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Toda una recurrente tentación, el asalto del oficialismo a la Asamblea Nacional empeora la situación del gobierno ante el país y la comunidad internacional. La obviedad no parece tal, luego de los hechos acaecidos en la sesión extraordinaria del día 23 de los corrientes.

La materialización de una iniciativa tan grave y delicada, debe contar con la expresa  autorización de Nicolás Maduro, por muy distante que se encuentre del territorio nacional. Y de no emitir siquiera la más modesta anuencia, aumenta la preocupación sobre la conducción o supuesta conducción del gobierno y su principal partido.

De ser cierto que el alcalde Jorge Rodríguez acudió a las puertas del hemiciclo para recoger al grupo que incursionó violentamente en la cámara, desautorizándolo, entonces cabe preguntarse sobre los promotores reales de la aventura. O, en propiedad, respecto al calibre que alcanza la pugna entre las diferentes corrientes y vocerías del oficialismo capaces de tamaña apuesta.

Además, poco importa que no consumaran el asalto, pues, la sola tentativa revela cuán lejos pueden llegar para sobrevivir en el poder, a cualquier precio.   Acortando la distancia entre el exceso verbal y los hechos, la confrontación interna los forzará a trepar de la temeridad a la extravagancia más insólita.

Curiosamente, diciéndose muy estudiosos los oradores oficialistas, en la aludida sesión, citaron con alguna regularidad a Rómulo Betancourt, pero el denuesto se convirtió pronto en una morisqueta reveladora. La trayectoria del guatireño, por más discrepancias que susciten – adicionalmente – sus intérpretes, habla de una indispensable racionalidad y realismo político que le permitió, incluso, decidir adecuadamente en torno a las disidencias dentro y fuera de casa, siendo o no gobierno, frustrando en lo posible cualquier insensatez, osadía o excentricidad que desbordara la política de sus propios y comprensibles límites.

@LuisBarraganJ