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Sin lugar a dudas, Venezuela es un país patas arriba. Vivimos una gravísima crisis que para el gobierno es un paraíso. Todo está ordenado dentro del desorden. Todo funciona, pero no funciona. Hay medicinas y comida, pero no hay. Hospitales hay, lo que no hay son equipos e insumos. Todo está mal, pero vamos bien. No volverán, pero volvimos. Ya uno deja de asombrarse ante la miopía política, social y económica imperante en el llamado socialismo del siglo XXI.

Cada día mueren varias personas en nuestros hospitales por falta de medicinas. Recientemente, falleció en el hospital de San Felipe un niño de 10 añitos que padecía cáncer. Su condición se agravó ante la imposibilidad de tratarlo, ya que no había medicinas para ello. Más grave aún, recomendaron a la madre que lo llevara a casa, ya que no había nada que hacer y la madre rogó que lo dejaran hospitalizado, ya que en la casa no tenían para comer. Dramático. Un caso entre cientos cada día.

Sin embargo, para el gobierno no hay tal carencia, se niegan a reconocer la existencia de una crisis de salud y menos aún aceptan la apertura de un canal humanitario que permita la entrada de medicinas lo más pronto posible.

Por otra parte, el Gobierno se ha empeñado en controlar todo. Arropa y acorrala con su ineficiencia e incapacidad a los empresarios, inversionistas y productores. Ha expropiado y confiscado empresas, rige un control de cambio que dificulta la traída de insumos para la producción nacional y con un control de precios que ha  asfixiado y desmotivado a todo aquel que pretenda iniciar o continuar algún negocio. Miles de empresas han cerrado y otras van en esa misma dirección evidenciando que la verdadera intención es destruir y no construir en aras de lograr una dependencia total del colectivo ante el Estado. Cuantos motores, comisiones, mesas de trabajo, planes y pare usted de enumerar los nombres puestos a cuanta iniciativa ponen sobre la mesa cuando la crisis se acentúa y los pone contra la pared. Allí queda todo, en un discurso desgastado, repetitivo y estéril abonado por la incapacidad y mala gerencia que durante tantos años han aplicado los personeros que son rotados de un cargo a otro pretendiendo cambiar algo haciendo siempre lo mismo.

En lo político, no terminan de aceptar que en democracia a veces se está en la cumbre mientras otros en la sima. Ello puede cambiar cuando el pueblo lo decida. El soberano votó en diciembre de 2015 y eligió sus diputados para la AN quedando configurada por una amplia mayoría de oposición. Ello ha sido desconocido por un gobierno que controla todos los poderes, rompiendo el equilibrio, autonomía y respeto que a ellos se debe. La bancada oficialista, en clara minoría pero con el apoyo de un TSJ sumiso y configurado por magistrados designados en forma exprés y muchos de ellos con claro tinte del partido oficialista y sin las credenciales para ocupar tan dignos cargos, se ha encargado de sabotear cuanta ley es aprobada.

Adicionalmente, un Presidente que pretende dialogar con el sector opositor pero al mismo tiempo llama a sus representantes con los peores calificativos y epítetos no dignos de quien pretende ejercer un cargo como Jefe de Estado. ¿Cómo se puede ir a un diálogo con aquel que te insulta y agrede públicamente amparado en su investidura?

Con un diálogo sincero y franco, obviando el radicalismo y pensando en el bien del país, es como se avanzará en su recuperación. Lo contrario es dejar la mesa patas arriba.