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Un hecho nada nuevo ha sacudido a la opinión pública en las últimas semanas: un grupo de ciudadanos ha emprendido una huelga de hambre a partir de una serie de exigencias. Hoy, ya son más de cien personas sumadas a esta forma de protesta.

La decisión de iniciar una protesta de este tipo ha tenido apoyo y rechazo por parte del sector opositor (por parte del sector oficialista, burlas e indiferencia, como es de costumbre). Unos creen que es una forma legítima (como en efecto lo es) para hacer valer derechos, para ser escuchados y para llamar la atención del mundo de cara a lo que ocurre en Venezuela. Otros, creen que es una protesta trillada, que no ha traído resultados beneficiosos y que, tras la sombra de aquel Franklin Brito que dio su vida por exigir lo que le correspondía, pone en riesgo la vida de los huelguistas frente a un régimen que tiene a la vida como uno de sus principales enemigos.

Ambas posturas son respetables. Tan respetables como la decisión de cada uno de esos ciudadanos de optar por sacrificar, poco a poco, su vida ante una causa, ante una idea o por el simple hecho de defender nuestra capacidad de pensar distinto.

Lo cierto es que si hablamos de huelgas, quien ha sido el mayor huelguista de este país ha sido el propio régimen. Analicemos: una economía destruida y un aparato productivo arruinado son la más clara evidencia de que Venezuela fue sometida a una huelga de exterminio; una prensa censurada y la libertad de expresión coartada, son otra prueba de que nos sometieron a la huelga del silencio; escasez desatada e intencional, controles y hambre, sumada a la crisis humanitaria producto de la crisis de la salud y otros sectores son la más contundente señal de una huelga de hambre impuesta, que se pelea por convertirse en una huelga de la humillación; inseguridad como política de Estado, criminalidad impune y la bala gobernando son otra dura prueba de la huelga de la muerte; despedidas, distancia y miles de maletas llenas de sueños constituyen la huelga del exilio; una Universidad asfixiada, una educación controlada y acérrima enemiga de la libertad y un conocimiento cada vez más limitado significan la huelga de la ignorancia. Así podría pasarme todo este artículo describiendo cómo nuestra Venezuela se encuentra sumida en una huelga; huelga intencional, mezquina y destructora del futuro, hacedora de miseria y creadora de sumisión.

Es el gobierno quien ha hecho de nuestro país, una Venezuela huelguista. Quienes se resisten a ello, quienes lucharon, luchan y lucharán por la causa del rescate de la libertad y la democracia, no tienen más opción que recurrir a la huelga para exigir lo que les corresponde o simplemente un mejor futuro, aunque suene paradójico. La huelga, como todo lo que ha pretendido acabar con esta República, no es más que una forma de que el país, detenido en la destrucción, no dé tiempo de pensar en cómo salir de la crisis. Es la huelga precisamente la única forma de hacerle entender a Venezuela y al mundo que en eso nos convirtieron.

Evidentemente la salud y la vida de quienes decidieron comenzar una huelga de hambre es motivo de preocupación. Las referencias del pasado demuestran que un régimen que ha promovido la muerte, poco puede o quiere defender la vida. Pero, aún para los que dicen que hay democracia en Venezuela, ¿cómo es que cien conciudadanos deciden hacer huelga de hambre de cara a exigencias democráticas? Ese es un claro síntoma de que estamos en una dictadura y que quienes nos han obligado a radicalizar nuestra forma de vida para sobrevivir, encontrarán en la radicalización de quienes harán todo por defender su causa y sus derechos, la más clara y contundente resistencia, aun cuando eso cueste la vida y aun cuando muchos no estemos de acuerdo en que esa sea la mejor forma de enfrentar a los usurpadores del poder.

Como lo dije al principio, la experiencia ha demostrado que al régimen no le importa la vida. Tratan con indiferencia a quienes promueven esos valores y elogian hasta más no poder a la muerte. Eso significa que quienes hoy deciden arriesgar su vida están conscientes de que si es por el régimen, pueden perderla. Ante la indiferencia, ante la apatía, ante el silencio… ¿hay otra forma de hacerse escuchar? Es muy fácil juzgarlos y decir que están equivocados, pero tienen en su haber el legítimo derecho a la protesta de la forma en que ellos piensen que pueda ayudar a Venezuela. Insisto, podemos no estar de acuerdo, podemos decírselos, podemos aconsejarlos, pero siempre entendiendo los motivos que los hacen estar allí.

Parafraseando e interpretando, en este contexto, a Ayn Rand[1], los buenos no tienen más remedio que irse de huelga cuando todo funciona mal y cuando todo, por sí mismo, parece ser víctima de una huelga inescrupulosa marcada por la ineficiencia y la destrucción. Cuando la huelga de esos inescrupulosos y saqueadores abarca todo, no hay otra opción sino hacer huelga. Siempre será preferible asumir esa postura, que ser entreguistas, apaciguadores o partidarios del voto como única salida a la crisis, sin siquiera exigir condiciones mínimas. Hasta para eso, para exigir condiciones y que haya garantías de ganar y cobrar, los huelguistas de hambre están dando su lucha.

Ciertamente, incluso hay un debate sobre el hecho de entregar la vida por una causa. Los huelguistas, conscientes de ello, saben que es preferible perder la vida por ellos mismos que entregársela a un régimen que los tortura, que los apresa, que los condena, aún siendo inocentes, y que les aplica la pena de muerte sigilosa. Que cien venezolanos decidan hacer huelga de hambre es tan solo un preludio de un país que pronto estará sometido ante el hambre y la desidia, más de lo que hoy estamos. Son testimonios fieles de una causa que trasciende a quienes tomaron esa decisión. Al régimen no le importa la vida pero ellos no van a dejar que sea el régimen quien los mate. Es preferible luchar, exigir y dar la cara, aún cuando no sea la mejor opción, pero es una de las pocas que existe, todo con el fin de que no sea el régimen el que los aniquile, sino ellos mismos quienes entreguen su vida, como derecho y como propiedad, de ser necesario.

Cada uno de nosotros nos hemos convertidos en huelguistas, por acción o por omisión. Todos somos víctimas de esa paralización de una Venezuela que lo tuvo (y tiene) todo para ser grande, incluso resistiendo e intentando salir adelante. Los buenos se han ido de huelga, los malos siguen allí, haciendo de la huelga su perfecta forma de hacerlo todo mal para ellos estar bien. Ya llegará el momento de que todos levantemos esa huelga, de que todos apuntemos a mover a ese país que necesita ser reconstruido. No olvidemos que, para bien o para mal, hoy solo una cosa representa a Venezuela en todos sus aspectos, incluso en el hambre o en la vida: la huelga.