Skip to main content
immediate bitwave Library z-library project books on singlelogin official

A mediados de la década pasada, en más de una oportunidad declaramos o escribimos en relación a la Guardia Nacional. Consabido, Chávez Frías pretendía reemplazarla definitivamente por las milicias, las que inconstitucionalmente convirtió en un componente adicional que cohabita con el resto de la corporación castrense.

Recordemos, fundada por López Contreras, con el tiempo, el referente alcanzó y adquirió la jerarquía de Fuerzas Armadas de Cooperación. Y, por las muy importantes tareas que acumuló, ganaron legitimidad para despejar cualquier duda en torno a su propia naturaleza militar. No obstante, el desempeño en lo que va del siglo XXI, evidencia una pérdida que, a juicio del diputado Julio Borges, la hace irrecuperable.

Al apreciar sus labores de alta policía, por ejemplo, evidentemente el Estado ya no controla importantes territorios, sobre todo fronterizos, donde departen hasta serenamente las fuerzas irregulares del vecino país y elementos del hampa organizada, por no citar el ámbito exclusivamente urbano; nada fortuito es hablar del narcotráfico, el contrabando y otras prácticas generalizadas de corrupción que van más allá de las aduanas convencionales, pues, tildadas de alguna manera, las hay innovadoras. La pérdida de legitimidad y prestigio de la ahora Guardia Nacional (GN), galopa velozmente por el actual papel represivo que desempeña, yendo más allá de la mera exhibición de sus tanquetas, ballenas, murciélagos, motorizados y efectivos enfundados en una armadura adecuada para   un distinto escenario: el delincuente común, añadida la jefatura confortablemente recluida en pequeños o grandes centros penitenciarios que le dan nombre y jerarquía a sus operaciones, goza de mayores y mejores garantías que el despreciado ciudadano, cuyo imperdonable atrevimiento reside en protestar pacíficamente al régimen y, más aún, a una temprana edad.

Desde que se iniciaron las protestas ciudadanas, el terrible promedio es de un muerto por día, orientada la represión – militarmente – a una calculada y paciente eliminación de las jornadas cívicas, procurando afianzar el terror psicológico, harto distinto al esfuerzo de persuasión, disolución y recuperación del orden público al que, valga la paradoja, el régimen procura en permanente estado de alteración, zozobra y peligro. Creyendo cubrir las formalidades de los convenios internacionales, por lo que no ametralla masivamente a la población que ya no cabe – incluso – en las más grandes autopistas, ha convertido las armas concebidas como no letales en letales y, además del artefacto lacrimógeno de niveles tóxicos ya denunciados que bordean los estragos causados por el gaseo de las trincheras en la primera guerra mundial, dejándonos John Dos Passos el testimonio inolvidable de sus novelas,   aliña el disparo con los más variados trozos de metal en una morbosa cacería del indefenso y desarmado muchacho que se defiende apenas con un escudo de latón o madera y, en defensa propia, le devuelve el mismo artefacto por el prodigio de sus brazos y pernas, o una pedrada y botellazo que inútilmente trata de impedir el desplazamiento del feroz blindado que lo atropella.

Aceptando y aplaudiendo la vandálica acción de los grupos paramilitares, la GN irrumpe en los más variados vecindarios para derribar los encarecidos portones que, además, sirven de paliativo ante la delincuencia común, coadyuvando a una tarea que no tiene precedente alguno en nuestra historia, por su sistematicidad e impune ensañamiento al que sumamos el asombroso sacrificio de una mascota ya emblemática, como Cross. Frecuentemente, localiza a aquellos que asume como los más peligrosos ciudadanos, por la fuerza de sus cacerolazos o por la eficaz organización de la protesta no violenta, abonando más al trabajo de los sapos, entendidos como patriotas cooperantes por la jerga oficial, que a un esfuerzo de inteligencia o contrainteligencia que no acierta en descubrir, perseguir y aprehender al más vulgar buhonero de la droga.

Excepto el detalle técnico de la nómina que los cubre, no adivinamos contraste alguno entre el victimario de David Vallenilla en La Carlota, adscrito a la Policía Aérea, y quienes ultimaron a buena parte de las más de setenta personas que le antecedieron.  Por lo visto, la orden, procedimiento y resultado, es el mismo trátese de la GN u otros componentes de la Fuerza Armada y la Policía Nacional, el Sebin y los grupos paramilitares, distinguiendo algunos matices que las más variadas fotografías y videos ciudadanos, les conceden cierta identidad.

En consecuencia, luce muy legítimo y pertinente el específico cuestionamiento de la GN que, desgraciadamente, ha probado que el perdigón y la lacrimógena literalmente matan.  Por fortuna, existen miles de imágenes que comprueban que las víctimas no portaron arma alguna de fuego, y que, incluso,  nos permiten no sólo rendir nuestro tributo a David y a todos los David de esta aciaga hora venezolana, sino a quienes valientemente trataron de evitar que cayera, auxiliándolo inmediatamente: nos conmueve también el video de La Carlota en el que, rifándose un disparo, los compañeros procuran distraer a los militares agresores.

@LuisBarraganJ