Skip to main content
immediate bitwave Library z-library project books on singlelogin official

Ante la imposibilidad de hacer caso omiso a la situación del país, no podría dejar de abordar esa palabra que usted probablemente ha escuchado en manifestaciones, entrevistas, debates o que ha leído en libros. De manera puntual me refiero a la libertad, que aunque pareciera conocida y omnipresente, aun en su multiplicidad de conceptos en siglos de existencia, admite tantas posibilidades que mientras más se profundizan, más desconciertan. Pongamos por caso, si bien es cierto que yo tengo libertad porque otros no están ejerciendo completamente sus libertades y, las personas a su alrededor disfrutan de la libertad porque usted cede en parte las suyas, hace menester aclarar que la misma no es un juego de suma-cero (unos ganan y otros pierden), el hecho de que yo tenga libertad no depende de que usted tenga menos ni viceversa, dado que esta también comporta ciertas limitaciones necesarias para su dinámica en sociedad. Entonces, seguramente se debe estar preguntando: pero, ¿eso de qué va? Pues, a eso vamos.

Indudablemente la historia del mundo ha sido la historia de la libertad, a pesar de que esta haya sido desplazada tantas veces por otras causas. Sin embargo, no fue sino hasta Isaiah Berlin en Dos Conceptos de Libertad que se manifiesta el discernimiento más conocido entre dos de sus dimensiones: la libertad negativa y la libertad positiva. Por consiguiente, el debate gira en torno en cómo se entiende la misma.

Por lo que se refiere a la libertad como positiva, reside en su sentido clásico, aunque abstracto, del deseo del individuo de ser su propio dueño, movido por razones y propósitos conscientes y, no por la voluntad de otros hombres, así como también debe considerarse a la libertad como negativa, como un elemento físico con el que el Hombre es libre de coacción y se mueve sin obstáculos.

Como para avanzar a veces es necesario retroceder, en este punto la historia será nuestra guía. Sirva de ejemplo, a lo largo de los años la evolución y la cultura de supervivencia que surgió de las sociedades arcaicas logró la realización de individuos que desarrollaron una sagacidad en sus sentidos, lo que les permitió captar los variopintos indicios y acontecimientos de su ambiente natural; con aptitudes manuales, se convierten en expertos en el arte de manejar sus armas para la caza, la defensa y elaborar sus asentamientos, aunado a una capacidad de transformación y de movimiento intrínseca que, pasando desde el salvajismo hasta los principios de la construcción de la civilización, abrió oportunidades para el desarrollo de nuevos estadios, comprendidos por la racionalidad y la comunicación. De esta manera, pudieron comprender más óptimamente su entorno y entrar a procesos deliberativos que les permitirán las mejores estimaciones que le sean posibles a fines de satisfacer sus deseos y, por supuesto, conservar su especie.

Por consiguiente, lo primero a tomar en cuenta por el individuo ha de ser la confrontación primigenia en la que se halla comprometido con todo lo que no sea él mismo: la realidad natural y los otros individuos. De modo que, el elemento que irremediablemente constituye la base del surgimiento de la sociedad es la consideración de la libertad del hombre en un estado natural, quien decide construir voluntariamente un artífice que se cimente en las leyes racionales y ya no naturales, que rigen a todos sus miembros que no viven más que por sus instintos.

Por tanto, constituir una sociedad conlleva un amplio y complejo proceso de concertación y sobre todo de voluntad, esto último en vista del requerimiento de que cada individuo sacrifique algo de su parte, a saber, unos derechos que posee en estado de naturaleza y a los que renuncia –o cede– para que la sociedad pueda conformarse. De allí que, el estado de naturaleza constituya un recurso heurístico para explicar cómo y por qué un conjunto de individuos con igualdad de derechos, otorga su aprobación a una autoridad que resulta de un acuerdo contractual.

Hobbes, desde su perspectiva, es enfático al señalar una naturaleza de homo homini lupus¹, ante un ser humano que aspira al máximo de libertad incluso si eso significa violentar la libertad ajena, lo que hace imperativo un estado de consentimiento orientado a salvaguardar la vida y preservar la paz. Locke, por otro lado, afirma que la incertidumbre y el riesgo de la vida y la propiedad, en un estado de naturaleza, más no de guerra, marcado por la espontaneidad, hace una necesidad el consentimiento para instaurar un estado limitado que evite los perjuicios del ejercicio de la autoridad y las desviaciones a las que puede conducir la justicia privada, porque es precisamente para evitar el estado de guerra que nace la sociedad civil.

Dicho lo anterior, la pregunta recurrente será la siguiente: ¿Se ve cercenada la libertad del hombre que entra a formar parte de una sociedad? Se puede finiquitar que, es común y hasta cierto punto comprensible que un conjunto significativo de personas puedan creer que la ley es contraria a la libertad, que limita la libertad de los individuos a cambio de asegurar una convivencia tranquila y pacífica. Desde otro punto de vista, un autor como Locke indica que no se trata de que la ley limite las libertades, sino que las permita y las haga posibles y, así en el Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil expresa que:

“la finalidad de la ley no es suprimir o restringir la libertad, sino preservarla y expandirla; pues, en todas las especies de criaturas susceptibles de ser regidas por leyes, donde no hay ley, no hay libertad .La libertad consiste en estar exento de coerción y de violencia por parte de terceros, lo que no es posible donde no hay ninguna ley”. (p.75)

Por esta razón, el tema de las leyes va estrechamente relacionado al término de autoridad que muchas veces suele ser polémico sobre lo que representa o, dicho de otro modo, sobre su percepción. Por razones prácticas, los derechos tipificados en la ley, consagran las libertades. Gracias a que tengo derechos, sé cuáles son mis libertades y que soy libre para ejercerlas. La autoridad será la encargada de canalizar el cumplimiento de dicho marco legal garantizando orden, porque la autoridad, en término, se asocia al crecimiento, a la construcción, esta no conlleva violencia, persuasión ni mucho menos dominación. Por ello, se dice que ante la pérdida de autoridad y descrédito, el poder se disfrazaría de autoridad, con el fin de dar una imagen menos arbitraria o de recabar más prestigio, como la auctoritas que concebían los romanos.

Conforme a todo lo planteado, los individuos transforman su libertad al suscribirse a un pacto social ante la necesidad racional de una forma de organización social en la que se pueda conservar de modo seguro los derechos inherentes a la humanidad. Es por esto que, el estado es y debe ser el primer garante de las leyes y su complimiento, pero cuando comienza a transgredirse la ley y las instituciones –siendo estas la garantía de que los acuerdos son reales y objetivos– y cuando la legitimidad se disuelve entre los pliegues del poder, desmesurado y difuso, se degenera el pacto. En consecuencia, se abren espacios de anomia social y política, resultando una regresión hacia el estado de naturaleza. Ergo, la libertad y la autoridad se necesitan para hacerse contrapeso estructural, coexisten y comparten una dinámica creadora y regulatoria para la vida en sociedad bajo el esquema de individuos responsables de sus acciones y decisiones y, un estado al servicio, no dueño. La libertad es inherente a nuestra humanidad y es uno de nuestros derechos fundamentales. No se debe temer a la misma, porque esta en sus virtudes lleva implícito el concepto de sus límites; ya no es libre quien hace cuanto quiere sino quien elige obrar conforme a sus propias leyes.

 

1 Locución latina de significado: «el hombre es un lobo para el hombre». Creada por el comediógrafo latino Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria, pero popularizada por Thomas Hobbes.