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Acabo de llegar de una ronda infructuosa buscando pan en cinco panaderías. Regreso a casa con las manos vacías, transitando por unas oscuras y tenebrosas calles que añaden un toque de tristeza adicional, al intento fallido de gestionarme algo tan básico como un simple pan para mi cena.

Al tiempo, pienso, en quienes de igual forma han visto truncado algo mucho más grave, como puede ser la misión de adquirir un medicamento paseándose por un sin número de farmacias y con ello, mi tristeza avanza de la indignación, a la rabia.

Se cumplen cuatro años de la muerte del causante de toda esta devastación, de toda esta tragedia deliberada y planificada.

Muchos de sus acólitos llorarán y sufrirán su ausencia. Dirán que él vive, que su legado sigue. Y, ya lo creo, claro que vive.

Está más presente que nunca en cada niño que muere por falta de medicamentos y desnutrición, vive en el entierro de cada venezolano muerto a manos del hampa desbordada producto de una inseguridad instaurada como política de Estado de su revolución, vive en cada imagen de venezolanos que hurgan la basura, vive en cada una de las kilometricas colas para adquirir un paquete de pasta y una margarina, vive en cada desgarradora despedida de nuestros jóvenes que huyen de la tierra que los vio nacer.

Así que es bueno que todos tengamos bien presente, al ausente responsable de este padecimiento, que se fue de este mundo, pero que su legado de muerte y destrucción está más vivo que nunca.

@JoseAVega