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No hay manera de no alarmarse ante el agravado y acelerado deterioro de nuestro país. Una Venezuela casi en ruinas que está dependiendo, prácticamente, de la voluntad divina para sostenerse como nación, mientras la fortuna que, probablemente, nunca más recibiremos, está en bolsillos de muchos que hoy se hacen los locos, como si haber desfalcado a un país entero no fuera traicionar a la patria que dicen defender y construir.

Son muchas las preocupaciones que, en lo particular, me agobian de a cara al futuro tan negro e incierto que parece estar ya aquí. Preocupaciones que parten de lo que hace un régimen que está decidido a acabarnos como país a cambio de permanecer en el poder, y que parten de lo que un gran sector de la oposición hace y que nos llena más de angustia que de esperanza.

Me preocupa, en primer lugar, la electoralización de la agenda país. Es entendible que de cara a unos comicios que serán dentro de poco más de 100 días, gran parte de la dinámica nacional se base en ellos, pero no todo puede ser a causa, por y para las elecciones. No puede ser que cada vez que el régimen hace de las suyas, se diga que es para suspender el proceso electoral o desmotivar al electorado, no puede ser que cada posición que fije la oposición sea lo suficientemente tímida o acomodaticia para no “generar abstención”, no puede ser que todo lo que proponga esa oposición sea después del proceso electoral, con nuevas leyes, como si ese fuera el problema de fondo en un país atiborrado de leyes inútiles e ilegalidad. No es posible tampoco que cada vez que se generen críticas al proceso electoral o se exijan condiciones, se nos diga “abstencionistas” o “radicales”. En definitiva, no es aceptable que hagan de toda nuestra vida y tragedia un voto, eso y nada más.

También me preocupa el avance de un régimen que hace lo que quiere, sin importarle nada y sin nadie que se le oponga o sea capaz de de decirle las cosas de frente. Quienes lo hacen son acusados, perseguidos y llamados “radicales”. Un régimen que, ante la presencia de un país quebrado y la ausencia del dinero que en otro momento tuvieron a su antojo, ha optado por la represión y la violación masiva a los derechos humanos, creyéndose todopoderoso e intocable. El futuro deja entrever hambre y miseria, y cuando eso realmente llegue y no haya cómo controlar los estómagos de la gente, será la represión, la militarización y el abuso quienes intenten poner orden al costo que sea. Pocas personas han advertido esto, ante los ojos de quienes los escuchan y los tildan de exagerados. La crisis humanitaria llegó para quedarse y nadie ataca ese problema, porque lo importante es votar en diciembre…

De eso deriva mi siguiente preocupación: la euforia y confianza plena en encuestas y estudios de opinión pública. Me preocupa no porque lo que digan no sea cierto, ya que no dudo de que, en efecto, seamos hoy una mayoría abrumadora (como lo hemos sido siempre, aunque algunos lo nieguen), sino porque el triunfalismo ante lo que éstas reflejan puede ser el más duro golpe a la hora de explicar algo distinto al triunfo. Un país donde la censura reina, donde la transparencia está tan escasa como los alimentos y las medicinas, y donde el miedo es un agente libre que agobia a las personas ante la posibilidad de la persecución y el hostigamiento, hace de las encuestas y los estudios de opinión no solamente algo viciado sino incoherente con una realidad nada democrática, puesto que estos son instrumentos que tendrían mayor validez en sistema realmente democráticos.

Asimismo, me preocupa el estado de ánimo de la gente. Cada vez más apatía y más decepción son evidentes en las personas. No diré que no existe una gran reserva de resistencia en las personas que entienden la magnitud de lo que vivimos y la urgencia del cambio, pero la costumbre, el desencanto y el cansancio hacen de las personas una masa que no quiere siquiera pensar en el futuro. Muchos quieren votar, quieren un cambio sin ver que haya una alternativa clara para lograrlo. Mucha gente va a votar, ciertamente, pero no porque la oposición tenga una opción contundente. Visto de esa manera, mucha gente votará en contra del gobierno y no a favor de la oposición, realmente. Sumado a ello, en caso de una derrota, ¿pueden imaginar el estado en el que entrará la gente? Pudiera ser el final y la entrega por completo a un modelo que humilla. ¿Quién se está refiriendo a eso? ¿Quién está motivando a las personas? Se ha reducido la condición del ciudadano a simple votante, como si su preocupación y desespero no importara.

Todo lo anterior me lleva a mi última preocupación: si nuestra dinámica como país se ha electoralizado, ¿qué pasa después de las elecciones? Y esa es una buena pregunta que debe hacernos reflexionar. Se nos ha dicho que la victoria opositora está garantizada, que los números nos dan, que haremos nuevos leyes, que el régimen será derrotado y que la gente defenderá el triunfo, sumado al argumento nada nuevo de “las elecciones más importantes de la historia”, como si las anteriores no lo hubieran sido (y lo mismo nos dijeron). En caso de que todo eso sea cierto… ¿Cómo vamos a cobrar el triunfo? Ya tenemos un episodio en el 2013 en el que nada pasó. Sabemos que el régimen tiene todo el poder, las armas y  el control de las instituciones… ¿cómo haremos que entreguen, sabiendo que son una dictadura y que como dijo Fidel Castro, las revoluciones sólo hacen elecciones cuando saben que las van a ganar? Votar no es suficiente, ya se ha dicho. ¿Cómo vamos a enfrentar ese discurso? ¿Cómo le explicamos a la gente, después de decir que todo estaba ganado, que ahora todo está perdido? Muchos sostienen que en el pasado hemos ganado gobernaciones y alcaldías, cuando eso han podido ser más concesiones que triunfos. Nadie está hablando de esto, sólo mandan a votar y ya, engañando sobre las verdaderas condiciones a las que nos enfrentamos y subestimando, como siempre, al régimen.

Nuestro país está al borde de un colapso social. El régimen por eso, desde el Dakazo, ha inducido comportamientos colectivos como saqueos, para mitigar y dosificar el descontento. No significa que no pueda salirse de sus manos, pero ciertamente tienen la fuerza para reprimir. Me preocupa que el liderazgo opositor no esté a la altura de las circunstancias, cuando han optado por subestimar y creer débil al gobierno. Preocupa que sólo estén centrados en elecciones cuando eso para el régimen es un paso más que pueden manejar gracias a la propia inacción opositora que ha caído en su juego y en su chantaje, además del control sobre las instituciones.

Todavía estamos a tiempo de reaccionar y de cambiar el enfoque del juego. Son pocas las voluntades y los liderazgos que así lo han entendido y han pagado un alto precio por su valentía. Pero no es suficiente. Hace falta, insisto, mayor conciencia frente a quién estamos y enfrentamos. Sin duda, Venezuela, todo esto me preocupa y debemos ocuparnos…

Twitter: @Urruchurtu