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Este jueves, íbamos de La Victoria hacia Turmero a través de la autopista regional del centro y nos encontramos con una enorme tranca. Después de una hora en espera, nos bajamos del carro para ver qué ocurría, ya que al consultar los reportes de tránsito en redes sociales todos los mensajes decían que no había algún accidente que justificara la monumental cola. Empezamos a caminar entre los carros; la gente se bajaba, niños y ancianos acalorados y hasta una joven con dolores de parto, acompañada por su desesperada mamá.

Avanzamos varios kilómetros por la autopista y nos dimos cuenta de que el paso lo había cerrado la policía. Cuando increpé a los oficiales sobre la causa, me dijeron que lo hacían “por órdenes superiores”.

Por “órdenes superiores” significa “porque le dio la gana al gobernador de Aragua”, para impedir que llegáramos a nuestra actividad en Turmero. Por eso se cierra la principal arteria vial del país y se deja a miles de personas varadas en el camino; gente que va a su trabajo, a clases o al hospital.

Cuando la gente constató que habían trancado la autopista para impedir que nosotros avanzáramos, fue tanta la indignación y la presión, que obligaron —de manera cívica y firme— que la policía se pusiera a un lado y abrieran el paso.

Esta es la fuerza que hoy se rebela en toda Venezuela. Son las madres en Ureña, las maestras en San José de Guaribe, y ahora los ciudadanos con sus carros en la autopista regional del centro. Los venezolanos tenemos que avanzar en nuestro camino hacia la prosperidad, la dignidad y la libertad para nuestro país, derribando las barreras que pretendan impedírnoslo.

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Ese día estuvimos primero en La Victoria y luego en Turmero. En ambas poblaciones viví lo que siento en toda Venezuela, la fusión entre el dolor más pavoroso de la mirada con hambre y la fuerza de la dignidad de quienes no se dejan humillar más.

Mientras caminábamos hacia el mercado solidario de La Victoria, me encontré con un joven trabajador, padre de tres niños, al que todavía le temblaba el cuerpo y la voz de la rabia; la noche anterior, mientras hacía cola frente a un abasto, se presentó la Guardia a espantarlos. Hubo presos, heridos. “Yo salí corriendo pero me alcanzaron, y le ponen corriente a uno, como si fuéramos cochinos, como animales”, me dijo. Esto es lo que consigue un padre desesperado que busca comida en La Victoria; así regresó a su casa, sin comida y con la huella de la humillación en el cuerpo y en el alma.

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Me he dado cuenta de algo en estos tiempos de hambre y de llanto: A los hombres les cuesta llorar en presencia de otros hombres, pero les resulta más fácil llorar con las mujeres. Cuando se me acerca un hombre de esos grandes, robustos, y me pone la cabeza en el hombro y llora, mi corazón se para, el alma se me parte. El llanto de impotencia del hombre honrado que ya no sabe qué hacer para que el carricito no llore de hambre esta noche también.

Por eso, volvamos a Ureña: entre las madres que querían alimentar a sus hijos y la comida se interponía una barrera: la de la guardia trancando la frontera. En San José de Guabire, entre las maestras decididas a alimentar a sus alumnos y la alcaldía que tenía escondidos los alimentos, otra barrera: la de la policía y la guardia que quería impedirlo. Y el jueves, entre quienes estábamos en la autopista y Turmero, una barrera más: la de la policía trancando el paso. En las tres situaciones la gente rompió la barrera y llegó a su objetivo. Esto es lo que pasa cuando los ciudadanos de manera pacífica y organizada, pero con toda la firmeza y determinación necesarias, decidimos avanzar.

Entre la Venezuela hambrienta, humillada, oprimida y dividida, y la nación próspera, digna y libre, hay una barrera. Es Maduro y su régimen. Ya los ciudadanos sabemos qué es lo que hay que hacer para llegar a nuestro destino.

@MariaCorinaYA

#RutasDeLibertad

En: Caraota Digital.