un Estado Cuartel. ¿En qué planeta vive Straka al negarlo, concibiéndolo de un exclusivo cuño prusiano para concluir que la sociedad funciona con normalidad bajo la tutela militar? Además, faltando poco, ya existen trabajos de carácter académico, como el libro presentado este año sobre la materia en la Asamblea Nacional, suscrito por Luis Buttó, José Olivar, Jo-ann Peña, Rosaura Guerra y Franz von Bergen, que – en todo caso – amerita de una refutación que no se contente con tildar de socialdemócrata al insigne Domingo Irwin, fundador de toda una escuela que versa sobre las relaciones civiles y militares: la crítica al soldado desprofesionalizado también merece la de una academia profesionalmente reivindicada por todo el exigente instrumental teórico del que dispone.

Citando un par de ejemplos, entre muchos otros, ¿los espacios públicos no están algo más que militarizados en nuestro país, so pretexto de combatir a una delincuencia que ha crecido hasta batir el propio récord de muertes violentas, con cifras propias de un conflicto bélico formalmente declarado? ¿La Fuerza Armada es simple espectadora en el desempeño de la Misión Abastecimiento, como en sus incursiones en el mundo del petróleo y gas, la banca, las telecomunicaciones, la construcción o el turismo?  Agreguemos, ¿la subasta ecológica del Arco Minero no estuvo precedida por una matanza de mineros?

Asistimos a una versión edulcorada – más no, corregida – de un confeso socialismo rentístico, cuyas peores consecuencias dice justificar la sola disminución de los precios del petróleo, generando una crisis humanitaria – advertida dos años atrás – que la pólvora asimétrica desespera por naturalizar. Socialismo que ha permitido la realización del Estado Cuartel, en nuestras propias y distraídas narices, creyéndolo – apenas – un perfomance marcial de ocasión que no altera en modo alguno la normalidad de cada día: la Fuerza Armada está trillando el camino definitivo de su descomposición institucional y, revocatoria mediante, sólo la transición democrática puede aportar a su recuperación.

@LuisBarraganJ