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Creo en otra Universidad;  una Universidad diferente…

La historia pocas veces da oportunidades que deben ser aprovechadas. Las coyunturas, por muy difíciles que sean, siempre abren una ventana de oportunidad que sólo el sentido de cambio, la convicción y la conciencia de materializar el éxito pueden atravesar.

Nuestro país se debate entre lugares comunes y miedos; entre chantajes y manipulación. El día a día de un venezolano transcurre entre desesperanza, temor, incertidumbre y apatía. Las fórmulas mágicas del populismo y la compra de conciencias, del “pan y circo”, ya no funcionan, y aún hay quienes se empeñan en plantear cambios repitiendo los fracasos del pasado.

Naturalmente en una nación que se va derrumbando por doquier todos los días, el único refugio de esperanza y de futuro de lo que significa tener un país también se ve afectado. La Universidad venezolana no escapa de esta realidad; realidad que trastoca hasta los más profundos valores y sentimientos que, en mayor o menor medida, oponen resistencia a un régimen cuyo propósito es acabar con todo lo que genere pensamiento crítico y universal, con todo aquello que sea capaz de oponérsele, con todo aquello que signifique libertad. La destrucción deliberada de lo que en el algún momento fue una República, es la más clara y absoluta evidencia de que el futuro no ve cabida en quienes, defendiendo el pasado cobarde, fracasado y mediocre, buscan mantener el poder por medio de la dominación y el control social.

Hoy la Universidad venezolana se enfrenta a la más profunda crisis de su historia. Naturalmente, los profesores universitarios (entre quienes me incluyo), hallan en la supervivencia su mayor vocación para enseñar y transmitir algo a quienes del otro lado del salón escuchan atentamente. Pasar por un aula, para quien es profesor, es un proceso de doble significado: es recordar lo que significa ser receptor de ideas y es entender lo que implica comunicarlas. Ese sentido se traduce en responsabilidad, en determinación, en defensa de la pluralidad y de los valores que un recinto de generación de conocimiento debe albergar de cara a un país entero.

El modelo universitario está en crisis. Este modelo, nada nuevo, ha encontrado sus momentos más oscuros precisamente en las manos de quienes se han propuesto acabar con el pensamiento plural. Consecuencia de ello es que los profesores universitarios venezolanos (y en general de todos los niveles de educación) sean los peores pagados de la región y hasta del mundo civilizado. Pero aquí es donde debemos entender que el problema no es de salarios sino de concepción del modelo en el que la Universidad venezolana tuvo grandes glorias y hoy pasa grandes penas.

Una Universidad en manos del gobierno –del peor gobierno–, es la mayor debilidad que como recinto de pluralidad puede tener. Para un grupo que sólo necesita someter, la Universidad no es más que un estorbo, y eso implica que mientras el presupuesto esté en sus manos, harán todo por asfixiar y acorralar a quienes día a día reciben a miles de conciencias que intentan aprender para no sucumbir. Pedir un aumento de salario o un incremento de la dotación de equipos, materiales e incluso acondicionamiento, es volvernos más dependientes de quien necesita mantenernos sumisos.

Evidentemente hay todo un marco normativo que ata a las Universidades públicas a ese rapto institucional del cual el régimen se vale para acribillar a la Academia. Pero eso no nos exime, en nuestro rol de responsables de guiar al futuro, de dar debates serios, sinceros y abiertos sobre otro modelo universitario, de plenas libertades y responsabilidades, con participación activa de otros sectores distintos al Estado, con generación de ingresos propios, sin que la visión destructiva de que lo público es lo bueno y lo privado es lo malo, distorsione una realidad que amerita de ambos sectores.

¿Un salario digno encuentra lugar en una economía destruida por diseño que nos condena al círculo vicioso de pedir al gobierno lo que a ellos NO les corresponde darnos? ¿Es que acaso la Universidad no es tan víctima del modelo económico como de la inseguridad como política de Estado, cuando las armas y las balas andan con más libertad dentro de la Universidad que los propios libros? ¿Cómo el rol de la Universidad de crear conocimiento y aportarlo al país encuentra sentido cuando no hay país al cual aportarle algo, cuando todo está en manos del Estado y cuando todos somos sospechosos y potenciales delincuentes por pensar diferente?

 Creo en otra Universidad; en una Universidad diferente. Autónoma en su sentido más amplio, aportándole al país sus conocimientos y generando sus propios ingresos que incentiven la investigación, el desarrollo y que garantice la dignidad de los profesores, alumnos y toda la comunidad, no dependiendo del Estado sino haciéndole entender a este cuál es su función primordial. Nada hacemos con exigir un aumento de salario, cuando nuestra economía, por diseño, nos condena a volver a pedirlo dentro de seis meses. No se trata de que el gobierno nos dé, porque cuando avalamos el modelo actual en el que ese gobierno está consciente que en su rol de dar nos controla, le damos la razón. Se trata de debatir y de encarar el actual modelo universitario, de dar ideas, de discutirlas y de generar consensos que acaben definitivamente con los enemigos de la Academia, desde la Academia.

Antes de cualquier elección, de cualquier convivencia, de cualquier forma de actuación política, incluyendo la Sombra que está acechando hoy a la Universidad venezolana (la del paro), lo más importante es asumir conciencia sobre el por qué y para qué lo estamos haciendo. La sensatez es la premisa más importante que debe existir dentro de los recintos cuya tarea es brindar luz y futuro a una nación. Después de ello, la cohesión entre las fuerzas de la Comunidad Universitaria será la que permita consolidar y hacer exitosa cualquier transformación que seamos capaces de impulsar, pero repito, conscientes de la Universidad que queremos: la del futuro, no la del pasado.

Si pretendemos salir de quienes nos oprimen hoy, debemos también debatir sobre los cambios institucionales que deben liberarnos. No podemos pretender que los enemigos de la Universidad se vayan y que queden los vicios heredados de un modelo que no sólo se agotó sino que condena a esa Universidad a la más terrible sumisión en el futuro. Empujar la transformación depende de todos.

De eso se trata: si somos forjadores de futuro, entendamos, desde hoy, para cuál futuro nos estamos preparando. El país demanda responsabilidad y giro. Tenemos la oportunidad de ser pioneros en ello, pero sólo si estamos conscientes de derrotar definitivamente a la Sombra, dejándola sin pena ni gloria.

Twitter: @Urruchurtu