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“Venezuela, el secreto mejor guardado del Caribe”. Ese eslogan, característico de los años 90, definía la estrategia comunicacional en materia turística para el país de ese momento. Todos sabemos que Venezuela y sus encantos están ahí, nos hacen sentir orgullosos y hasta con el deber moral de defenderlos todos los días, en todo momento. Esa Venezuela de entonces, ya mostrando señales de desgaste institucional y general, avizoraba un cambio profundo que nos llevaría a lo que somos hoy: el país que nunca fuimos. Es allí donde me quiero detener…

Nuestro país, al menos desde 1958 y durante 40 años, se caracterizó –principalmente durante las dos primeras décadas de ese período– por la construcción de un sistema institucional basado en profundos valores democráticos que nos hicieron ser referencia en el mundo. Sin pensarlo, rápidamente nos convertimos en un ejemplo democrático para el continente y, junto a ello, había comenzado una etapa importante de progreso en todos los ámbitos de la vida nacional. Ese país, amparado en el respeto, en los esfuerzos por hacer prevalecer un Estado de derecho capaz de darle equilibrio y control al sistema político, esa cultura cívica y ciudadana, tolerante y pacífica, que poco a poco pretendía borrar la larga huella militarista siempre latente en la vida pública, la atención a diversos problemas sociales, etc., comenzaba a tener forma, siendo joven y débil.

La verdad es que esa juventud y debilidad se hicieron notorias cuando los vigilantes de la democracia empezaron a descuidar lo que con tanto esmero se había construido. Independientemente de las razones, el sistema comenzó a dar señales de alarma: descontento, sombras políticas, ruido. Todo aquello que va carcomiendo las bases de una estructura y modelo de país, del que hay mucho que rescatar en su espíritu, mucho que corregir en su acción y mucho que criticar en sus formas, hizo que ese país que debimos seguir siendo, dejara de ser.

Con ello me sitúo en el presente, independientemente del origen de las circunstancias. De pronto nos convertimos en un país alejado drásticamente de aquello que muchos habían ideado como nación. Con el quiebre se despertaron otros valores, sentimientos de odio y de resentimiento, los cuales repercutieron directamente sobre los ciudadanos, afianzando la división y la polarización en un país que había aprendido a olvidar eso. Bajo la bandera de supuestas reivindicaciones sociales que sí, ayudaron a muchos que lo necesitaban, se instauró, como nunca, un sistema populista y clientelista del cual hoy todavía sufrimos las consecuencias. Pasamos a ser otra Venezuela…

Sin entrar en detalles de lo que estos 16 años han significado, quiero referirme a lo que nos hemos convertido y a lo que el mundo hoy ve de nosotros. Bajo un gobierno absolutamente represor, violador de derechos humanos, censurador y perseguidor, se ha pretendido someter a la sociedad venezolana a un modelo no sólo incompatible sino también fracasado en el mundo entero. No conforme con eso, bajo una crisis económica sin precedentes, producto del despilfarro, la corrupción y quien sabe cuantas más artimañas, se ha decidido radicalizar las acciones contra las empresas privadas, continuando una política sistemática de violación  a la propiedad privada.

Todo el que alza la voz es reprimido, todo el que disiente es perseguido y amedrentado. Eso sumado a una clara ausencia de liderazgo y a una oscura pero a la vez decidida intención de tomar el control absoluto del poder, de mantener el poder por el poder en sí mismo y de legitimar, por medio de elecciones, una forma de hacer política muy diferente concebida por los demócratas que soñaron otro país. La destrucción se volvió bandera y hoy todo, absolutamente todo, está por el suelo.

¿Cómo nos ve el mundo hoy? Después de mucho luchar, después de tanto silencio y complicidad, en el mundo comienzan a levantarse voces dispuestas a denunciar una realidad que ya no calla. Y lógicamente no calla cuando el mundo percibe que tenemos un gobierno corrupto, violador de derechos humanos, sin liderazgo y con recursos cada vez más comprometidos hacia la nada. En eso nos convertimos: del país democrático de referencia obligatoria a la dictadura moderna arruinada y hazme reír de una región que apunta al progreso de sus ciudadanos, por medio del desarrollo económico, político, etc. La percepción, más importante que la realidad, se apoderó quienes en otro momentos no vieron como la gran promesa y hoy nos ven como la gran decepción.

¿Qué somos hoy? Veámonos, analicemos qué estamos haciendo y en qué nos hemos convertido y permitimos: hacemos colas como si ese siempre hubiera sido nuestro estado natural, escogemos entre un solo producto como si toda la vida nuestra libre elección hubiera estado limitada o hubiera sido un delito, estamos a la defensiva, intolerantes, llenos de rabia e indignación pero aceptando, como si no hubiera más remedio, lo que un grupo de inescrupulosos hicieron con el país: arruinarlo, destruirlo, saquearlo. Todo esto con saldo doloroso de muerte, de despedidas, de huidas, como si no hubiera más por hacer, como si fuera el final.

Esto nos obliga a pensar, desde nuestras más profundas convicciones democráticas, qué país queremos ser. Es momento de entender que no sólo urge un cambio profundo de modelo sino que todos somos parte de él. Un país de oportunidades, de progreso, de no dependencia del petróleo, de pleno respeto a la propiedad e iniciativa privadas, a la iniciativa individual responsable, amparado en un Estado de derecho, de profundo arraigo civil y de grandes virtudes democráticas; amplio, tolerante, respetuoso del Derecho Internacional, en fin, el país que debemos ser, bajo el reto que supone construirlo desde sus bases, hoy destruidas.

Algunos piensan que ese país es imposible y olvidan que ese país comenzó a ser y no pudo avanzar más. Algunos olvidan que, con sus fallas y aciertos, ese país empezó a cobrar forma desde que la naciente democracia buscó consolidarse trayendo calidad de vida y oportunidades para Venezuela y para sus ciudadanos. Es nuestra tarea rescatar esa nación que en algún momento fuimos, ahora de cara al futuro, decididos a defenderla izando su mayor bandera, la de la democracia, y entendiendo que como toda democracia, debe ser defendida día a día, en todo momento y por todos quienes creen en ella.

Palabras más, palabras menos, lo más importante es entender, de una vez y para siempre, que no podemos volver a ser este país que somos hoy: la Venezuela que nunca fuimos…

Twitter: @Urruchur