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Pensar que el cambio pasa por las elecciones parlamentarias es ingenuo

Si en algo somos eficientes como país es en la generación de nuevos problemas. No terminamos de solucionar uno para empezar otro. Muchas veces, un problema deja de serlo no porque se haya corregido, sino porque aparece uno más grande.

Los países siempre deben afrontar retos. Lo que no es normal es que los obstáculos para el desarrollo y la paz los generen quienes los gobiernan. En Venezuela, los problemas más grandes que enfrentamos en la actualidad han sido, de una u otra manera, generados por el propio gobierno.

El descalabro económico no se debe a un colapso de la economía mundial, por ejemplo. Es simplemente consecuencia de la implementación de un modelo de controles que no funciona y que tiene como resultado escasez, inflación y pobreza. En materia de seguridad, grupos de delincuentes tienen arrodillada a una sociedad llena de miedo. Pueden actuar a lo largo y ancho del país gracias a la impunidad de la que gozan por culpa de instituciones que no hacen su trabajo. No se puede dejar de recordar que, en algunos casos, han sido armados por quienes deberían detenerlos. También podríamos mencionar los conflictos internacionales, con Colombia, con Guyana, con Estados Unidos o con España. Casi todos fueron provocados para obtener réditos políticos locales a corto plazo.

Todo esto lleva a pensar que la crisis que hoy vivimos no es solo producto de la falta de capacidad para manejar eficientemente el Estado, sino más bien resultado intencional de una estrategia cuyo único objetivo es mantenerse en el poder, incluso si esto amerita vivir en permanente crisis. En este contexto, pensar que el cambio pasa por unas elecciones para la Asamblea Nacional es ingenuo.

Las cuatro personas que hoy dirigen la Mesa de la Unidad Democrática, han enfocado su estrategia en lograr la derrota electoral del gobierno en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Prometen que, al hacerlo, se solucionarán todos los problemas que hoy padecemos. Debemos ser justos: es normal que en una campaña electoral se prometan cosas que no se van a poder cumplir. Pero en un contexto tan complejo como el actual, de ausencia de garantías democráticas y que bordea un grave conflicto social e incluso una crisis humanitaria, hacerlo tiene dosis de irresponsabilidad.

La derrota electoral de un régimen como el que hoy gobierna a Venezuela es imposible si no existe antes una derrota política. ¿Podríamos obtenerla antes del 6 de diciembre? Es posible, porque ya hay síntomas de que está en pleno desarrollo.

El primero de ellos, el externo, es que, ante una realidad tan evidente, el cerco internacional se cierra y la presión para que el chavismo acepte las reglas democráticas y deje de violar los derechos más básicos es cada vez más grande.  El segundo síntoma, el interno,  es el desplome de la popularidad de quienes ostentan el poder: 30 puntos porcentuales desde que asumió Maduro, según la última encuesta de Keller y Asociados. Ambas variables, probablemente irreversibles, junto a la profundización de la crisis económica, podrían ser el inicio de un auténtico proceso de cambio.

Es por eso que es fundamental que la oposición no apueste todo a la batalla equivocada. Las elecciones parlamentarias son un paso importante para lograr el cambio en el país. Sin embargo, el punto de inflexión no reposa sobre el día en el que se venza al gobierno electoralmente, sino sobre el instante en el que se lo derrote políticamente.

Esa es la derrota que importa.

Twitter: @MiguelVelarde