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Nadie se atrevería a dudar hoy que el actual modelo destrucción progresiva y sistemática de la República, de desmantelamiento del Estado y de control y sumisión de la sociedad, se trate de algo intencional. Está concebido para destruir todo a su paso, física y moralmente, y de esa manera perpetuar en el poder a quienes hoy se creen dueños de Venezuela. Pero no es menos cierto que ellos llegaron a ese poder gracias a quienes los llevaron a ese espacio. A ellos esta reflexión…

Lamentablemente nos hemos vuelto una sociedad de cómplices. Por acción o por omisión hemos aceptado cosas que han contribuido a la destrucción del país; hemos guardado silencio ante las peores atrocidades y, peor aún, hemos recurrido a actitudes y comportamientos que sólo avalan y legitiman el estado actual de cosas. ¿El mejor ejemplo? El “No, vale… ¡Yo no creo!”.

Y es que no se puede acabar con un país de la noche a la mañana, así como si nada. Al menos no con la resistencia y la defensa de quienes deben hacer lo posible por protegerlo. No voy a negar tampoco que muchos sectores han resistido y enfrentado esa destrucción, pero no es menos cierto que muchos otros han preferido la indiferencia y el olvido.

Hemos aceptado que nos impongan controles porque creemos que son chéveres, porque podemos viajar con dólares baratos, porque debe haber un precio justo, porque, además, debemos comprar solo dos unidades de cada producto a la semana para que todos podamos tenerlo, cuando en realidad nadie termina teniendo. Con cada una de esas acciones, cada vez que decimos “es que esos empresarios se pasan” o “es que venden al dólar que no es; no venden a precio justo”, estamos contribuyendo a la destrucción del país, directa o indirectamente. Y es que no es culpa del empresario que debe recurrir a moneda negra para comprar mercancía, sino del gobierno y su modelo diseñado para acabar con la producción y la economía del país, con el sector privado como enemigo.

Peor aún, incluso dentro de gran parte del liderazgo opositor se siguen defendiendo esas políticas de destrucción, que sólo cambiarían de color pero no de resultado. Siguen combatiendo al populismo con populismo, siguen imitando al fracaso vendiéndolo como éxito, porque es la única forma de hacerse vendibles al resto. Eso también es complicidad, pues en lugar de atacar el problema de raíz, que viene de mafias, de populismo, de abuso de poder, de personalismo, de rentismo, etc., prefieren defender y redirigir las causas y responsabilidades. Al final de cuentas, todos quieren vivir de esa fiesta, aunque no dure mucho y lo que venga sea resaca.

En medio de tanta actitud complaciente, con la que hemos aceptado que avancen y hasta nos digan qué comer, hemos olvidado que así como llegaron al poder gracias a nosotros, también pueden (y deben) irse por nosotros. La gente ha preferido sucumbir ante la viveza, ante el rebusque y ante la supervivencia, antes que defender lo que verdaderamente podemos ser. Y sí, eventualmente no tenemos otra opción, pero hemos olvidado también esa sangre libertadora que corre por nuestras venas, ese espíritu guerrero hoy domado por la anestesia del populismo y del engaño.

Lamentablemente toda esa anestesia nos ha hecho olvidar que somos nosotros, y únicamente nosotros, quienes tenemos la opción de sacar a quienes nos han traído hasta acá. Formas hay muchas; desde luego la electoral es primordial, pero con las garantías y las condiciones necesarias para legitimar nuestro deseo de cambio y no el deseo de permanecer en el poder de quienes hoy usurpan el poder. También está la calle, la presión de la protesta, la articulación ciudadana, y un sinfín de recursos con los que la gente puede hacer que las cosas cambien con tan sólo recordar que son capaces de ello.

Como sociedad tenemos gran parte de responsabilidad en esta crisis. No sólo porque hemos permitido que alcance niveles inimaginables, sino porque también hemos preferido el silencio ante el abuso y el resentimiento. Evidentemente también somos víctimas de la crisis, la padecemos y la sentimos a diario, pero no hacemos nada para que eso cambie, aún cuando sabemos que tenemos las maneras de hacerlo. La apatía y la frialdad son el motor y el combustible perfecto para que avancen quienes hoy nos destruyen. Es su victoria, traducida en control y sumisión, frente a la rebeldía que hoy está apaciguada.

Como lo decía Edmund Burke, “lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”, y en efecto eso es lo que ha ocurrido. La indiferencia ha hecho que el mal avance indiscriminadamente, haciéndonos cómplices. Pero, además, quienes deberían guiar ese cambio, nos condenan a más de lo mismo, haciendo entonces que cada una de estas acciones encuentren una razón de ser: la gente se pregunta si tiene sentido hacer algo.

Hemos dejado de lado por completo nuestro rol como ciudadanos de deberes y derechos. Hemos permitido que nos arrope la desidia. Hemos olvidado que así como los trajimos al poder, podemos sacarlos, porque nadie es dueño de nuestros destinos, de nuestros rumbos. Y es que, como también lo dijo Ayn Rand, “si esto es lo que nos ha derrotado, la culpa es nuestra”.

Con todo esto no quiero decir que el régimen no sea responsable de nuestra tragedia; por el contrario, sostengo que es su forma de avanzar y gobernar. El asunto es que se lo hemos permitido, casi sin chistar, porque hemos caído en las trampas del poder, en los incentivos perversos y negativos y en la negación de la superación y las buenas formas de obtener logros; nos hemos acostumbrado al facilismo, al hecho de que ser malos es mejor que ser buenos y que hasta se premian los incorrectos procederes. Es la hora de sopesar todo eso y vernos en el espejo como sociedad que somos, y de nuestra responsabilidad con Venezuela y con el futuro de ésta nación. Hay una corresponsabilidad que demos entender, de cara al momento histórico, que nos está demandando actuar.

Sólo entendiendo nuestro rol de cara a la tragedia y entendiendo todo lo que está en nuestras manos, podremos salir adelante como país. Mientras sigamos apáticos, indiferentes y cediendo ante todo lo que está mal, creyendo que está bien, ellos habrán ganado. Si ellos han avanzado, es porque nosotros hemos retrocedido, y eso definitivamente debe cambiar. Al final de cuentas, “la culpa no es del loco, sino de quien le da el garrote”.

Twitter: @Urruchurtu